'Matar cabrones'

'Matar cabrones'

Hay personas que roban el material del hospital y a las ocho de la tarde se asoman a la terraza a aplaudir. Verdaderos psicópatas (¡a los leones!).

Un león relamiéndose. handsomepictures via Getty Images

Por mucho que exista una corriente de cierto buenrollismo alrededor de todo esto de la pandemia, siento deciros que algunos sois unos auténticos cabrones. De hecho, este artículo iba a ir encaminado hacia las dudas existenciales que cada cual pudiera sentir en este momento y así, pensando en títulos de libros relacionados con el tema, me vino a la cabeza La insoportable levedad del ser. Un buen titular para el texto, pensé. Ya estaba dispuesto a escribir cuando eché un ojo a Twitter y leí algunos mensajes de WhatsApp. Entonces, el único título literario que me apareció serigrafiado en la mente fue Matar cabrones del inmortal Fernando Mansilla.

Cuánto le habría inspirado esta situación para componer y escribir a este filósofo de la vida cotidiana. Lo que nos hemos perdido. Si estuviéramos en la antigua Roma, sería fascinante tener la llave de la jaula del circo e invitar amablemente a que pasara dentro algún que otro individuo ad bestias -para ‘condena a las fieras’-.

Hoy mismo me comentaba un amigo cirujano que el déficit de material en su hospital es enorme y la mayoría se ha esfumado por robos. Por ello se encuentra situaciones tan surrealistas como que los acompañantes en la sala de espera estén con mascarillas FFP2, unas mascarillas con filtro especial que ya no quedan en el hospital, mientras los médicos no tienen para usar ni las de papel. Al parecer, siempre hay también un carro por planta con cajas de guantes y Sterilium -alcohol desinfectante- de los que ya no queda ni rastro. Incluso han arrancado el dispensador de Sterillium que estaba fijado a la pared. Poesía.

Recapitulando, hay personas que roban el material del hospital, después van al supermercado a hacer acopio de más productos de los que pueden consumir antes de que caduquen, y como punto final a su día, a las ocho de la tarde se asoman a la terraza a aplaudir. Verdaderos psicópatas (¡a los leones!).

Otra epidemia digna de ser tratada en el área de psiquiatría es la de las personas que reenvían audios de WhatsApp pertenecientes a supuestos médicos anónimos. O las cadenas de notas atribuidas a ‘expertos’ que se comparten, donde se habla sobre cuestiones secretas que nadie conoce, solo ellos. Ayer me pasaron un mensaje que decía que cerrásemos las ventanas de doce a cuatro de la madrugada y quitásemos la ropa tendida porque unos aviones militares iban a fumigar Sevilla, Cádiz, Málaga y Madrid. Delirante. ¿Y al que ha concebido la patraña no se le puede fumigar? Por cierto, la inventiva descarrilada de estos bulos suele ir acompañada de una terrible ortografía. Todos ellos, los farsantes y los que dan cabida reenviando sus tonterías (¡a los leones!). 

Damas y caballeros, salgan a votar a partidos no monárquicos el día de las elecciones y dejen los tímpanos de sus vecinos en paz.

No olvidemos tampoco a aquel que monta una pequeña rave desde la ventana de su casa para toda la comunidad, pinchando esa música electrónica tan estridente que solo gusta a los necios. Por favor, lacónico criminal en potencia, contrólate, no sabes si tu vecina de al lado está intentando descansar o si un anciano se encuentra enfermo en la planta de abajo (otro... ¡a los leones!).

El que ha proyectado contra la pared del edificio de en frente el videoclip de la canción Solamente tú de Pablo Alborán (¡a los leones!). No tienes por qué amenizar la jornada a nadie con tu dudoso gusto musical, colócate unos cascos y disfruta solo. ¿Es tan difícil de entender, humano inconsciente?

Me estaba acordando también de los que cantan pasodobles de carnaval en el balcón de su casa; estos indudablemente a los leones, y porque en la jaula no cabe un Tiranosaurios Rex, sino podríamos hacer un pack especial, junto a Spiriman, el bocazas mayor del reino, y todos los médicos que le imitan; carnestolendas y payasos en el mismo saco.

Ahora suena otro estruendo, una cacerolada al rey, no sé si para el emérito o para el actual. Sin duda, se lo merece el antecesor y la monarquía en general, pero esos que cogen sus cachivaches de cocina para hacer ruido, golpeándolos con un cubierto, también tendrían pase preferente en acceder a la jaula de los leones. Damas y caballeros, salgan a votar a partidos no monárquicos el día de las elecciones y dejen los tímpanos de sus vecinos en paz.

Hay personas que roban el material del hospital y a las ocho de la tarde se asoman a la terraza a aplaudir. Verdaderos psicópatas (¡a los leones!).

Aunque lo pueda parecer, a mi crítica no la mueve un ánimo belicoso, sino más bien el placer de imaginar a todos esos individuos reunidos muy lejos de aquí. De hecho, mis ataques de furia son como pequeñas tarjetas de felicitación navideña. Veo y oigo toda la inmundicia comentada y como mucho me sale un ‘váyase usted a la mierda, señor’ entre dientes.

A colación, estos días ando leyendo Calypso de David Sedaris -maravillosa novela- y en ella he descubierto una expresión rumana muy peculiar; los rumanos son líderes mundiales en materia de insultos: «me cago en la boca abierta de tu puta madre». ¿Se puede decir algo más jodido que eso?

Lástima que no me salga de manera espontánea. Al menos siempre podré recurrir al ”¡a los leones!”, y fantasear un rato, confinado en casa, hasta dibujarme una vil sonrisa en la cara.