De error en error hasta el error final

De error en error hasta el error final

Vox hace el ridículo, Sánchez piropea a quien no debe y Casado abraza el pasado.

Pablo Casado, esta semana, en una Granja Porcina en Castellnou de Seana, LéridaDAVID MUDARRA

Errar no tiene ideología, pero el hombre que ha cometido un error y no lo corrige incurre en un error mayor. O dicho de otra forma, rectificar es de sabios, por mucho que en la política española ese adjetivo sufra una dolorosa orfandad y no haya nadie con un mínimo interés en apropiarse de él. La sabiduría cotiza a la baja.

Es un error colosal de Pedro Sánchez pasarle la mano por el lomo a Santiago Abascal para humillar a Pablo Casado. Alabar el “sentido de Estado” del líder de Vox tiene la misma credibilidad que piropearle por su defensa del feminismo: una mentira tan rotunda que hasta sonroja escucharla en boca del presidente del Gobierno.

No todo vale en el cara a cara dialéctico con el principal partido de la oposición. Menos aún cuando se recurre a argumentos que el propio Sánchez sabe de sobra que no son verdad. Defender que Santiago Abascal posee “sentido de Estado” al abstenerse en el decreto de los fondos europeos —en una maniobra tan pésimamente calculada que más bien parece metedura de pata—es una jugada política de una torpeza inaudita. Sánchez sabe que el líder de la ultraderecha lleva desde el primer minuto haciendo volar todos los consensos, propiciando la división y crispando a la sociedad española. 

Nadie con un mínimo de sentido común puede poner en el mismo lugar a Pablo Casado y a Santiago Abascal: ni defienden lo mismo ni, menos aún, utilizan las mismas formas. La distancia entre la derecha y la ultraderecha es tan sideral que el propio Sánchez debería tener muy claro contra cuál debería actuar. A corto plazo, el mayor riesgo lo tiene en Casado. A medio y largo, en el líder de Vox. Mantenerse en el poder encendiendo las luces cortas, ahora que se abre un periodo de dos años sin elecciones, es un sinsentido. Casi tanto como no haber rectificado aún esa alabanza.

Otro error de muy diferente factura, porque daría para sketch cómico, es el del candidato de Vox a las elecciones catalanas. Que Ignacio Garriga —defensor de la moción de censura más fracasada de la historia de la democracia española— no vale ni para presidir una comunidad de vecinos lo saben todos menos los miembros de Vox. Pero al menos podría taparse un poco para que el bochorno no sea formidable.

Es normal que desconozca muchos aspectos relativos a la gestión de la Generalitat, pero ignorar la cuantía del presupuesto con el que cuenta Cataluña es impropio de un candidato que aspira a presidirla. No llega ni por aproximación: según Garriga, la Generalitat dispone de un presupuesto de 27 millones de euros, cuando en realidad son 30.000 millones. Podría ser peor, podría haber respondido “pues casi”. Que fue exactamente su respuesta. Sostenella y no enmendalla. 

Con todo, el mayor error se lo apunta el PP, que sigue dando largas cambiadas a uno de los mayores escándalos de la democracia española. No es sólo que Luis Bárcenas haya tirado de la manta hasta dejar al PP en cueros. Es que además a esta revelación —Rajoy destruyendo pruebas, la cúpula de la formación cobrando sueldos en b, pagos de empresas que luego recibían adjudicaciones, toda una trama de perpetua corrupción consentida y en muchas ocasiones alentada...— se le suma que los expresidentes Aznar y Rajoy deberán testificar y que el Congreso investigará el uso de fondos reservados para destruir pruebas de la contabilidad paralela del PP en el caso Kitchen. 

El PP sigue dando largas cambiadas a uno de los mayores escándalos de la democracia española

Ante una crisis de esa magnitud, que en ningún caso va a terminar bien para el PP, no se puede salir del paso arguyendo que “ese PP ya no existe”. Casado, cuya situación no es nada envidiable, debería demostrar que realmente deplora ese pasado aclarando si aún existe esa caja b en el PP. ¿Si o no? ¿Qué acciones ha tomado el partido después de que el juez confirmase la existencia de esa financiación ilegal? ¿Se ha expulsado de militancia a los miembros del partido que, de forma directa o indirecta, participaron en la trama de corrupción? ¿Le asquea lo que sucedió? ¿Qué mecanismos internos tiene ese ‘nuevo PP’ para que algo similar no se vuelva a repetir?

Responder a todas esas cuestiones sería un paso imprescindible para que Casado recuperase algo de la credibilidad perdida por las malas artes de sus predecesores, de quienes tan siquiera ha llegado a lanzar un mínimo reproche. Pero eso sería rectificar un error, una aspiración propia de los ilusos. En España lo que se estila es agravar el error al no rectificarlo. La cabezonería del poder.