Los números nos hicieron como somos

Los números nos hicieron como somos

¿Es cierto que hay culturas que no tienen ninguna palabra para el número siete?

Top view on wooden cubes with numbers and colorful plastic bricks on white wooden table background. School, education and learning concept.goodmoments via Getty Images

¿Es cierto que hay culturas que no tienen ninguna palabra para el número siete? Ni para el seis o el cinco. ¿El aprendizaje matemático ha moldeado nuestra especie? Las dos preguntas (sí, creo que he contado bien) tienen una respuesta afirmativa. El antropólogo Caleb Everett ha publicado Los números nos hicieron como somos, un libro que usa la antropología lingüística y la cognitiva para desentrañar el misterio del homo matematicus. He conversado con Everett sobre cómo contamos (números, no historias). Por cierto, me cuento entre los que para sumar nueve a una determinada cantidad, en realidad suman diez y restan uno:

ANDRÉS LOMEÑA: Recuerdo que algunos personajes de El clan del oso cavernario aprendían a contar. Esa fue la primera vez que pensé en los números desde una perspectiva antropológica. ¿Cuál fue la suya?

CALEB EVERETT: Las semillas para pensar de forma distinta en los números se plantaron cuando era un niño y vi a personas que se diferenciaban bastante respecto a cómo contaban, o al hecho mismo de si contaban. Esto fue así porque pasé buena parte de mi infancia con indígenas amazónicos, como he contado en el libro. Más tarde, cuando ya era un investigador, me di cuenta de que algunas de las ideas aceptadas sobre los números en el ámbito de la academia no encajaban con lo que había presenciado. Ese fue el verdadero comienzo de un viaje para entender mejor cómo aparecieron los números y para comprender en qué medida habían tenido efecto en nuestra especie.

A.L.: Tu apellido es Everett, así que he pensado inmediatamente en otro Everett: Daniel. Por suerte, puedo contabilizar dos Everett en la antropología sin gran dificultad. Me consta que él rechaza la gramática universal de Chomsky. Usted recalca que los niños usan un marco lingüístico para contar números, lo que quizás contribuya a rebatir el llamado mito del lenguaje, es decir, esa idea de una gramática universal. ¿Es así?

C.E.: Es natural que Daniel Everett acuda a tu mente porque es mi padre. Como muchos otros antropólogos, lingüistas y científicos cognitivos, compartimos la convicción de que los investigadores no podemos hacer afirmaciones rotundas sobre el lenguaje o la cognición sin primero tener en cuenta la verdadera extensión de la diversidad de idiomas y culturas humanas, incluyendo las pequeñas poblaciones indígenas. Esos idiomas y culturas plantean desafíos a algunas teorías e ideas, como la “gramática universal”, que estuvo muy sesgada por los idiomas europeos que comparten una raíz común. No me disponía a desmontar la noción de gramática universal, es más, esa idea es un tanto irrelevante en el trabajo que hago. La verdad es que para muchos académicos de mi generación esa idea nunca fue demasiado convincente. Creo que la influencia del paradigma universalista ha disminuido mucho en las dos últimas décadas.

A.L.: Max Tegmark sostiene que la realidad es matemática. Según sus controvertidas ideas, las estructuras matemáticas, más que inventarse, se descubren. Me da que su enfoque es diametralmente opuesto... 

C.E.: No creo que las dos perspectivas sean necesariamente incompatibles. Esta es una forma de verlo: en la naturaleza se dan patrones muy claros. Por ejemplo, la circunferencia de un círculo siempre es más grande si se compara con la longitud del diámetro. Así que el número pi existe, y está ahí para ser descubierto, incluso aunque los círculos perfectos sean una especie de idealización. Pero el número real que asociamos a pi (3,14...) depende por completo del tipo de sistema numérico que inventó nuestra cultura. Los sistemas numéricos son invenciones que dependen claramente de la cultura, como se evidencia por su variedad: hay sistemas de base diez, de base veinte, de base seis, de base sesenta, y así sucesivamente. Las palabras que designan números, incluso las palabras que hacen referencia a cantidades como “seis”, son igualmente una especie de invento. El cómo se han inventado en una determinada cultura puede tener efectos enormes sobre la historia de nuestra cultura; esto tiene más que ver con el registro histórico que con su interpretación. 

Las personas suelen pensar que los números están en la naturaleza a la espera de ser descubiertos. En lugar de eso, la perspectiva que uso contempla los patrones de la naturaleza, pero nunca se hubieran descubierto esos patrones cuantitativos si no inventáramos números que se convierten en elaborados sistemas numéricos a través de las generaciones. Muchas personas no creen en los números como invenciones porque son herramientas cognitivas que pasan de una generación a otra, y la mayoría de nosotros las ha tenido desde muy temprano. Si observamos a adultos que no usan números, nos daremos cuenta de que resulta casi imposible “descubrir” la mayoría de cantidades o de patrones cuantitativos en la naturaleza sin heredar un sistema numérico. En mundos anuméricos, la mayoría de cantidades son borrosas e indistinguibles.

En América, los Maya usaron un símbolo para el cero mucho antes de que llegaran los occidentales.

A.L.: Los números, por tanto, carecen de sentido sin palabras que expresen esas cantidades. Sin embargo, he leído que las abejas entienden el concepto “cero”. Sé que es tramposo, pero para muchos podría ser una prueba suficiente de que los conceptos preceden a las palabras.

C.E.: Creo que hay una tendencia a confundir el símbolo escrito para “cero” con la cantidad equivalente a “nada”. La transcripción más antigua del cero que conocemos del viejo mundo está inscrita en una piedra en Camboya, cerca del templo de Angkor. Parece que se debe a una migración de ciertos números hacia el este. En América, los Maya usaron un símbolo para el cero mucho antes de que llegaran los occidentales. Los humanos, como muchos animales, pueden reconocer ese “vacío” como algo distinto del uno o del dos. Sin embargo, tener un símbolo matemático distinto para el cero es una cuestión completamente diferente, y usarlo como un marcador de posición en la notación matemática maya o en cualquier otra parece haber beneficiado el desarrollo de las matemáticas.

A.L.: Es fácil ver todo esto en el pasado, pero no sé hasta qué punto los números imaginarios, el concepto de infinito o algunas otras nociones matemáticas posteriores han modificado nuestra cultura en los últimos siglos.

C.E.: Diría que esos números exóticos tienen poco impacto, si es que tienen alguno, en nuestros procesos cognitivos cotidianos, en contraste con números como el seis, que transforma radicalmente procesos básicos de reconocimiento cuantitativo que se repiten constantemente en la vida moderna. Supongo que los números imaginarios tienen un cierto impacto cognitivo, pero quizás solo para los matemáticos.

A.L.: Como antropólogo, ¿cómo describiría a matemáticos como Daniel Tammet o John Allen Paulos?

C.E.: Como personas fascinantes con habilidades impresionantes. Sé que no es una respuesta muy elaborada, pero es importante tener presente que si esas personas hubieran nacido en culturas anuméricas, no habrían tenido las herramientas para refinar su talento, incluso si esas habilidades aparecen de forma precoz. Quizás esta analogía sea útil: para muchos aficionados al fútbol como yo, Messi es un genio. Entre otras habilidades, él ve patrones en el campo de juego que están al alcance de muy pocos jugadores. Esto le permite hacer cosas increíbles para atravesar la defensa. Se da un reconocimiento de patrones digno de un genio, aunque esto sea difícil de cuantificar. En todo caso, si Messi hubiera crecido en una cultura sin fútbol, esa habilidad nunca se hubiera materializado. Necesitó años de juego para que afloraran sus habilidades naturales, sean cuales sean. Nadie afirmaría seriamente que Messi nació como un genio del fútbol, aunque todos veamos que hay algo que le permite jugar con más “naturalidad”. Lo mismo se podría decir de los genios de las matemáticas, que no lo serían si no hubieran recibido las herramientas que otros inventaron y refinaron durante siglos.

Messi es un genio. Entre otras habilidades, él ve patrones en el campo de juego que están al alcance de muy pocos jugadores.

A.L.: Nigel Barley dijo que intentó decir algo sobre “cocinar” en otro idioma y en realidad dijo algo sobre “follar”. ¿Se dan esas confusiones con los números? En su libro cuenta que su hijo contó dos mares cuando en realidad se trataba del mismo mar.

C.E.: Sí, creo que el error de mi hijo es el típico que cometen los adultos cuando aprenden otro idioma. Muchas lenguas como el inglés distinguen entre los sustantivos contables (“tres coches”) y los incontables, que no pueden contarse del mismo modo (“tres barros”). Necesitamos añadir clasificadores, como “tres trozos de barro”. Esas distinciones varían en los diferentes idiomas y los principiantes suelen cometer errores que un hablante nativo puede encontrar divertido. Dicho esto, no hay nada tan embarazoso como confundir “cooking” con “fucking”.

A.L.: ¿Cuántas veces ha oído hablar de la muerte de la antropología? 

C.E.: Creo que la antropología goza de más salud en muchos aspectos de la que ha tenido nunca, sobre todo cuando ha llegado a ser un campo guiado experimental y cuantitativamente. Lo que quizás agoniza es una cierta faceta de la antropología que parece típica para la mayoría de la gente, la de los investigadores trabajando solos con un cuaderno y describiendo lo que ven. A pesar del conocimiento valiosísimo que se ha conseguido con las etnografías tradicionales, hay razones por las que esos métodos se han vuelto menos frecuentes. En la actualidad, aunque reconocemos la importancia de la diversidad cultural para entender el comportamiento humano, también estamos comprometidos con un análisis innovador de nuevas estructuras de datos, el llamado big data. Hay antropólogos genéticos, biológicos y cognitivos haciendo un trabajo rompedor que ilumina al homo sapiens de modos que eran imposibles hace veinte años.

A.L.: Denos algunas lecturas para no iniciados...

C.E.: Sugeriría, incluso para principiantes, la obra de Joe Henrich, un profesor de Harvard. Henrich investiga la evolución cultural y cognitiva mediante técnicas modernas, demostrando cómo la cultura dio y da forma a la evolución de nuestra especie. Recomiendo El secreto de nuestro éxito. También recomendaría al paleoantropólogo Daniel Lieberman (también de Harvard), cuya obra trata sobre cómo se transformó el cuerpo humano. Su libro La historia del cuerpo humano es muy accesible e informativa.

A.L.: Cuénteme su próximo proyecto...

C.E.: Para mi próximo libro estoy recopilando descubrimientos recientes que están redefiniendo nuestra comprensión del habla humana y cómo pensamos a través de la conversación. Esto incluye descubrimientos relacionados con cómo percibimos el tiempo, cómo pensamos los colores y cómo nuestras diferencias en la forma de la boca afectaron al desarrollo del lenguaje. Vivimos un momento muy dulce para dedicarse a la ciencia del lenguaje, sobre todo gracias a la frecuencia con la que se están publicando muy buenos estudios.

Estoy deseando que empiece la cuenta atrás para ver en las librerías su nueva obra.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).