'Celtiberia Way': No es país para estatuas
En la Olimpia clásica los competidores de los juegos que hacían trampa eran multados y castigados. Su vergüenza quedaba inmortalizada, sufragada con la propia multa, en inscripciones en las estatuas en honor a Zeus que flanqueaban el acceso al estadio, en las que se indicaba el nombre y ofensa del tramposo. En el transcurso de los años algunas investigaciones arqueológicas afirman que también se erigieron estatuas que, directa y explícitamente, representaban a esos tramposos, situadas frente a la de Zeus que presidia el santuario olímpico.
En esta isla entre el Atlántico y el Mediterráneo, también conocida como Celtiberia, hasta principios del siglo XIX había muy pocas estatuas monumentales en el espacio urbano de gestión pública: Hércules en Barcelona, Elcano en Getaria, Cibeles y Neptuno en Madrid, y no muchas más antes de que se impusiera la moda importada de París, con la que empezaron a proliferar estatuas reivindicativas de prohombres de la época y de antiguas e idealizadas glorias patrias.
Una nueva visión de este clásico arte público consistiría ahora en dejar de hacer estatuas a esas contemporáneas o pasadas glorias -para eso es más relevante dar su nombre y méritos a una calle o plaza, póstumamente, claro, cuando ya no puedan, con una última ocurrencia, dejarnos petrificados-, y dejar las estatuas para representar y dejar expuesto, al descubierto, a la vista de todos, el testimonio de una trampa, un engaño, un dolor, y toda la vergüenza causada. Una especie de ‘paseo de la fama’ a la inversa: El Paseo de los Vergonzantes.