No nos merecíamos esto

No nos merecíamos esto

Un Rivera hiperventilado dinamita el debate. No hay ganador y sí un claro perdedor de los dos debates.

Lo que es la vida. Albert Rivera ha pasado en 24 horas de hacer una apología melodramática del silencio a hablar a chorros, un raca-raca insoportable, monocorde y omnipresente que ha dinamitado cualquier intento de desarrollar una mínima idea. No sólo suya, sino de sus adversarios. Como un hooligan, se ha lanzado a la yugular de quien osara hablar, sin importar si eran adversarios o futuros socios en un potencial gobierno. Un excitadísimo Rivera lo quería llenar todo, espoleado por su éxito de la noche anterior. Un detalle: a los 40 minutos del debate de Atresmedia, Sánchez, Iglesias y Casado apenas habían consumido su vaso de agua. Rivera lo tenía casi vacío. Hablar, sin duda, seca la boca.

Por eso se ha agradecido que Iglesias, cansado ya de escuchar la voz de Rivera se hablara de lo que se hablara y hablara quien hablara, le haya afeado la actitud llamándole maleducado e impertinente. Se ha escuchado entonces un silencio reparador. Ha durado apenas unos segundos, pero han sonado a gloria. Luego más de lo mismo: Rivera ha acusado a Sánchez no menos de 20 veces —difícil seguir el cálculo— de estar nervioso, utilizando todas sus variantes: “Se pone nervioso”, “cuántos nervios”, “qué nervioso”. Como propuesta de futuro para España es, como poco, endeble.

Lejos de entrar al barro, Pablo Iglesias ha adoptado un perfil mitad presidencial mitad juez de tenis: se limitaba a mirar a izquierda/derecha/izquierda el cruce de improperios, insultos y ataques que se lanzan todos contra todos... menos él. A lo sumo emitía sentencia: “Estoy sintiendo mucha vergüenza por cómo está discurriendo el debate”, ha confesado harto de tanto barullo. De poco le ha servido, porque pocos minutos después Casado ha llamado a Sánchez “sucedáneo de presidente” y le ha definido como “el presidente más radical de la historia de la democracia”. Iglesias parecía en muchos momentos como el amigo que intenta explicar las virtudes del Ulises de James Joyce en mitad de una pelea de bar. La intención es buena, pero el fracaso está asegurado. 

Casado lo ha intentado, vaya que si lo ha intentado. Pero no le ha salido
  DebateAFP

Es cierto que el líder de Podemos ha pecado de intentar proponer ideas, plantear propuestas, explicar su programa electoral, defender su ideología. ¡Qué osadía! Incluso el tono bajo, moderado, transmitiendo calma entre tanta tempestad, ha podido ser convincente para los que de verdad aspiraban a asistir a un debate, no a un combate. Se le podrá reprochar muchas cosas a Iglesias, pero en estos dos debates ha ganado de lejos en educación y altura política. Resulta paradójico que el ‘ultra’ y ‘comunista’ Iglesias haya sido el que haya llamado a la calma, el que haya dicho que “fue muy respetable” la manifestación de Colón y el que haya defendido una y otra vez que se intercambiasen propuestas, no ideas y gritos. Los comunistas han dejado de desayunar niños a pedir moderación. Han pasado de asaltar los cielos a acunarse en nubes de algodón.

Casado lo ha intentado, vaya que si lo ha intentado. Pero no le ha salido. Ni propone ni dispone, sus bromas carecen de gracia y su deambular por lugares comunes dejarán indiferentes a los votantes que dudan entre coger la papeleta del PP o la de Vox. Dentro de un año, sólo sus acólitos serán capaces de recordar una frase, un gesto, algo de su intervención en los 240 minutos de los dos debates electorales. Por no verle ni se le ven ganas de llegar a La Moncloa. Tal vez la siguiente legislatura sea su momento.

Pedro Sánchez ha vuelto a salir magullado, pero no herido, de los dos debates que no quiso celebrar. Ha aumentado el tono, ha estado repetitivo en sus argumentos (enseñar dos veces un mismo documento no refuerza la denuncia, sino que la apaga por repetitiva) pero se ha fajado de los golpes a la mandíbula provenientes, fundamentalmente, de Rivera. Ha conseguido el gran objetivo: que después de los dos días ninguno de los que tuvieran previsto votarle se retracten. Ha zanjado cualquier posible ataque desde el primer momento al asegurar que no ha pactado con los independentistas y Bildu (en puridad, es cierto) y ha multiplicado la escenificación gestual: ha dicho más con sus muecas que con sus palabras. 

Sánchez ha estado menos consistente que la noche anterior pero ha conseguido que cuaje la idea de que en las elecciones del domingo no se elija entre partidos, sino entre izquierda o derecha. Con los decibelios por las nubes, ha cometido el error de regalar un libro de Santiago Abascal como respuesta a la copia de su tesis doctoral que le ha dejado en la mesa Rivera. No hacía ponerse a su nivel.

Los que iban a ser debates “decisivos” no han sido tal. No cambian las fichas del tablero y, aparte de puro divertimento, ninguna de las dos noches ha dejado un triunfador claro. ¿Lo ha sido el revolucionado Rivera? ¿El mesurado Iglesias? ¿El intrascendente Casado? ¿El conservador Sánchez?

No hay triunfadores, pero sí unos claros derrotados: los españoles. Como bien dijo Pablo Iglesias, no nos merecíamos esto.