Este ya no es un mundo para los viejos

Este ya no es un mundo para los viejos

La situación de los adultos mayores en relación al coronavirus demanda que expongamos el papel y el lugar que estos tienen en la sociedad occidental.

Un hombre mayor durante la pandemia, en Sevilla. Marcelo del Pozo via Getty Images

Las víctimas de esta pandemia son los adultos mayores. Constituyen el mayor porcentaje de los fallecidos. Es posible que en el curso de esta crisis esto cambie un poco, ya se empieza a observar con preocupación el aumento de personas jóvenes y de hasta niños que mueren debido al virus. 

Afirman los especialistas en base a los informes epidemiológicos que este virus afecta a aquellas personas con más edad, que tienen patologías previas; dicho de otro modo, estas dos condiciones crean el escenario ideal para que actué con más letalidad.

Nos informan los noticieros de que las residencias de ancianos, al menos en España e Italia, son los lugares donde la tasa de mortalidad es más elevada. Narran que se ha llegado a residencias de ancianos y se han encontrado sus cadáveres. En concreto estas personas no accedieron al derecho a la atención médica adecuada, el derecho a la salud.

Es cruento escuchar esas voces que a diario dan ese parte de guerra, donde se habla de que han fallecido más de ochocientos personas en veinticuatro horas, la mayoría ancianos y ancianas. Es imposible verlas como una cifra, sin esa carga de humanidad. Esta realidad reclama algunas reflexiones para justificar el retorno del debate sobre de la importancia del cuidado comunitario de los adultos mayores, porque socialmente esta situación tiene que estremecernos, tiene que sacudirnos; en definitiva, tiene que hacer que nos cuestionemos el modo en que vivimos y el marco de desarrollo que determina este vivir.

I

Los expertos coinciden hasta ahora en tres acciones claves para actuar frente a la pandemia: primero, las medidas de aislamiento, cuarentena o distancia social, seguido por las pruebas de diagnóstico y finalizando con la disposición del sistema de atención médico asistencial para atender los casos de sintomatología compleja. Evidentemente, cada una de estas medidas claves tienes sus implicaciones, que no desarrollaremos ahora. Los gobiernos del mundo se han relacionado con estas medidas, al menos tres maneras, a saber: oportuna, de manera tardía y forzosa.

De manera oportuna se toman pronto medidas de aislamiento social, distancia social y cuarentena, así como el diagnóstico de amplio espectro, para preparar después el sistema de atención médico asistencial. En la segunda manera (actuación tardía), se pudo haber preparado la atención médico asistencial, pero se pospuso el aislamiento, cuarentena o distancia social, así como la aplicación de las pruebas de diagnóstico. En la tercera manera (forzosa), se toman medidas gracias a la fuerza de la realidad. Ahora mismo todos los países del mundo han logrado diagnosticar al menos un caso. Como referencia podemos decir que Venezuela se puede ubicar en el primer horizonte, en el segundo están la mayoría de los países del mundo y en el tercero, otra minoría, pero con una elevada población, como por ejemplo los Estados Unidos Mexicanos, los Estados Unidos de América, Ecuador y Brasil.

¿Qué lógica ha primado para que los gobiernos de los países del mundo se relacionen en cada una de estas maneras? Las declaraciones de sus jefes de gobierno apuntan a que corresponden a un cálculo económico. Es decir, cuánto afecta la implementación de medidas en la economía, contra la estimación de fallecidos y su valoración social. Es una discusión fría y hasta escalofriante para cualquier persona, pero es la lógica que impera en la gestión del capital cada día, solo que las dantescas consecuencias no son tan evidentes ni tan públicas.

Para quienes laboramos en el ámbito de salud y seguridad en el trabajo, no es extraño encontrar estos cálculos, y puedo colocar como referencia que en muchos casos, cuando se emprende la construcción de una edificación, los proyectistas incorporan la estimación del número de personas que van a fallecer (sobre la base de información previa) y las indemnizaciones máximas que hay que pagar. En los hechos se relaja la ejecución del presupuesto para prevención y protección de los trabajadores y las trabajadoras. Al final el balance es bueno si se gastó menos. ¿A quién le importa quién muere?

En el caso del Gobierno de los Estados Unidos de América ya se han estimado el número de personas que serán víctimas, además de las consecuencias económicas y los paquetes de ayuda para las empresas y personas. Son aceptables estas muertes, en función de un razonamiento económico y en un contexto socio-político que las tolera. Se pueden examinar los cálculos realizados en Alemania también.

Solo un detalle del cálculo: quienes se estiman que mueran son los adultos mayores, que son en esta perspectiva una carga para los sistemas de pensiones y servicios de salud públicos, porque hay que invertir más recursos para atenderlos; y en los privados porque reducen la tasa de ganancia. Distinto sería el cálculo si afectará a personas en edad productiva. Es un mundo peligroso para los viejos y las viejas el de hoy día, pues en esta lógica, son los primeros candidatos (sin saberlo) para el sacrificio. Ya un senador norteamericano lo decía sin rubor alguno, hace un par de semanas.

II

La situación de los adultos mayores en relación al coronavirus demanda que expongamos el papel y el lugar que estos tienen en la sociedad occidental. En primera instancia es necesario recordar que antes de ser adultos mayores, estas personas fueron jóvenes, a los cuales se les preparó para ser trabajadores y trabajadoras, también consumidores y consumidoras; en los países donde es necesario tributar, se les preparó para ser contribuyentes, que luego tributaron efectivamente, trabajaron y consumieron. Gracias a las luchas de las organizaciones de la clase trabajadora (es decir,nuestros sindicatos), unos más pronto que otros, accedieron al derecho de jubilación, diferenciado según cada país. 

Conviene recordar que estas personas en su edad productiva (en términos generales y reducidos a la lógica del capital) se expusieron a condiciones inseguras e insalubres y al estilo de vida que impone la dinámica del consumo, y en su conjunto esto configuró las patologías que hoy sufren. No significa que se ignoren ciertas predisposiciones, pero la determinación social de la enfermedad en un elemento central en esta situación. Dicho de otro modo, estas personas no están enfermas por obra divina o una determinada configuración biológica, lo están porque vivieron y viven dentro de una determinada sociedad. Una sociedad para la cual la enfermedad es una oportunidad negocio, por lo tanto se trata, pero no se cura, ni se previene.

Ahora, esta sociedad que los enfermó, mercantiliza también el retiro y apertura de residencias de adultos mayores donde, si bien es cierto que hay un participación importante del sistema público, también la hay de la empresa privada, que siempre es más atractiva y con mejor mercadeo. 

El cuidado de estos trabajadores y trabajadoras en retiro se externalizó. Ahora la familia está muy ocupada laborando o consumiendo, o preparándose para ello. No hay lugar para los viejos y las viejas en ese mundo. Un noticiero presentaba el vídeo de una chica en Madrid que lloraba la muerte de su abuela, pero en su mensaje me llamó la atención que decía que tenía cuatro años sin verle. Solo pensé, que esta pandemia tiene menos de tres meses.

En algunos momentos ya se ha denunciado la situación de los adultos mayores, relatando la muerte de ancianos en la soledad de sus casas, que solo son evidentes por el olor putrefacto que molesta los vecinos, y por ello llaman a los servicios de emergencia; o el trato en las residencias colectivas (públicas o privadas).

La modernidad occidental nos propuso el individualismo y lo aceptamos, por eso es natural, no es un problema que las familias externalicen el cuidado de los adultos mayores. En sociedades no tan modernas, menos penetradas por los cánones del occidente deslumbrante, los adultos mayores cumplen un rol importante en la comunidad de diversa índole, bien sea en los procesos de socialización, como referencia para la resolución de problemas de la vida comunitaria o como trasmisores de la memoria histórica no escrita. Por lo tanto, disfrutan del cuidado de la comunidad, de la familia. A los niños, niñas y jóvenes se les enseña la importancia que tienen y se les dota de habilidades para de relación social y su cuidado.

Quizás muchas personas son indiferentes a esta discusión, pero a su tiempo se llegará, porque hoy tenemos más posibilidades de llegar a ser viejos. 

Hoy hay que poner en el debate varios asuntos: el primero de ellos el rol de los adultos mayores en nuestras sociedades, ¿qué papel tienen? Otro es la importancia del cuidado comunitario de los adultos mayores, sin negar la incorporación de profesionales. ¿Cuál es el rol de las familias? ¿Cuáles son los mecanismos sociales para reconfigurar esta realidad? Y por último, que la vejez sea una etapa plena, que se corresponda con la dignidad de estas personas.

Si mañana el virus decidiera suicidarse y su acción parara de inmediato, quedan pendientes muchos debates. Este es solo uno de ellos. Creo que no hay que posponerlo. Este mundo no tiene que ser más peligroso por el hecho de tener la buena nueva de vivir más años.