Demasiadas expectativas para el año que comienza

Demasiadas expectativas para el año que comienza

No lancemos tan pronto las campanas al vuelo, pese a que haya una ventana a la esperanza en forma de vacuna.

A nurse prepares a dose of the Pfizer-BioNTech Covid-19 vaccine on December 27, 2020, at Santa Maria Hospital in Lisbon. - Less than a week after the green light for the Pfizer-BioNtech vaccine, several European Union states including Portugal, ...PATRICIA DE MELO MOREIRA via Getty Images

Un sentir general al que me uno, y que se ha repetido las semanas pasadas es el deseo de que acabara el 2020. Este año quedará marcado en los anales de este siglo XXI, como ya sucediera con lo acaecido en otras centurias, y no lo deberíamos olvidar. 

Cada cual tiene su annus horribilis, si bien este lo ha sido para demasiadas familias y la mayoría de los sectores económicos en todos los continentes sin excepción. Eso sí, nos ha dejado unas lecciones que espero no olvidemos.

La expresión que tantos conocemos, relativa a que hay tres cosas en la vida: “salud, dinero y amor”, ha estado en boca de todos. Y aunque cada cual siempre ordena los factores a merced de su situación, tanto el año pasado como este que iniciamos la generalidad se ha dado cuenta de que sin salud el resto quedan bastante relegados. 

Aquellos que apreciamos la salud, dado que se marchó de nuestras vidas hace demasiado tiempo, y sin billete de vuelta, somos quizá un poco más cautos que el resto. Y en este año que comienza la sanidad pública nos ha demostrado que a pesar de los recortes, del maltrato de años y años por las políticas sanitarias, parcelada en diecisiete sistemas, lo ha dado todo y lo seguirá haciendo. Estos meses atrás se ha evidenciado el significativo problema estructural de contar con una infraestructura hospitalaria deficitaria (en recursos humanos y materiales), fruto de una inversión pública mínima en las últimas décadas. 

Ahora bien, todo tiene un límite, y cuando se tensa la cuerda en exceso se termina rompiendo. Los sanitarios están exhaustos, en una palabra “rotos”, y los ecos de los aplausos de primavera continuarán siendo los pitidos de las máquinas de quienes siguen peleando por su vida. No comprenden, pese a los múltiples avisos, que no se les escuche y que las medidas se adopten al margen de sus peticiones.

A su vez la ciencia, en particular la necesaria investigación, tan olvidada y marginada en países como el nuestro, que tan solo destina a ella un 1.24% de su Producto Interior Bruto según Eurostat frente a países por ejemplo como Alemania o Bélgica que invierten cuatro veces más, nos ha demostrado que son posibles los avances en un tiempo que antes nos parecía imposible. 

Debemos ser cautos para no cerrar una ventana y se abran dos puertas más

No solo se ha conseguido una vacuna, sino varias, en menos de un año, cuando los científicos y la población conocen el tiempo que precisan estos logros de la ciencia; por ejemplo, la malaria, que se descubrió hace 140 años, o el más reciente SIDA aún no disponen de unas vacunas efectivas. Unos avances que necesitan verse en el prisma actual de pandemia y destrucción, no solo de lo más preciado, la vida; máxime cuando no se dispone de un tratamiento efectivo, y que ha obligado a las economías a ralentizarse con unas consecuencias que veremos en los años que vengan.

Disponer de una vacuna es la mejor noticia, si bien solo es el principio, porque ahora se precisa de una buena estructura asistencial y logística, de la que no todos los países disponen. Debemos ser cautos para no cerrar una ventana y se abran dos puertas más.

Saber que se puede, nos alegra y también provoca cierto sabor agridulce a los colectivos de enfermedades raras o poco comunes y a otros como los pacientes de cáncer, sin olvidar a los millones de pacientes crónicos y de dolor. En estos casos, no paralizamos economías, ni contagiamos, solo se detiene el reloj de nuestras vidas y la de quienes nos rodean. Otros muchos nos dejan, algo que tristemente se ve como normal cuando te diagnostican un cáncer agresivo o una enfermedad degenerativa.

Ante este panorama me pregunto: ¿No se han puesto demasiadas expectativas a este año? Como se nos ha indicado, ya se ve la luz al final del túnel o estamos ante “el principio del fin”.

Volverá la ansiada normalidad, pero no será inmediata y se ha de seguir apelando a la necesaria responsabilidad, cuando aún el agua nos sigue llegando hasta la cintura. Algo que les resulta lejano a los que a pesar del frío llenan las terrazas y los centros comerciales.

Simplemente porque la vida sigue, con su anormal cotidianidad. Ahí reside otro importante problema. Se han impuesto las visiones cortoplacistas, y buena parte ya está pensando en las vacaciones del próximo verano. Solo hay que mirar unos meses atrás para contemplar los vientos que nos ha trajo el verano y esa llamada “nueva normalidad”, o el cercano deseo de “salvar la Navidad”.

Lo que ha demostrado este virus es que vamos siempre por detrás de él, aunque nos pese lleva la delantera

Todos, yo la primera, desean volver a recuperar los abrazos, ese simple gesto que te reinicia, y a no conversar a dos metros de distancia. Pero no cometamos los mismos errores. ¿No hemos aprendido nada? Porque la deseada inmunidad de grupo tardará en llegar, como hace poco nos recordó el Dr. Julio Mayol.

No se vacuna a un país o a varios en unos pocos meses para llenar de nuevo playas y fiestas populares. Por alguna razón los expertos en la materia nos repiten hasta la saciedad que no se debe bajar la guardia, dado que una cosa es disponer de la vacuna y otra muy diferente de lograr una importante inmunización.

Estos meses se ha seguido una política de abrir un poco el grifo, volverlo a cerrar, y abrirlo de nuevo hasta que se termina rompiendo y llega la inundación. Entre tanto, las salas de espera se volverán a vaciar de los pacientes crónicos y de muchos más que soportan meses con citas y tratamientos “aparcados” y dejando todo a merced de unos profesionales agotados, que solo desean cerrar el maldito grifo.

Lo que ha demostrado este virus es que vamos siempre por detrás de él, aunque nos pese lleva la delantera. La mayoría conoce que tanto el mar como sus olas no tienen control cuando llega una tempestad. Las olas siguen rompiendo contra la escollera, y lo mejor es estar alejado para que no te arrastren.

No lancemos tan pronto las campanas al vuelo, pese a que haya una ventana a la esperanza en forma de vacuna. Que el optimismo no sea irracional y relaje las normas de seguridad. Demos tiempo al tiempo para no tener que volver atrás con lo que ello supone y ya todos sabemos.

Salud y feliz año nuevo a todos.