Violencia de género, ¿cómo estamos gestionando el debate?

Violencia de género, ¿cómo estamos gestionando el debate?

Me preocupa que, a raíz del rumbo que ha tomado el debate actual sobre la violencia de género, terminemos dando pasos atrás.

Rocío Carrasco en el episodio 8 de su docuserie.MEDIASET

Con el documental sobre el caso de Rocío Carrasco se ha conseguido poner nuevamente sobre la mesa el tema de la violencia de género, llegando además a ciertos espacios donde difícilmente se podía llegar. Mensajes tan claros como los planteados, han alcanzado a una audiencia a la que hubiera sido más difícil llegar de otro modo, y de forma tan efectiva.

La polémica levantada ha generado un sinfín de debates, pero nos queda algo fundamental: se está hablando mucho y con una tremenda variedad de perspectivas de la violencia que viven diariamente miles de mujeres en España y en el mundo. Pero ojo y este es el punto que quiero señalar, la violencia machista se extiende mucho más allá del ámbito de la pareja y eso se nos está desdibujando a ratos en el debate.

La violencia machista se extiende mucho más allá del ámbito de la pareja

Todo este impacto generado por el documental se ha evidenciado con el incremento en consultas, vía web y telefónica, sobre la violencia machista. Algo que ha puesto sobre la mesa también, la importancia de las instituciones y asociaciones, que desde hace décadas atienden y ayudan incansablemente, con muy pocos medios, a las mujeres víctimas de esta violencia.

Pero el documental y los debates han demostrado también que se puede, y se debe, utilizar la precisión conceptual, dejando pocas zonas grises para argumentos mercurianos y/o negacionistas; y además explicándolo de forma experta. Así, el debate sobre la diferencia entre la violencia de género y la violencia doméstica, o la utilización de violencia indirecta sobre las y los hijos por parte del maltratador, la violencia vicaria, ayudaron a clarificar estos conceptos.

Igualmente, en los debates salieron otros mitos como la custodia compartida impuesta, falacias como el SAP, o estereotipos como la mala madre, todos ellos desmontados con gran profesionalidad y precisión desde la argumentación que nos ofrecen los estudios de género.

Datos y argumentos en abundancia, de gran calidad y claridad, que evidenciaron la inconsistencia de mitos como “da igual, es el padre a pesar de todo”. El mito sobre el que se sostiene que las y los menores se vean obligados judicialmente a convivir con quienes maltratan a sus madres, contradiciendo la propia ley.

Queda por tanto aplaudir a Anais Peces, la directora del documental, así como a Carlota Corredera, la conductora del programa. Pero la efectividad de la comunicación social, desde el plató, no hubiera sido posible sin las intervenciones de Ana Isabel Bernal, Patricia López, Ana Pardo de Vera, Carme Chaparro y el resto de profesionales que acompañaron el debate. Supieron visibilizar, más allá del espectáculo que la situación ofrecía, cuanto menos dolorosa para ella y su entorno, la problemática social de la desigualdad que las mujeres experimentamos a diario.

Ahora bien, dentro de todo este proceso de intenso debate, amigas y amigos míos, hay un elemento que me está empezando a preocupar y mucho. No podemos olvidar que la violencia de género nos persigue dentro y fuera de las relaciones de pareja.

Fue precisamente la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género en el año 2004, la que respondió desde el estado de derecho a esta realidad sangrante, como en varias ocasiones he podido escuchar a una de sus madres, la socióloga y exsecretaria de Estado para la Violencia de Género, Soledad Murillo. Decenas de mujeres estaban siendo violentadas y asesinadas por sus parejas o exparejas, como sigue ocurriendo hoy, y el Código Penal no ofrecía la protección necesaria.

Dicha ley determinó que aquellas mujeres maltratadas o asesinadas en el marco de las relaciones afectivas de pareja, eran víctimas de la violencia de género. Desde entonces, a veces contra las políticas de Gobiernos que negaban esta realidad, se llegó al Pacto de Estado contra la Violencia Machista del 2017, que dejó muchas de las expectativas que defendemos desde el feminismo sin cumplir.

La violencia de género es un concepto bien establecido por el derecho internacional y los estudios universitarios de género y recogido por las Naciones Unidas. Se trata de la violencia que se ejerce sobre las mujeres y niñas por el hecho de serlo y tiene diferentes manifestaciones y/o formas; se sustenta en el sistema a partir de las desigualdades sobre las que este está estructurado, determinando roles basados en los estereotipos de género que están arraigados de diferentes formas en los contextos socioculturales a lo largo y ancho del mundo.

No se trata tan solo, repito, de las relaciones de pareja. El feminismo ha seguido su camino evidenciando ante la opinión pública el problema de esta realidad. Argumentos y datos demoledores frente a discursos negacionistas cada vez más pobres, que ya sólo dependen de las fake news para sostenerse. Las redes sociales y la mayor difusión de los estudios de género van poniendo de manifiesto globalmente que las mujeres seguimos viviendo en condiciones de desigualdad de derechos y oportunidades.

Aunque las conquistas legales vayan avanzando, aún nos queda un camino enorme por recorrer a nivel público. Es preciso traer esta perspectiva de género a la manera patriarcal en la que se “imparte justicia” en nuestros tribunales. Pero también, y sobre todo, necesitamos políticas públicas que contribuyan a mejorar la vida de las mujeres, a reducir las desigualdades y a vivir una vida libre de violencias. Todo ello sustentando en un sistema educativo donde la igualdad se traslade a todas las etapas de formación, generando el cambio social necesario.

Necesitamos políticas públicas que contribuyan a mejorar la vida de las mujeres, a reducir las desigualdades y a vivir una vida libre de violencias

En todo este trabajo, nuestro activismo es fundamental. Acciones mediáticas como el #MeToo o Cuéntalo han conseguido que millones de mujeres y niñas, aprendamos a reconocer estas situaciones o formas de opresión, control y violencia y nos plantemos ante ellas.

Hemos conseguido que en las violaciones se sitúe a los violadores en su papel de agresores y deje de culparse a las víctimas. Y cuando la justicia se niega a verlo, estamos ahí para recordárselo.

No aceptamos ya que se nos pague un menor salario por hacer lo mismo, o en ocasiones más, que nuestros compañeros y que tenemos derecho a la realización de nuestra carrera profesional en igualdad de condiciones sin tener que decidir entre nuestra vida personal, la familiar y nuestras profesiones. E igualmente sabemos que las mujeres migrantes, las mujeres en situación de precariedad, las madres cabeza de familia, necesitan respuestas a través de políticas públicas efectivas.

Tenemos más claro que nunca que no aceptaremos la violencia ni la explotación sobre nuestros cuerpos de ninguna forma, ni dentro ni fuera de una relación de pareja, ni bajo ninguna justificación.

Seguro que, si os hacéis una revisión acerca de esto, habéis conseguido identificar muchas otras formas de violencia sobre las mujeres que se tenían interiorizadas y asimiladas como “normales” y que sin duda ya no estamos dispuestas a tolerar.

Y tal vez, lo más importante aquí es que hemos entendido que todo lo que acabamos de describir forma parte de una larga carrera de desigualdades y constructos que terminan en violencias que allanan el camino a los feminicidios.

Pero os decía que había algo que me preocupaba y mucho… me preocupa que, a raíz del rumbo que ha tomado el debate actual sobre la violencia de género, terminemos dando pasos atrás y volvamos a la idea reduccionista de “la violencia que se ejerce en el entorno de las relaciones afectivas” pues ya habíamos salido de allí y habíamos ampliado la mirada.

Así pues, mi invitación es a no permitir que eso nos suceda. Que sin dejar de hablar de lo que pasa en lo afectivo y lo privado, también sigamos mirando fuera, porque lo privado también afecta a lo público; y continuemos señalando todo aquello que sostiene la violencia de género, en todas sus formas y contextos, pues esto nos compete a todas.

¡Hemos conseguido avanzar muchos pasos en este camino hacia una sociedad más justa y libre de violencias, no permitamos que nos retrocedan nunca más!