Sobre el sufrimiento y el dolor

Sobre el sufrimiento y el dolor

Schopenhauer defendía que la vida es dolor, caducidad y miseria, y que nuestra existencia carece de sentido.

'El Ángelus', de Jean-Francois Millet.

El Ángelus es un pequeño cuadro –apenas 66 x 55 cm– que realizó el pintor francés Jean-Francois Millet (1814-1875) en 1859. La escena representa a un par de campesinos que han detenido su labor diaria para rezar el Ángelus, la oración que recuerda el saludo del ángel a María durante la Anunciación. 

Se encuentran en la inmensidad de una desierta llanura, un horizonte habitado por la nada, y tienen su mirada fija en el suelo, en un cesto de patatas que se encuentra entre ellos. La postal transmite al observador no advertido recogimiento.

El propio artista describió de esta guisa el cuadro: “Lo he realizado pensando en cómo trabajando antaño en el campo, a mi abuela no se le escapaba, cuando oía tocar la campana, hacer que nos detuviéramos en nuestra labor para rezar el Ángelus para estos pobres muertos”.

A Salvador Dalí esta obra le sobrecogió sobremanera, hasta el punto de llegar a obsesionarle. Llegó a calificar El Ángelus como el cuadro “más turbador” de toda la Historia del Arte. Estaba convencido que tenía un significado oculto e intuía, aunque no tenía pruebas, que la postura de los campesinos era forzada. ¿Por qué se iban a congregar en torno a un cesto?

Schopenhauer defendía que la vida es dolor, caducidad y miseria, y que nuestra existencia carece de sentido

En 1963 Dalí se armó de valor y convenció a las autoridades del Museo de Louvre para hicieran una radiografía al lienzo. Mediante el estudio de los rayos X se comprobó que debajo de la cesta había una mancha negra. El cesto era un pentimento –del italiano pentimenti, arrepentirse–, el artista había cambiado de idea sobre aquello que estaba pintando. Bajo el cesto se escondía un ataúd de pequeñas dimensiones.

Lo que realmente había representado Millet era una oración previa a un entierro clandestino. En el siglo diecinueve la mortalidad infantil era muy elevada y muchos niños fallecían antes de ser bautizados, una situación muy incómoda para las familias ya que se les prohibía enterrar al finado en suelo sagrado.

Millet recreó el sufrimiento y el dolor de dos padres que entierran a su hijo recién nacido de forma encubierta. El pintor decidió sustituir en el último momento el ataúd por un cesto de patatas, probablemente, para evitar las críticas desairadas de la rancia burguesía de la época.

El sufrimiento no es ajeno al homo sapiens, por el contrario, es un ingrediente consustancial al ser humano. Una de las tesis más provocadoras de Arthur Schopenhauer (1788-1860), uno de los filósofos fundamentales de la cultura occidental, consistía en sostener que toda vida es, esencialmente, dolor.

Este filósofo era de la opinión que las experiencias placenteras no dejan huella en nuestras vidas y que en seguida nos producen zozobra e inquietud, emociones que nos obligan a buscar la satisfacción en nuevas experiencias.

Para Schopenhauer, la única forma de sobreponernos a esta situación es renunciar al deseo y al placer

El padre del pesimismo metafísico estaba convencido que el placer alivia solo temporalmente el sufrimiento y que a la larga genera más insatisfacción de la que ya existía previamente. Para Schopenhauer, la única forma de sobreponernos a esta situación es renunciar al deseo y al placer.

Defendía que la vida es dolor, caducidad y miseria, y que nuestra existencia carece de sentido. En concordancia con esta situación, en más de una ocasión afirmó que cuanto más conocía a los hombres más quería a su perro.

Este pensamiento influyó decisivamente en otros pensadores posteriores como Thomas Mann, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud o Pío Baroja, todos ellos cargaron sus reflexiones con tintes pesimistas.

No hay que pasar por alto que cuando en 1894 Baroja –médico de profesión– presentó su tesis doctoral la tituló El dolor. Un estudio psicofísico. Seguramente no habría llegado a ella sin las lecturas previas de la obra de Schopenhauer.

Andrés Hurtado, el protagonista de El árbol de la ciencia y alter ego de Baroja, es incapaz de adaptarse a la España de comienzos del siglo XX y sus vivencias le imbuirán en un pesimismo insoportable, una carga que le conduce, al final de la novela, al suicidio.