El principio del fin

El principio del fin

Toda esta situación está empezando ya sin la máscara de la enfermedad, y se agravará conforme pasen los días.

A bright yellow glowing light breaking through at the end of a dark tunnelTennessee Witney via Getty Images

Nos dicen que estamos ante “el principio del fin”, pero las circunstancias actuales no dejan nada claro si en verdad se trata de ese principio del fin o del “fin del principio”. 

Todo parece indicar que más bien estamos ante el final del principio de un tiempo que se ha caracterizado por la llegada y el desarrollo de la pandemia, y todas las consecuencias que ha causado en el plano social, económico, político y personal. Porque el impacto ocasionado no está sólo en la salud de las personas, sino que también lo está en el ejercicio de los derechos ciudadanos y en la repercusión que las medidas adoptadas han tenido en la economía. La vacunación, que es la medida que se presenta como “principio del fin”, supone que los problemas de salud podrán ser abordados con una mayor capacidad preventiva, y que, por tanto, muchas de las limitaciones se podrán flexibilizar, incluso suprimir. Pero la nueva normalidad a la que se refiere el Gobierno no sólo no comienza a terminar, sino que está empezando. 

Lo que define la normalidad creada por el covid-19 para la mayoría de la sociedad no es la enfermedad, según los datos el porcentaje total de personas infectadas se sitúa alrededor del 10 %, sino la situación social surgida, que afecta al 100% de las personas con independencia de si se están enfermas de covid-19 o “enfermas” de la libertad restringida del momento. 

Y esa salud restringida de la sociedad viene caracterizada por una serie de elementos que no van a desaparecer con la vacuna, y que no están cerca de acabar, sino todo lo contrario, están empezando bajo el nuevo escenario post-pandemia, un escenario que no es diferente en lo ideológico y en lo estratégico a la situación que existía antes de la pandemia.

La realidad anterior a la llegada del covid-19 no era distinta a la que ahora miramos a través del filtro de la pandemia, tan solo se ha ordenado con elementos diferentes. La situación previa a la pandemia venía definida por un rebrote ideológico conservador y un resurgir de la ultraderecha que había permitido desarrollar cuatro grandes iniciativas: 

  1. Exprimir el capitalismo hasta alcanzar la “precariedad laboral agradecida”, una situación que lleva a aceptar las condiciones laborales precarias ante el abismo de que “es peor no tener trabajo”.
  2. Atacar las políticas sociales bajo el falso argumento repetido hasta la saciedad por la derecha de que no son necesarias, y que la mejor política social es el trabajo, pero callando que se trata de un trabajo precario para hacer de la pobreza condición, no circunstancia, y así redefinir las jerarquías de nuevo sobre el estatus, no sobre las oportunidades.
  3. Defender la ideología conservadora por medio de su asociación con la normalidad de una cultura que es atacada por la igualdad y la exigencia de los derechos humanos. De ahí que se hablará antes, como se hace ahora, de que los problemas de convivencia eran producto de la “ideología de género” que lleva a un “adoctrinamiento” para manipular y alienar a la gente. Por eso se produce un rechazo al modelo de educación que incorpora estos valores, a lo público como referencia y lugar de encuentro, al tiempo que se defiende la segregación en las aulas, lo privado y, si no se puede conseguir todo eso, se buscan instrumentos como el “pin parental” para que nadie pueda plantear alternativas a su posición, que además es presentada como “ley y orden”, como muy bien reivindicaba Donald Trump en la campaña de las elecciones americanas.
  4. De ese modo, no solo se defiende su modelo de sociedad y el consecuente orden social, sino que se establece un vínculo entre realidad y condición a través de la identidad. Se trata de definir a quien le corresponde cada cosa sobre la condición definida por su identidad, de manera que hombres y mujeres deben desempeñar tareas y responsabilidades diferentes, y ocupar tiempos y espacios distintos, lo mismo que los españoles y los extranjeros, los ricos y los pobres, los de una creencia y los de otra... Todo lo “propio” a su modelo tiene un valor añadido sobre lo “impropio”. 

Y bajo esa idea, todas aquellas personas que tengan elementos que no le corresponden, es decir, impropios de esa persona, pues se verán castigadas por su mutación. Y la crítica y el rechazo se produce tanto si se tienen elementos de más dada su condición, como si se carece de elementos que debieran tener. Así, por ejemplo, un inmigrante con trabajo y un salario digno es algo inaceptable por impropio, puesto que el papel definido para los inmigrantes en su modelo de sociedad no es ese, sino el de hacer los trabajos más precarios. Y lo mismo ocurre con un hombre homosexual, da igual su estatus y su dinero, siempre valdrá menos porque “carece” de un elemento propio de la masculinidad según su modelo, como es la heterosexualidad.

La expresión de toda esta construcción que busca reforzar el modelo androcéntrico tradicional bajo las nuevas circunstancias se vio desde el principio, por ejemplo, cuando nada más empezar la pandemia Donald Trump se refirió al virus como un “virus extranjero”, para de esa manera reforzar su xenofobia y toda su política desarrollada en ese sentido. Lo mismo ocurrió en España cuando desde la derecha y la ultraderecha se intentó, y se intenta, responsabilizar de la evolución de la pandemia a las manifestaciones feministas del 8 de marzo.

Y la situación continúa hasta ahora al repetir los mensajes y reactualizarlos sobre una crítica que cuestiona todo aquello considerado como impropio.

Toda esta situación está empezando ya sin la máscara de la enfermedad, y se agravará conforme pasen los días bajo esta polarización de diseño que han puesto en marcha. Ahora su desarrollo es más lento porque no ocupan el Gobierno estatal, pero poco a poco buscan acercarse a él para luego gritar al aire su famoso “¡que se jodan!”.

Y no hay principio cuando hablamos del desarrollo de una cultura machista con diez mil años de evolución, todo es continuidad mientras no se logre su final.

Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.