Ser comunidad

Ser comunidad

Llama mucho la atención como una sociedad en la que la noción pueblo es tan débil tiene unos índices facilitadores de la paz social tan altos.

MADRID, SPAIN - APRIL 03: A man leaning on his balcony with a flag of Spain recriminates a neighbor who is walking on the street on April 03, 2020 in Madrid, Spain. Spain ordered all non-essential workers to stay home for two weeks to help slow ...David Benito via Getty Images

Hace unos días el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, daba uno de esos mensajes a la nación de sábado a las 9 de la noche durante estado de alarma. Aludió en su discurso a un detalle con el que no pude evitar quedarme pensando. Dijo así: “no somos un grupo de 47 millones de personas unidas aquí por azar”. ¿Y es cierto?

En España nos hemos atribuido una gran ciudadanía y civismo, pero hemos cultivado poco la identidad del pueblo. ¿Por qué?

La noción común del nosotros es fuertemente administrativa y racional: estamos aquí juntos y debemos valernos de instituciones comunes para progresar en lo que nos afecta como colectivo. 

Si todos pasamos la misma sed, el agua debiera ser común, ¿no? A eso se le puede poner color y música, o simplemente colocar fuentes de agua potable por toda la ciudad.

Llama mucho la atención como una sociedad en la que la noción pueblo es tan débil tiene unos índices facilitadores de la paz social tan altos. España es uno de los países con la criminalidad más baja del primer mundo, tiene un muy solvente sistema sanitario universal, es icono mundial a favor de la igualdad de las minorías sociales y abandera probablemente la juventud más feminista de nuestro tiempo, por poner algunos ejemplos de logros comunes contemporáneos.

¿Qué pasa con lo que alicata todo eso? ¿Por qué no existe una relación entre las vivencias del país y su identidad colectiva? Por poner un ejemplo, recuerdo hace ya dos años cuando en la manifestación del 8 de marzo, cierto colectivo colgó una gran bandera de España de un edificio de Gran Vía rezando “Viva España Feminista”. La cosa acabó con un joven antifa escalando el andamio increpando a uno de los promotores de la iniciativa, al grito de “quita eso maricón”.

Llama mucho la atención como una sociedad en la que la noción pueblo es tan débil tiene unos índices facilitadores de la paz social tan altos.

Tras aquel suceso, no dude en acercarme al colectivo en cuestión y preguntar por lo ocurrido. Estaba fascinado porque se hubiesen atrevido a colgar una pancarta en medio de la manifestación del 8 de Marzo afirmando de nuestro país es feminista. Qué loco, ¡pero si España es facha! En la conversación pudimos darnos cuenta de que no hubiese pasado nada si alguien en Gijón se hubiese paseado por las calles de la ciudad con aquello de “Viva Asturias feminista” ese mismo día. Falla algo entonces.

Los españoles tenemos cierto miedo a la representación simbólica de nuestra identidad común. El fantasma de nuestro fracaso colectivo está por todas partes, vaga por las calles aún con fuerza toda una retahíla de desgracias sobre nuestro pueblo, que tanto animan a varios de nuestros congéneres a plantear identidades nacionales que superen a España como Castilla extendida.

Nuestro país está falto de momentos comunes, de rituales que no sean de oposición entre nosotros. En nuestro país, muchas veces ocurre que algunos sacan su bandera en contra de otros españoles, la bandera en España es un símbolo de oposición que te protege de lo que no es como tú, hay una presunción de idoneidad en la utilización de nuestro símbolo común.

¿Nos faltó un momento fundacional? No tenemos ni revolución francesa, ni revolución rápida y exitosa. Franco fue una revolución terrible y Fernando VII nos traicionó de mala manera.

¿Hay camino?

El penúltimo profesor que tuve en la carrera, Luque Reina, sevillano él, nos buenamente mostró en Historia de las Instituciones cómo en España durante el siglo XIX hubo una larga revolución con varios altibajos, la cual culminó con el asentamiento de la propiedad privada, el dinero como hoy es entendido y la legítima intervención del Estado en la vida común, dejando atrás los momentos en los que existían señoríos y jurisdicciones de los que en algunas islas de Canarias fueron verdaderos caciques.

Quizás sea eso, y a esta unión de reinos no le sirva tanto la mecha para quemar la Bastilla, sino una gran hoguera que apaga mal cuando llueve feo y se enciende cuando menos te lo esperas. Quizás sólo sea que aquí los cambios son más lentos y sostenidos, quizás, no lo sé, este país escriba su propia historia a un ritmo distinto.

Quizás tras esto que vivimos España esté un poco más preparada para sí misma, para quererse sin medias tintas tal y como es, asumiendo su historia, sus colores, sus desgracias, sus desamores y sus amores.

Hoy, en estos días, esta comunidad que no deja nadie atrás, esté aprendiendo a respirar unida a ritmo de aplausos y canciones que hablan de resistir, vencer y ser libres.

Quizás tras esto que vivimos España esté un poco más preparada para sí misma, para quererse sin medias tintas tal y como es, asumiendo su historia, sus colores, sus desgracias, sus desamores y sus amores, porque como escribiera Ana Sharife hace días en CTXT, “la historia no es rosa ni negra, la historia no tiene color.”

Estamos aquí para querernos y aceptarnos como somos, estamos aquí para ser iguales y darnos lo mejor entre, siempre, los distintos.