Por una vez los españoles somos iguales

Por una vez los españoles somos iguales

Hoy los españoles somos lo mismo solo aparentemente, porque no es el confinamiento de todos simétrico.

.Manu Villena

¿Quién podía saber que estábamos viviendo los mejores días de nuestra vida? No somos conscientes del todo de lo que está pasando, pero es normal, porque siempre es la historia la que asienta y pone nombre a lo que ya ha sucedido. Haber sacado la vida de las calles llevándola a los dispositivos electrónicos es la mayor revolución de nuestro tiempo. Ahora habrá que ver qué cantidad vuelve a las calles y cuánta se queda para siempre en las redes.

En las alegorías medievales la peste solía aparecer como un esqueleto sobre un caballo blandiendo una guadaña con la que segaba las vidas de todos, ricos y pobres, reyes y esclavos por igual. En el Museo del Prado, entre la nube de turistas que (cuando fuimos libres) llenaban las salas de pintura flamenca para mirar un segundo El jardín de las delicias, de El Bosco, está El triunfo de la muerte, de Peter Brueghel. Es una obra infinitamente más importante esta última que la mayoría de Boscos que la gente busca para mirar lo que llevan toda la vida viendo en el póster de su habitación o en los libros y revistas. En esa pintura espantosa de Brueghel en la que tanto pienso estos días todos somos iguales, una legión de infelices que no esperaba a la otra legión, la de una muerte invencible y cruel.

No, no vivimos hoy la epidemia de peste en la que pensaba el maestro flamenco. Nuestra epidemia nos está matando mucho menos que aquellos 25 millones de muertos de 1348-1353 durante la Peste Negra europea, pero ayer perdí a un amigo, un gran coleccionista de arte que se ha extinguido lejos de los suyos. Son formas de crueldad diferentes entre aquella muerte del caballo y esta que no terminamos de saber en qué viaja.

La muerte nos hace iguales, y las pandemias suelen demostrarlo. Hoy los españoles somos lo mismo solo aparentemente, porque no es el confinamiento de todos simétrico. Esto, como todo en la vida, es cosa de dinero y así los pobres están viviendo unas dosis de miedo que los ricos (todos los que tenemos casa, Internet, comida y tranquilidad durante unos meses somos ricos) ni conocemos. En la comodidad de nuestras casas somos adictos a unos gráficos que nos ayudan mucho al dar la cifra de muertos. Es una aberración psicológica humana pero cuando los muertos pasan de cuatro o cinco dejamos de verlos como personas y pasan a ser cifras. Cada vez que damos los datos de judíos exterminados por los nazis deberíamos caer al suelo del dolor, pero no somos capaces de verlos más que como una cifra, como el dato estadístico de un horror que pasa a la ficción. Hoy, pasando los 16.000 muertos no llegamos a entender el dolor de casi 16.000 familias. No se sienta el lector culpable, es algo natural en nuestra anormal naturaleza.

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Hay otro factor, además de la parca, que nos unifica, que nos hace iguales es que da igual de dónde seamos. Este país padece un cáncer incurable en su centralismo que ha distinguido siempre a los españoles de las capitales y la periferia. No es algo anormal, Francia también lo padece pero mucho menos que nosotros, quién lo iba a decir. El desigual reparto de la riqueza, las muy distintas comunicaciones ya no nos importan confinados. La diferencia de unos políticos con otros nunca ha sido mucha, suelen ser malos pero hoy da igual que la capital de este país, que sigue siendo un reino, concentre todas las inversiones e infraestructuras.

Hoy, de hecho, puede ser hasta mejor ser murciano o cántabro, porque tenemos un menor número de contagios y da igual vivir en Tenerife porque no podemos ir a la playa. No sirven de mucho los museos de Barcelona y la ausencia de estos en mi ciudad ni podemos disfrutar los restaurantes de San Sebastián o el Teatro Romano de Cartagena. Esta mierda nos ha hecho iguales en nuestro aislamiento y es en las redes sociales donde estamos siendo nosotros mismos. Ahí la diferencia entre unos y otros es la calidad de la conexión y los datos, porque todos escribimos lo que podemos y sabemos. Estamos hablando sin acentos regionales ni diferencias de edad o recursos. Estamos siendo iguales.

Esto pasará, afortunadamente, pero no volveremos a la vida que tuvimos. No sé si lo que viene será mejor o peor pero será distinto en casi todo salvo en una cosa: volveremos a ser diferentes dependiendo del lugar en el que vivamos. Habrá cosas mejores, otras peores pero esa indecente arbitrariedad se mantendrá.

Son esas cosas que tiene mi España.