Hablar de ejército y de guerra tras los atentados es un grave error

Hablar de ejército y de guerra tras los atentados es un grave error

Hablar de ejército y de guerra refuerza la motivación de los fanáticos de Daesh. Les conferimos una dignidad que en absoluto merecen. Esta visión de guerra civil es la que espera Daesh; y es justo lo que debemos evitar. La emoción suscitada por los sangrientos atentados de Bruselas pondrá a prueba nuestra capacidad para evitar esta deriva.

Después del trágico balance de los atentados de París (17 muertos en enero y 130 el 13 de noviembre) y de los recientes atentados de Bruselas, la tentación de asumir que, a partir de ahora nos enfrentamos a un ejército invisible (pero un ejército al fin y al cabo) es muy fuerte, incluso irresistible.

Teniendo en cuenta la gran variedad de objetivos, los diferentes modus operandi y la repetición de ataques, ¿no se puede presuponer que se trata de un grupo infiltrado en una población de origen magrebí en la que Abdeslam y sus compinches se sienten como peces en el agua, a pesar de las omnipresentes fuerzas policiales? ¿Y que los instigadores de actos terroristas no afirman la calidad de su Estado, del supuesto califato encarnado por el Daesh?

Esto no es un ejército, tampoco es invisible, a lo sumo, un grupo de delincuentes.

No se trata, por tanto, de una guerra metafórica, sino de una guerra contra sus ejércitos: este fue el significado del mensaje que transmitió François Hollande, al que siguieron muchos otros, la noche del 13 de noviembre, que se confirmaría con los últimos atentados de Bruselas. Antes de profundizar más en este tema, es mejor reflexionar un poco: primero para comprobar la realidad y después para evaluar las consecuencias.

En primer lugar, ahora -tras la noche del 13 de noviembre- sabemos que en el momento había 10 autores de los atentados de París, apoyados por una red franco-belga de la que no teníamos mucha información, pero que es probable que estuviera compuesta aproximadamente de 20 miembros, si se tienen en cuenta a los padres de algunos de los asesinos. No es ninguna sorpresa: las armas se compran, la logística se organiza, los escondites se alquilan y los explosivos se fabrican.

Esto no es un ejército, tampoco es invisible, a lo sumo un grupo de delincuentes. Se trata de un grupo de criminales que luchan principalmente contra los servicios de inteligencia, las fuerzas policiales y la represión judicial. También cabe destacar que sabemos que unos pocos individuos son capaces de provocar un daño desproporcionado, como lo demuestra el lobo solitario de extrema derecha, Anders Breivik, que acabó con la vida de 77 personas en 2011 con una furgoneta cargada de explosivos y un arsenal personal de armas de fuego.

Al crear dos categorías de franceses y al hacer frente al terrorismo como si se tratara de combatir a un ejército, corremos el riesgo de caer en una lógica de lucha contra grupos e individuos, en un drama que pone en peligro a poblaciones enteras.

No se necesita tener un ejército para sembrar el terror. También se debe recordar que el terrorismo tiene muchas facetas: la masacre de Oslo fue el acto terrorista más mortífero de Europa después de los atentados islamistas de Madrid en 2004 (191 muertos) y los de París el 13 de noviembre.

Y ahora, las consecuencias. Daesh se considera como un Estado en pleno ejercicio, y sus mártires son presentados por la organización como combatientes de una armada que lucha contra todos los infieles. Nada les viene mejor que el hecho de ser tratados como un Estado que posee su propio ejército y sus combatientes. Les conferimos una dignidad que en absoluto merecen. Hablar de ejército y de guerra refuerza la motivación de los fanáticos de Daesh. Hablar de una armada en la sombra en aún peor: estos asesinos no son los sucesores de los héroes de la Resistencia.

Si bien es cierto que Daesh representa a una parte de la población de los países en guerra civil, especialmente Siria e Irak, en Europa occidental sólo es un agente de terrorismo que en ningún caso constituye un movimiento de masas. Una decena de millares de personas fichadas en Francia es demasiado, sí, pero sigue siendo una pequeña cifra de individuos en un país de 66 millones de habitantes, de los cuales cinco son de confesión musulmana.

Al crear dos categorías de franceses (los desechables y los no desechables), al declarar un estado de emergencia cuyos efectos pesarán siempre sobre la misma parte de la población y al hacer frente al terrorismo como si se tratara de combatir a un ejército, corremos el riesgo de caer en una lógica de lucha contra grupos e individuos, en un drama que pone en peligro a poblaciones enteras.

Esta visión de guerra civil es la que espera Daesh; y es justo lo que debemos evitar. La emoción suscitada por los sangrientos atentados de Bruselas pondrá a prueba nuestra capacidad para evitar esta deriva.

Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Irene de Andrés y Marina Velasco

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