Un ejército de necios

Un ejército de necios

Este es el problema de España. Que hay una generación de políticos que han sustituido el diálogo por el decálogo.

Imagen de archivo de Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida. Borja B. Hojas via Getty Images

“Y el problema es que ellos son la renovación”, me dijo un amigo al observar el estado de profunda estupefacción en que quedé tras leer las palabras de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, aquellas dichas en el Parlamento regional de Madrid, el pasado jueves 3, de que si tras la exhumación de Franco del Valle de los Caídos “¿las parroquias del barrio arderán como en el 36?”. 

Y como era de esperar, el vicepresidente Ignacio Aguado, de Ciudadanos, echó un cabo a ver si también cogía foto en el electorado de extrema derecha: “Este Gobierno va a hacer todo lo posible para que en 2019 no vuelvan a arder como consecuencia de que alguien quiera imponer su ideología sobre otras”.

Debieron hacerle caso al prudente e imperecedero consejo de Abraham Lincoln de que “es mejor estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y disipar las dudas”. Que es, precisamente, lo que ha ocurrido. 

Además, está la suicida manía de creerse su propias intoxicaciones y mentiras. Esta matraquilla que une la exhumación del dictador con la Guerra Civil, es un clásico desde hace tiempo en la pertinaz campaña del odio agazapado en  las redes sociales. 

¿Están acaso acusando a los jueces del Tribunal Supremo que le han dado de forma rotunda y clara la razón al Gobierno para trasladar los huesos o la momia del dictador al mausoleo de El Pardo de estar haciendo un llamamiento al populacho para echarse a la calle a quemar templos y conventos?

Por otra parte, lo que pretende el gobierno, y avala el TS, es en esencia lo mismo que pretenden las instituciones gallegas y hasta el parlamento y la Xunta, para rescatar el Pazo de Meirás, sobre el que siempre se ha dicho, y ahora además hay indicios documentales, que en realidad fue un expolio forzoso disfrazado de una donación voluntaria. 

Esta matraquilla que une la exhumación del dictador con la Guerra Civil, es un clásico desde hace tiempo en la pertinaz campaña del odio agazapado en  las redes sociales.

No es extraño que el dirigente popular, Alberto Núñez Feijóo esté cada día más harto. En vez de apostar por el centro, hay un tic ya crónico, de tumbar a estribor que no lo cura, como se decía antes, ni el médico chino.

Es lo que tiene la insufrible frivolidad de algunos políticos a los que el recordado Lázaro Carreter en sus ‘dardos’, calificaría de ‘humanoides catatónicos’, que era una forma educada para no decir simplemente idiotas, estúpidos o bobos. Por eso quizás sea preferible sustituir lo de ‘conjura de necios’ en conjura de papagüevos, como decimos en Canarias a los gigantes y cabezudos de las fiestas de pueblo, aquí aplicado  a la interminable ‘fiesta popular’.

Si no se computan en el disco duro de la memoria histórica los antecedentes del anticlericalismo español, ‘la causa de la causa del mal causado’, sólo se estará haciendo demagogia, populismo del barato, y discursos preñados de odio.

Hay quemas de conventos en España ya en 1835, precedidas por la matanza de frailes en Madrid en 1834; luego en Barcelona, en 1909 durante la semana trágica… la expulsión de jesuitas por Carlos III antes, en 1767; el proceso de desamortizaciones de la Iglesia iniciado a finales del siglo XVIII con la de Godoy, y seguidas por las de Argüelles, Trienio Liberal, Mendizábal, Espartero, Madoz….contra la acumulación de bienes de la iglesia y órdenes religiosas. Una obra del escritor canario Benito Pérez Galdós, estrenada el 30 de enero de 1901 en Madrid, Electra, marcó el principio de una nueva ola de anticlericalismo al reflejar la historia verídica de una huérfana de padre, menor de edad, a la que un cura metió en un convento para administrar su gran herencia. Como ‘buitres por la pasta’, explica un devoto galdosiano. Clausurados los conventos en Francia, España se llenó de frailes, en medio de un creciente malestar por el poder de los vaticanistas. La madre recurrió, y al final ganó. La trama planteaba la separación entre la Iglesia y el Estado, habitual en Europa, y provocó una enorme conmoción. Cayó el Gabinete Sagasta que fue sustituido por otro que recibió el nombre de ‘Gabinete Electra’. En el fondo, las dos Españas que habrían de colisionar pocos años más tarde.

Pero no se aprende de los errores del pasado. En muchos pueblos de España, con ayuntamientos y asociaciones de vecinos de todas las ideologías (porque este es un problema transversal) está resurgiendo un anticlericalismo militante, en paralelo al vaciamiento de las iglesias y a la caída en picado de las vocaciones sacerdotales. Una de las causas, el procedimiento de las ‘inmatriculaciones’ que, gracias a Aznar, permite a los obispos poner a nombre del obispado, sin título de propiedad más que su sola palabra, propiedades que hasta ese momento no tenían dueño catastral por ser del común, o municipal o del patrimonio por costumbre. Así, plazas, ermitas, casas parroquiales, solares, campos, montes… en cantidad de varios miles, han pasado a mano y bolsillo de la Iglesia. Justo lo que en ocasiones anteriores ha desembocado en una desamortización.

Una vez que se termine el inventario, este será, sin duda, uno de los grandes conflictos de la próxima legislatura. Una demostración más de que la avaricia rompe el saco, y de que el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. O no, porque pueden caer hasta catedrales.

Este es el problema de España. Que hay una generación de políticos que han sustituido el diálogo por el decálogo.

Claro que no son solamente Isabel Díaz Ayuso, del PP, e Ignacio Aguado, de Ciudadanos, los únicos que han ejercido su derecho constitucional a meter la pata, y hasta a hacer el ridículo ante la gente con fundamento. También el alcalde madrileño, José Luis Martínez Almeida, pone su huevo en esta cesta: preguntado por un niño en un colegio que a quien ayudaría antes, tras los estragos de los incendios, si a la Amazonia o a la catedral de París dijo, sin dudar, que a la catedral de París, y ante el asombro general hizo como el Tenorio: “es de nobles acertalla, en lo honrado y principal, mas si la acierta mal, sostenella y no enmendalla”.

Aclaró que Nôtre Dame es un símbolo de Europa que hay que mantener.  Pero aparte de eso, la Amazonia es el pulmón de la Tierra. La catedral se puede  reconstruir, pero la Amazonia está desapareciendo para siempre. Y más con otro pro golpista de extrema derecha como Jair Bolsonaro.

Un verdadero hombre de centro, equilibrado y sensato, con las luces de cruce sin  fundir, le habría explicado a los niños que hay que ayudar tanto a los bosques amazónicos como a un monumento destruido por el fuego. Por cierto, Nôtre Dame, es propiedad del Estado francés.

Este es el problema de España. Que hay una generación de políticos que han sustituido el diálogo por el decálogo, el argumento por la consigna, la complejidad por la simplonería, y el equilibrio por la chulería.

Y así nos va. (Y eso que hoy no toca ni toco el guineo catalán).

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Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.