Libertad para contagiar

Libertad para contagiar

Toda la vida han sobreentendido que existen dos tipos de personas: ellos y los demás. Lo aprendieron de sus papás y se lo han enseñado a sus hijos.

Dos participantes en las protesta del barrio de Salamanca. Samuel de Roman via Getty Images

Hay que entenderlos: no están acostumbrados a cumplir órdenes, sólo a darlas. Y aceptar órdenes, como todo en esta vida, es una habilidad que exige un cierto entrenamiento. Si no se ha practicado, siempre se será un adolescente, con quince, cuarenta o setenta y cinco años. Y ante cualquier contratiempo se reaccionará como tal. Lo estamos viendo estos días en el barrio de Salamanca, puesto en pie para convertir de forma caricaturesca el mayo del 68 en el mayo del 20 y la bonaerense Plaza de Mayo en la madrileña Núñez de Balboa, ante el regocijo de todos los medios: la mitad, vibrantes de empatía y entusiasmo; la otra mitad, conteniendo la risa por el etnofrikismo pocholo.

Toda la vida han sobreentendido que existen dos tipos de personas: ellos y los demás. Lo aprendieron de sus papás y se lo han enseñado a sus hijos. ¿Acaso no es verdad que todo el mundo, izquierdas y derechas, jóvenes y viejos, tortillacebollistas y tortillasincebollistas, distingue entre un nosotros y un ellos? Sí, pero el nosotros de ellos tiene la mirada más cortita, se dice en voz más baja. Es más cómplice -y con frecuencia en un sentido literal-. Es un nosotros que recorre con la vista a los pocos a los que se refiere. Incluye, como mucho, a la familia, y con frecuencia no es más que un plural mayestático del yo. Las normas sanitarias, -como las señales de tráfico, la política fiscal o los requisitos para obtener un título universitario-, son necesarias para el vulgo aborregado que no tiene criterio propio, pero para ellos son meras amables sugerencias que les hace el personal sanitario, es decir, el servicio, que últimamente, ¿tú has visto?, está imposible. Son propuestas no vinculantes. Aquí lo único vinculante son mis santos cojones.

“Libertad” significa la posibilidad que han de tener ellos de hacer lo que les dé la puta gana y “libertinaje” es lo mismo, pero referido a los demás.

Reclaman libertad, pero no vengas a contarles milongas sobre la diferencia entre “estar libre de” y “ser libre para”. Qué rollo es ése de que la pandemia ha dejado claro que la libertad no se puede entender a escala individual, sino a escala de una sociedad política que los ve iguales que a sus mucamas. Qué patraña del marxismo cultural es ésa de que la regulación de la libertad ha de tener como principal propósito el bien común. Ellos, que no aceptan subordinarse a nadie ni a nada, tampoco van a aceptar que nadie les diga oraciones subordinadas. Su filosofía de la libertad se resume en la sentencia “no hay que confundir la libertad con el libertinaje”, en el bien entendido de que “libertad” significa la posibilidad que han de tener ellos de hacer lo que les dé la puta gana y “libertinaje” es lo mismo, pero referido a los demás. El “común” de “sentido común” tiene un vago aroma amenazante; se huelen que se empieza defendiendo el sentido común y se termina defendiendo el sentido comunista.

Al igual que ocurre con la educación o la sanidad, les parece muy bien que haya una libertad pública para el que no pueda pagarse una libertad privada. Pero ellos sí se la pueden permitir, que para eso se han pasado la vida heredando duramente. Están tan a favor de la libertad que incluso abogan por que la ciudadanía sea libre para elegir qué tipo de libertad quieren. Ellos lo tienen claro: libertad para colapsar un sistema sanitario cuya financiación a través de impuestos esquivan todo lo que la flexibilidad de sus recursos financieros les permite, libertad para decidir si se atienen o no a las leyes de un gobierno que no votaron; libertad, en resumen, para contagiar.