Guaidó desenfocado: qué queda del "presidente encargado" de Venezuela tras dos años de desgaste

Guaidó desenfocado: qué queda del "presidente encargado" de Venezuela tras dos años de desgaste

El líder de la oposición no ha logrado derrocar a Maduro y ahora arrastra un lastre doble: una imagen deteriorada y una disidencia que se aleja de sus planteamientos.

Juan Guaidó escucha la pregunta de un reportero durante un acto en Caracas, el 6 de diciembre de 2020.Matias Delacroix / ASSOCIATED PRESS

Hace dos años, la esperanza del cambio se adueñó de Venezuela de la mano de Juan Guaidó. Las calles parecían una fiesta contra el chavismo. Hoy apenas queda el confeti en el suelo, pisoteado, y el líder de aquella ilusionada bulla está completamente desdibujado.

Guaidó era un señor desconocido para el mundo hasta que el 23 de enero de 2019 se convirtió, con un arrojo insólito, en el “presidente encargado” de Venezuela. Usando su cargo al frente de la Asamblea Nacional (que por primera vez en tiempos oficialistas tenía mayoría opositora), y apoyándose en el artículo 233 de la Constitución, se anunció como líder del país. El motivo: el “vacío de poder” de la presidencia de Nicolás Maduro.

Ese joven opositor que llevaba apenas cuatro años asomando el flequillo, como dirigente de base y luego diputado, se vio aupado a un cargo y a una misión que no le correspondían, porque había muchos otros disidentes por delante, con más años de pelea y trayectoria. Pero el exilio y la cárcel de todos ellos lo pusieron el primero de la lista. Dio el paso ante una multitud en Caracas, y pronto fue respaldado por más de 50 países, entre ellos Estados Unidos, los de la Unión Europea y la mayoría de las naciones de América Latina.

¿Fue una ilusión su ascenso? No. Cuando parecía que la “dictadura” de Maduro más se tambaleaba por la inestabilidad económica, las protestas sociales, la emigración masiva y la labor de zapa de los opositores, Guaidó se vio como presidente de la Cámara y lo aprovechó. Se mostraba como una alternativa real, respaldada desde una institución, algo que los disidentes no habían tenido en años. Pronto se vio arropado por los ciudadanos y por potencias externas. Y con su presión y contactos logró movimientos en cuanto a la entrada de ayuda humanitaria en el país. Había cierta base.

Envalentonado, en abril de 2019, llegó incluso a intentar levantar al ejército contra Maduro, en la llamada Operación Libertad. Pasada la efervescencia de las primeras horas, se vio que los cuarteles, las bases y los cuadros de mando estaban masivamente con el presidente chavista. Guaidó tuvo que reconocer que calculó mal sus fuerzas.

Todo se le ha vuelto en contra: la dificultad de avanzar en un país en el que las demás instituciones (no sólo las políticas, sino también las judiciales) están en manos del oficialismo, la falta de fuelle de las iniciativas internacionales para ayudarle en su plan de tres fases (cese de la “usurpación”, Gobierno de transición y elecciones libres), el olvido de aliados como EEUU en un año duro de elecciones, los problemas de movilidad y acción derivados del coronavirus y la propia división de la oposición venezolana lo han debilitado.

Nunca ha sido un presidente paralelo, por más que los medios tratásemos de explicar qué era aquello de “encargado”. No ha tenido capacidad de ejecutar. En un momento de enorme tensión, cumplió una función importante de dinamizador, de aglutinador, pero la democracia no volvió a Venezuela. Su puntilla fueron las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre, cuando el chavismo recuperó la Asamblea Nacional que presidía Guaidó y en la que radicaba su fuerza y legitimidad.

“La persecución se va a acrecentar, pero no nos va a detener a la hora de seguir exigiendo nuestros derechos”, dijo entonces, tras intentar movilizar a los ciudadanos en protestas alternativas, presenciales y online, que tuvieron menos seguimiento del esperado. La popularidad de Guaidó llegó al 80% en la primavera de hace dos años. Ahora, es 50 puntos inferior, según Datanálisis.

Esos comicios estuvieron marcados por el boicot de los principales partidos y líderes de la oposición y por una masiva abstención. Ir o no ir a la convocatoria ha sido otro enorme dolor de cabeza para Guaidó porque, aunque finalmente el bloque más pesado de la oposición decidió no concurrir, hubo voces muy autorizadas que pidieron hacerlo para combatir desde dentro al chavismo -Henrique Capriles pedía colarse por una “rendijita”-, para evidenciar las lagunas democráticas del que llaman régimen.

La simple disyuntiva ha abierto una brecha enorme entre ellos, partidos de todo tipo y condición unidos sólo por el ansia de un cambio en el Palacio de Miraflores. Hay quien le reprocha a Guaidó que es testarudo, que no se deja ayudar, que no ha contado con todas las ramas opositoras, y a ello se suma que hay amigos que se le han ido físicamente lejos, como su mentor Leopoldo López, que ahora reside en Madrid.

La meta común es aguantar con cierta unidad al menos hasta mediados de 2021, cuando se sabrá si la Corte Penal Internacional (CPI) acepta la denuncia presentada contra Maduro por crímenes de lesa humanidad. Si lo hace, puede ser la puntilla para un proceso de acoso y derribo bien apuntalado, definitivo, contra el presidente.

El problema del reconocimiento

Y ahora Guaidó se enfrenta, también, al limbo de la falta de reconocimiento y apoyo. En Washington hay que ver qué hace el nuevo presidente, Joe Biden, con esta patata caliente a la que tanta leña acercó Donald Trump. El demócrata no tiene planeado seguir con la estrategia de su antecesor, que veladamente amenazó incluso con apoyo militar para el líder opositor si lo necesitaba. Más bien, dicen sus asesores, tomará distancia de la crisis venezolana para enfocarse en políticas nacionales.

Sí se espera que mantenga las vías de presión ya conocidas sobre Maduro y los suyos: congelar activos de personas afines al Gobierno que participan en actividades supuestamente criminales y adoptar sanciones diplomáticas y comerciales. Reclamará elecciones libres y apoyará de palabra a Guaidó. El nuevo secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, ha confirmado que mantendrán su reconocimiento y seguirá considerando un “brutal dictador” a Maduro, con el que Biden no tiene “nada que negociar”.

La UE, después de la constitución de la nueva Asamblea, dejó de reconocer a Guaidó como presidente, pese a constatar su liderazgo. 25 de los 27 estados que componen la Unión siguen diciendo que es el presidente interino, pero no el bloque institucional como tal. Pese a este revés, el jueves pasado el Parlamento Europeo pidió de nuevo a la UE que avale al opositor.

También ha perdido los apoyos de Bolivia y Argentina, países que han cambiado de presidencia, a la izquierda, en el último año.

El futuro

Guaidó ya no tiene inmunidad, al dejar la presidencia de la Asamblea, y se teme que en cualquier momento sea arrestado, denuncia su equipo. El exilio, como le ha ocurrido a tantos compañeros suyos, no es una opción, por ahora. “El riesgo está latente, el riesgo existe todos los días en Venezuela. De hecho, hace dos años, me secuestraron, y esa fue la segunda vez que he pasado por esto, enfrentando la dictadura de Maduro, pero el sostenimiento de la resistencia interna en la lucha contra una dictadura es central”, ha recordado a la BBC.

Pese a los obstáculos, tiene esperanza. “En 2021, reforcemos la unión de todos para lograr el inicio del ciclo de la libertad”, dijo como mensaje de inicio de año.

El problema es que Venezuela lleva dos años esperando el milagro y, como no llega, la fe se pierde.