¿Por qué no confiamos en los políticos?

¿Por qué no confiamos en los políticos?

Lo llamativo son las motivaciones que nos llevan a las urnas: la mitad de los españoles votaron para evitar que ganara la derecha o la izquierda.

Los candidatos a la Presidencia de España en el último debate electoral. Susana Vera / Reuters

Por Leticia Rodríguez Fernández, docente y directora del Grado en Comunicación Corporativa, Protocolo y Organización de Eventos, Universidad Nebrija:

Confiamos poco en la política, confiamos poco en la situación actual y las expectativas de futuro son similares. Si observamos los datos del barómetro del CIS, desde 1996 la desconfianza hacia la política es casi una situación permanente, solamente superada en momentos muy puntuales por otros aspectos como las expectativas.

En el último CIS, publicado en noviembre de 2019, se observa que ninguno de los líderes políticos españoles llega al aprobado en la valoración de los ciudadanos y los niveles de confianza resultan similares.

Sin embargo, lo más llamativo son las motivaciones que nos llevan a las urnas: la mitad de los españoles votaron para evitar que ganara la derecha o la izquierda. Cabe preguntarse en este contexto: ¿se está convirtiendo la comunicación política en una herramienta de polarización social?

Tras tres procesos electorales en el mismo año, dos generales y unas autonómicas, los partidos se han centrado lógicamente en la comunicación de campaña, marcada por tres premisas:

  1. El discurso político se ha desligado de la política legislativa: vivimos en una democracia sentimental. En la campaña permanente los partidos buscan la emoción como vínculo, motivando que la opinión pública reaccione más ante la emoción que ante los hechos. Los discursos de las principales formaciones políticas son cada vez más “corporativos o institucionales” y las decisiones o las propuestas, menos trascendentes. Retomando el CIS, tan solo el 6,3% de los votantes reconocía votar en función de las propuestas. Un porcentaje poco interesante para los partidos en la construcción de sus estrategias de comunicación. Recordemos: la mitad del electorado decía movilizarse por razones ideológicas. ` En la construcción de las narrativas de los partidos, remarcar la diferencia respecto al adversario político es una herramienta valiosa para reafirmar la identidad del electorado. En esa reafirmación tampoco caben acciones que aun siendo positivas para la ciudadanía (pactos de gobierno), afecten al apoyo de su electorado. A su vez, un relato poderoso refuerza las creencias y contribuye a que el electorado olvide con mayor facilidad los errores. Esta tendencia tampoco parece cambiar cuando se constituyen los gobiernos. Las decisiones tienden a comunicarse desde la perspectiva partidista, e incluso se ficciona el relato si puede hacer daño a la reputación del gobierno. En 1992, el sociólogo Steve Tesich hacía alusión al concepto de “posverdad” al referirse a una sociedad que aceptaba la mentira en política, ya que esta servía para protegerles de algo más aterrador: la verdad. En Europa, el brexit está siendo el mejor ejemplo de que las mentiras son muy válidas en la comunicación de campaña, aunque luego afecten al desarrollo de gobierno. Los políticos de la “posverdad” son líderes capaces de crear narrativas que nieguen el cambio climático a pesar de las evidencias científicas. La política (opinión pública y narrativa de los medios) se ha desconectado casi por completo de la política legislativa.
  2. La microsegmentación de audiencias ofrece perfiles muy precisos del electorado pero es un arma de doble filo que contribuye al refuerzo de las creencias, de la ideología, y por extensión, de la identidad política. Se recurre al impacto fácil y rápido que motive la interacción y se utilizan en ocasiones campañas de propaganda negra para desprestigiar al contrario. La microsegmentación es extensible también a la comunicación en otros medios. Los políticos terminan dirigiéndose únicamente a sus audiencias sin confrontar ni preocuparse por los discursos de otras formaciones ni sus potenciales consecuencias sociales. Lo vimos en el debate electoral a cinco. Pesó más el argumentario previo que la capacidad de improvisación: ningún político fue capaz de rebatir algunas de las mentiras que se compartieron en directo.
  3. Los hiperliderazgos: los partidos tienden a ofrecer una única voz, una única referencia válida. Se minimizan las voces disidentes dentro del partido y el resto de miembros, bajo estrategia coral, refuerzan el mensaje del dirigente. Estos líderes son capaces de depurar los problemas de los partidos y resultan además difíciles de sustituir, circunstancia que propicia el populismo.

Falta finalmente cierta responsabilidad social en la política que vaya más allá de los objetivos partidistas, que busque el bienestar de la sociedad. La comunicación debe ser una herramienta al servicio de la política, una herramienta que aproxime las autoridades a la ciudadanía y nos ayude a entender los objetivos y propósitos de quienes nos gobiernan.

Si me permiten finalizar con algo de humor, seguramente el lector entenderá que, aunque su cuñado no sea de su agrado, al final es familia política y eso nos “motiva” a ser capaces de dialogar en la misma mesa que compartiremos. Así, sin gobierno en estos días, cabe preguntarse si como votantes en futuros procesos electorales debemos caer en las trampas ideológicas o evitar el “cuñadismo” político.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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