La verdad amenazada y el coronavirus

La verdad amenazada y el coronavirus

El miedo es poderosa herramienta que nos convierte en arcilla maleable, permite moldear sociedades enteras, conduce a la docilidad, la sumisión, la obediencia.

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Uno de los primeros daños que produce una crisis como la que vivimos es el miedo, nos gusta tener aseguradas las circunstancias en las que se desenvuelven nuestras vidas, pero no siempre es  posible, la vida y la muerte son impredecibles, cuando la muerte acecha y se mueve entre nosotros con la libertad de quien pisotea un sembrado, el miedo es legítimo, inevitable, forma parte de nosotros, el miedo siembra el camino de las mentiras repetidas y aceptadas (si no paras de decir mentiras, el concepto de verdad simplemente desaparece -Noam Chomsky).

El miedo es poderosa herramienta que nos convierte en arcilla maleable, permite moldear sociedades enteras, conduce a la docilidad, la sumisión, la obediencia. Nos conduce a admitir la mentira y alinearnos con posiciones morales que en otros momentos serían inaceptables, nos arrellana en una ética de baja estofa, de ínfima categoría.

Recientemente he escuchado al profesor Paul Dembinski, (director del Observatorio de las Finanzas, con sede en Ginebra) hablar de las categorías morales propuestas por Lawrence Kohlberg (psicólogo, docente en Chicago, Yale, Harvard, se suicidó antes de  cumplir los 60 años) que podríamos reducir a tres etapas, la pre-convencional que busca el bienestar y confort personal a base de clasificar lo bueno y lo malo en función de los premios y castigos que recibes. El palo y la zanahoria determinan el comportamiento de este homo oconomicus. 

Otra etapa más avanzada del juicio moral, a la que denomina convencional, caracterizada por aceptar lo bueno y lo malo en relación con el comportamiento del rebaño, la masa, el grupo al que perteneces. Si todos lo hacen debe de ser bueno. No hacer lo que hacen todos es, cuando menos, inapropiado. Lo normal, lo convencional, formar parte de la manada, da sentido moral a la vida del homo congregabilis.

La tercera categoría, a la que pertenecen los menos, la post-convencional, supone que la persona es capaz de alcanzar un juicio ético propio que tiene que ver con una serie de valores y el análisis crítico  de las normas. A estas personas las denomina homo ethicus.

Kohlberg no debía tener toda la razón, su colaboradora Carol Guilligan se dio cuenta de que las mujeres no siempre respondían a estos esquemas morales y solían quedarse por debajo, o al margen, al dar respuesta a problemas morales, observó que la mujeres prestan atención a la verdad, la justicia o los derechos, pero tomando en cuenta vínculos humanos, como las responsabilidades, la interdependencia, los cuidados.  

Su pensamiento, inspirador del feminismo pacifista, ha sido criticado a su vez, a causa de problemas metodológicos, o por algunas derivadas que conducen a una excesiva dependencia de los derechos y deberes con respecto a las relaciones personales. Guilligan se ha defendido en su libro In a different voice, estableciendo una relación de complementariedad entre derechos y relaciones responsables. Entonces sus detractores y detractoras la han atacado por romántica, por obviar culturas mundiales y clases sociales, por creer que la rivalidad, la confrontación, la hostilidad, pueden ser sustituidas por el respeto mutuo. 

Asunto espinoso, éste de la verdad y su relación con el comportamiento ético. 

-¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.

(Viene Antonio Machado en nuestra ayuda.) 

Hay quien dice que estamos librando una guerra y, como bien sabe cualquiera, en las guerras la primera víctima es la verdad, todo juicio personal es sustituido por la consigna, la desinformación, el seguidismo, la construcción de la verdad a medida.

-Entonces, ¿tú eres rey?

(No está claro qué hacía Pilatos antes de lavarse la manos, comía unas uvas, bebía vino, no fumaba, o sí, tal vez flores de cáñamo hembra.)

-Tú lo has dicho, yo soy Rey. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.

(Pone Juan en boca de Jesús, que sí sabemos qué hacía, atado, abofeteado, aún a la espera de que alguien decidiera qué muerte había de tener y a manos de quién se produciría la ejecución.)

-¿Y qué es la verdad?

(A un romano le vas a venir con estas vainas, qué importa un judío más o menos, qué importancia tiene la verdad en todo este embrollo, como no la tiene en nada.)

A pesar de todo...

-Yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre.

Por eso resulta tan falsa la afirmación de que la verdad es la verdad, la diga Agamenón, o su porquero. De nuevo en nuestra ayuda Antonio Machado acude disfrazado de Juan de Mairena,

-Conforme.

(Agamenón.)

-No me convence.

(El porquero.)

Intuye el hoy famoso, pero entonces mísero porquero, que la verdad ha de ser siempre la de Agamenón, eso es así, sobre todo cuando la afirmación es formulada por un lacayo a sueldo y servicio del poderoso, encargado de definir la verdad sobre la verdad (sigo la explicación de Rafael Sánchez Ferlosio sobre  este asunto espinoso de la verdad). Agamenón y su porquero, Humpty Dumpty, desdeñoso, sobrado, arrogante.

-Cuando yo empleo una palabra significa lo que yo quiero que signifique. Ni más ni menos.

Y Alicia, a través del espejo.

-La cuestión está en saber si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

-La cuestión, Alicia, es saber quién manda aquí. Eso es todo.

(No cuento infantil, o sí, cuento infantil, pero más, Lewis Carrol hablando de la inevitable manipulación del lenguaje y de la verdad en manos de los poderosos.)

Vivimos tiempos de coronavirus, pero la primera víctima de eso que llaman guerra puede ser la verdad, a nada que nos descuidemos, tiempos para no olvidar a George Orwell, justo en el momento en que Europa enfrenta la devastación de la guerra.

-El lenguaje político.

(Aunque con variaciones, y esto es cierto en el caso de todos los partidos, desde los conservadores a los anarquistas.) 

Está diseñado para que  las mentiras parezcan verdad, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez.

Ahora la pandemia devasta nuestros días y nos encierra en casa, nos concede el tiempo de pensar, juzgar personalmente y elegir si queremos salir de ésta con libertad y buscando una verdad compartida. Si escogemos diálogo, en lugar de confrontación.