El valor de nuestra independencia

El valor de nuestra independencia

La independencia aún dista mucho de ser siempre bien entendida y respetada en nuestro entorno. Quien transita por la vía de la independencia tiene que verse solo y no seguir la carrera de forma rápida y cómoda. Tiene que caminar por senderos complicados, reinventándose, sobreviviendo, situándose aquí y allá, donde la razón y el derecho nos conducen.

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Foto: ISTOCK

Uno de los libros que me causó gran impresión siendo joven se titulaba El barón rampante, de Italo Calvino. Un argumento sencillo para una historia original. Su joven protagonista, en un gesto de rebelión familiar, se encarama a un árbol con el propósito de no volver a bajar. Y en los árboles permaneció hasta el final de sus días.

Cósimo Piovasco de Rondó, el personaje de la historia, marcaba con tan particular protesta su territorio. Sin abandonar la distancia que le permitiera estar dentro y fuera de las cosas, dejó de estar atado a la tierra. Vivió su libertad, sin ataduras, marcando así su independencia.

Vienen a mi memoria las andanzas del joven barón rampante al destacar el primer valor que identifica al Consejo de Transparencia y Buen Gobierno que me honro en presidir. Nosotros sí estamos aquí, no huimos de este mundo, mantenemos los pies en la tierra y convivimos con ambas partes, con ciudadanos y administraciones. Pero, como el protagonista de la historia, nosotros sí marcamos también territorio: nuestra independencia.

Una independencia que, a veces, incluso podemos confundir con un coste, cuando observamos críticas que pueden llegarnos de uno u otro lado. Pero, reflexionando, nuestra actuación libre e imparcial nunca puede representar un coste, todo lo contrario, es nuestro más preciado valor.

El Consejo de Transparencia es un organismo de los señalados en ocasiones como raros, por agruparse con otras corporaciones, como la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal o la Agencia Española de Protección de datos, en los llamados órganos reguladores.

Durante el primer año y medio de actividad, sin embargo, he tenido que defender la independencia de nuestro organismo y la mía propia, así como el trabajo objetivo de nuestras actuaciones. Pero, obras son amores, transcurrido el tiempo, hemos ido comprobando cómo nuestra labor ha acabado dando la razón a los argumentos.

De esta forma, hemos obtenido resultados, con paso firme, sin genuflexiones, sin más sometimientos que los obligados por la Ley y el derecho. En un primer balance, y tras el inicial escepticismo de la andadura, avanzamos en un diálogo permanente en la sociedad civil, con las ONG, con las academias, con las organizaciones profesionales, con las universidades y con el sector privado. Todos, convencidos de que la transparencia va muy en serio.

A pesar de las críticas que surjan, de las soledades que puedan llegar, permanecerá firme nuestra reivindicación constante de un trabajo destinado a la ciudadanía.

Hemos establecido alianzas territoriales con todas las comunidades autónomas, con las entidades locales y, fuera de España, con nuestros homólogos europeos y latinoamericanos. Hemos ganado en confianza, y a la vez en firmeza y responsabilidad, dando contenido y vigor a esa independencia que la Ley recoge y que la sociedad nos demanda y exige.

Nuestro camino parece idílico, lleno de bondades, ¡el devenir de la transparencia! Sin embargo, ese camino no siempre ha sido fácil, no siempre ha estado despejado.

La independencia también es confianza. Y todavía existe y se aferra, sin embargo, una extraña cultura que reacciona de forma negativa cuando la independencia no siempre está del mismo lado. La confianza, como bien saben quienes, como nosotros, viven de ella, se gana día a día, gota a gota, pero se pierde a raudales ante una interpretación contraria a una exigencia o un deseo.

La independencia aún dista mucho de ser siempre bien entendida y respetada en nuestro entorno. Se ensalza cuando lleva la decisión a nuestra parte, pero se ataca si no es así. Quien transita por la vía de la independencia tiene que verse solo y no seguir la carrera de forma rápida y cómoda. Tiene que caminar por senderos complicados, reinventándose, sobreviviendo, situándose aquí y allá, donde la razón y el derecho nos conducen.

Sin más compañía que su responsabilidad, sin más descanso que su objetividad, sin más aliento que el que garantiza la seguridad que concede la imparcialidad. Hemos aprendido a mostrarnos insensibles a los laureles de quienes nos ensalzan y a las críticas de quienes nos reprueban, ajenos a los halagos y a los reproches, sabiendo que seremos blanco del aplauso cuando damos la razón y censurados cuando se quita, pero tranquilos, asumiendo siempre el valor de la independencia.

Casi cinco mil ciudadanos han preguntado a la Administración y casi ochocientos, no conformes con la respuesta, han reclamado. La mitad de quienes reclamaban tenía razón, y la Administración ha tenido que dar la información que antes negaba. En otros casos, fue la Administración quien actuó correctamente. Y en medio, siempre, el Consejo, situado en el fiel de la balanza y cumpliendo una doble misión: velar por el cumplimiento de la Ley y fomentar la transparencia.

Tras cuarenta años de espera, tal vez no estamos entrenados a convivir con organismos independientes que, al margen de la contienda política, trabajan con rigor e imparcialidad, creando un nuevo modelo de cambio en la gestión pública. Y, sin embargo, es en este nuevo clima de pacto, negociación, consenso, servicio, trabajo colectivo, integración, participación ciudadana y rendición de cuentas cuando los organismos independientes resultan más valiosos e indispensables.

A pesar de las críticas que surjan, de las soledades que puedan llegar, permanecerá firme nuestra reivindicación constante de un trabajo destinado a la ciudadanía.

El Consejo celebra su primera parte del mandato, un año y cinco meses ya de actividad, con los pies en el suelo, sin huir de nuestro entorno, sin elevarnos sobre la tierra, sin romper con la gente que nos rodea... Pero, eso sí, marcamos nuestro territorio, como el barón rampante, orgullosos de exhibir la identificación que nos define, que enarbolamos y defendemos: el valor de nuestra independencia.