Cuarentena

Cuarentena

Mañana, cuando todo esto acabe, debemos recordar que lo público se defiende siempre.

Una niña con una máscara en un hospital asturiano. Reuters

Vivimos días inéditos, extraños. Cabalgamos a lomos de una mezcla entre realidad y ficción, entre perplejidad e incertidumbre, cuando no directamente de la incredulidad. En estos días vemos cómo los mitos que hemos construido rasgan la cortina de lo tangible y nos enfrentan ante nuestros miedos.

Llevo meses trabajando en Bruselas con la regulación sobre inteligencia artificial (y sigo haciéndolo desde mi domicilio), y me es imposible no resaltar la paradoja de que, en contrario, es precisamente ahora cuando el más simple diseño natural nos pone en jaque. Un virus microscópico, que ni siquiera está vivo, tiene el poder de poner al mundo contra las cuerdas, en estado de alarma y de dar al traste con el supuesto equilibrio de nuestra sociedad.

Se ha declarado una pandemia porque en la naturaleza no hay frontera impuesta ni espacio aéreo que valga. En un mundo interconectado debemos ser conscientes más que nunca de que, como todos los expertos aseguran, esta crisis puede ser solo la primera de otras muchas que vendrán, además del sinfín de desastres naturales derivados de nuestro sistemático maltrato al planeta. Será primordial entonces aprender de la experiencia, de los aciertos y los errores, y asumir de una vez por todas que no somos capaces de anticiparlo todo, que no podemos eliminar la incertidumbre de nuestra ecuación, que tenemos que desarrollar (retomar) nuestra resiliencia y adaptabilidad. Y que la única forma de combatir estos retos es conjuntamente, acostumbrándonos a desterrar nuestra tendencia natural a dividirnos para darnos goyescos garrotazos (tendencia agravada por la deriva de la comunicación constante). No hay otra manera de enfrentar un enemigo a quien le tienen sin cuidado nuestras cuitas, más que uniendo esfuerzos, planteando estrategias y poniendo medios desde la cooperación entre diferentes. 

Mañana, cuando todo esto acabe, debemos recordar que lo público se defiende siempre.

Los españoles pertenecemos a un proyecto prometeico llamado Unión Europea. Ésta lleva en su propio nombre una declaración, un imperativo. La Unión es una suma de países, ideologías, credos, idiomas y formas de entender la vida. Y Europa tiene en su mano estos días la oportunidad de darse sentido, porque unidos somos más fuertes. Tras unos primeros titubeos, parece comenzar a caminar en el sentido correcto de la historia; qué mejor ocasión para recuperar la confianza de la ciudadanía en su propio ser. Si los ciudadanos y las ciudadanas nos recluimos renunciando al aire puro, las autoridades han/hemos de corresponder con protección, información, apoyo y una esperanza que vaya más allá de su banal enunciación; una esperanza madura, sustentada en que nos costará sacrificios hacerlo, pero saldremos de esta si estamos unidos.

En ocasiones como estas volvemos la vista hacia lo público rogando y exigiendo una respuesta. Queremos servicios públicos fuertes, saneados, repletos de personal y medios, a la altura de los retos que enfrentamos. Mañana, cuando todo esto acabe, debemos recordar que lo público se defiende siempre. La sanidad o la educación no deberían estar a merced de los vaivenes e intereses de unos pocos, deberían ser bienes innegociables para la sociedad.

Pública también es la solidaridad espontánea que surge en situaciones de crisis. Lo mejor de la condición humana, lo que más humanos nos hace, esa red de colaboración desinteresada que recuerda lo necesarios que nos somos. Esa solidaridad que lo mismo aconseja cultura, ejercicio, manualidades o lo que sea para amenizar el encierro, y que no debería ser fruto de la desesperación sino un ejercicio cotidiano. “Solo en las circunstancias más aciagas sale a relucir sin disimulo el carácter de una persona”, decía Hermann Hesse, y viendo el comportamiento masivo de nuestra sociedad, ese debería ser un pensamiento reconfortante. Paro un momento de escribir, para salir a aplaudir por la ventana a nuestros servidores públicos y me entra un enorme orgullo ciudadano. En una democracia de ciudadanos y ciudadanas, héroes y heroínas son quienes cumpliendo con su deber luchan en primera línea en las UCI, quienes velan por la seguridad; pero también lo son quienes no difunden bulos que retuercen la verdad, quienes renuncian a su libertad de movimiento y deciden quedarse en casa para proteger a los más débiles.

Europa tiene en su mano estos días la oportunidad de darse sentido, porque unidos somos más fuertes.

Y lo serán aquellos gobiernos que tomen todas las medidas a su alcance para proteger a su ciudadanía, ahora y después de la emergencia. El Gobierno de España ha anunciado una colosal movilización de recursos públicos -que prácticamente cuadriplica lo anunciado, por ejemplo, por Francia con el mismo fin- con el objetivo de que nadie se quede atrás en un test que tensiona las bases más esenciales de nuestro tejido productivo, del mercado de trabajo y de las redes de solidaridad. Espero que las instituciones, europeas, nacionales, autonómicas y locales, acierten/acertemos en este objetivo. De momento, me conmueve sinceramente la responsabilidad que están mostrando las administraciones y partidos hasta este momento -con muy pocas excepciones-, cooperando y aparcando las diferencias de trinchera. Qué buena ocasión para intentar que ese respeto, desde la discrepancia, sea un fruto perenne de una crisis que se va a llevar por otra parte tantas otras cosas. Como lo debe ser también la continuidad de esa red de solidaridad pública y privada, adaptada claro está a circunstancias menos excepcionales.

Aprovechemos esta tragedia para aprender y ser más fuertes. Para ello mantengamos una actitud crítica y vigilante, pero conscientes de que tiempo habrá de rendir cuentas y de valorar aciertos y errores. Minar la confianza en el capitán en mitad del cañoneo, sobre todo cuando no existen apenas certezas, es una garantía segura de hundimiento. Ahora toca unidad y confianza en quienes están tomando decisiones basadas en análisis científicos, y un comportamiento individual responsable.

Solo tenemos un enemigo, el Covid-19, y es implacable. Combatámoslo sin cuartel y con las armas que sabemos que van a funcionar. Porque solo hay una certeza real: vamos a ganar.