Un Peña Nieto sin combustible

Un Peña Nieto sin combustible

El giro de acontecimientos del que vamos a ser testigos este año va a depender en gran medida de las decisiones en materia de energía y de las relaciones con el vecino Estados Unidos. Por alto que sea el elevado umbral de tolerancia de los mexicanos, el cúmulo de frentes abiertos del Gobierno hoy puede agravar las protestas en los próximos meses y forzar cambios

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Foto: EFE

Como quien estrena zapatos nuevos y ya le hacen rozaduras, México dejaba atrás un 2016 difícil para adentrarse cuesta arriba en el 2017. El repunte de la violencia se unía a la victoria de Trump en Estados Unidos, un presidente que achacaba a la extrema liberalización el paro y las malas condiciones laborales y proclamaba una deriva proteccionista, especialmente contra los acuerdos con su vecino del sur y con China. No parece que el nuevo presidente vaya a ser un calco del candidato que fue, pero todo apunta a que intentará cumplir algunas de sus promesas con respecto a las relaciones comerciales en la región de América del Norte.

Parte del daño ya está hecho; la desconfianza en los mercados hacía caer el peso a finales del año pasado, con previsibles consecuencias en la inflación. Van además varias plantas industriales que se repliegan dentro de las fronteras de EEUU por amenazas de Trump a través de la red social Twitter. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) puede sufrir profundos cambios en los próximos años y ahondar en las desigualdades entre sus Estados. Aunque México ha sufrido duros golpes por la apertura de su economía en el seno de este tratado, en una reapertura de las negociaciones volvería a ser la parte débil ante posibles amenazas de proteccionismo unilateral por el resto de Norteamérica. Asimismo, conviene no olvidar las graves consecuencias que tendría que el nuevo presidente estadounidense gravara, como prometió, las remesas, pilar fundamental de la economía mexicana.

Por si fuera poco, irrumpía, junto con la inflación, una subida sin precedentes del precio de la gasolina que seguía a un periodo de desabastecimiento. Esto es un ataque frontal a la reputación del actual presidente, Enrique Peña Nieto, quien ha ligado buena parte de su agenda política a la reforma energética. La empresa Pémex llevaba casi 80 años orgullosamente nacionalizada, pero en las últimas décadas se convertía en un agujero de deuda para el país. Como en otros países latinoamericanos, México apoyaba la mayor parte del peso de la financiación estatal en los recursos naturales. La idea era alcanzar un desarrollo económico estable y cabal sin ahogar fiscalmente a los mexicanos.

Con frecuencia, el porcentaje de la partida del petróleo en las finanzas públicas se acercaba al 40%, lo que exigía a los mexicanos pequeños desembolsos y permitía a la Hacienda no invertir grandes sumas en perseguir la evasión fiscal. La falta de reinversión en el sector petrolero -en los años setenta, uno de los más competitivos del mundo en términos de coste por barril-, minaba las posibilidades de innovación y modernización de esta industria. Llegaban los 2000 con un Pémex estancado en los 80 y con dificultades para construir nuevas y necesarias refinerías que obligaban al país a importar gasolina, lo que sentaba las bases para un intercambio energético deficitario. Las pérdidas se sumaban a la deuda del Estado en una sociedad desencantada con lo público y que presenta uno de los índices de percepción de la corrupción más altos del mundo.

El desentendimiento del actual presidente Peña Nieto de los desaparecidos y la poca atención prestada a la palpitante cuestión de la inseguridad se acumulan en la paciencia del electorado mexicano.

Para la llegada de Peña Nieto a la presidencia en el año 2012, era claro que debía realizarse una reforma del sector. No había, sin embargo, consenso sobre cómo debía afrontarse la misma: muchos consideraban que debía repensarse el modelo, pero manteniendo su carácter nacional; otros, que debía liberalizarse. Tampoco entre los que optaban por la segunda opción parecía existir un acuerdo sólido sobre los plazos o el cómo debía realizarse esta apertura del sector.

Pémex como industria estatal era por un lado gravada en exceso, hasta casi el punto de la asfixia, y por otro subsidiada en su producto final, la gasolina. Todo ello impedía que el sector evolucionara al ritmo que lo hace esta industria a nivel internacional. La gran apuesta política de la nueva cara del PRI, Peña Nieto, era la progresiva liberalización de Pémex, que ligaba con la modernización definitiva del sector y con el final de los gasolinazos, aspecto al que además hizo referencia en público y por escrito. Esta es una promesa difícil de mantener en tanto que la apertura supone vincular el precio del petróleo al del mercado internacional y a las variaciones entre la oferta y la demanda.

Como algunos analistas previeron, las nuevas condiciones de apertura, junto con la poco competitiva estructura del sector, devinieron en el desabastecimiento de importantes territorios del país, alteraciones en la demanda que afectarían finalmente al precio final de la gasolina y agravarían la situación de la ya empobrecida sociedad mexicana. Por su parte, el Gobierno ha alegado que el precio de la gasolina llevaba aumentando todo el año -por encima del 60%- y que hasta ahora había sido el Estado el que absorbía el gasto para mantener bajo el precio final, algo que ya no era asumible. Según los portavoces del Gobierno, había que elegir entre hospitales y escuelas y la subvención del precio de la gasolina.

Si bien una subida del precio de la gasolina tiene graves consecuencias en el resto de la economía del país, no han faltado voces esperanzadoras que ven en esta crisis una oportunidad para que México invierta en energías alternativas y redireccione su modelo energético hacia fuentes renovables y respetuosas con el medio ambiente. Estas voces eran ya críticas con la industria estatal por considerar que esta no revertía en una mejora de las condiciones de vida de la población y que había sido secuestrada por una estructura corrupta: una red clientelista constituida alrededor de Pémex que operaba prácticamente sin rendición de cuentas.

La relación de los mexicanos con la empresa Pémex ha ido variando con el tiempo hasta despertar hoy sentimientos contradictorios. La nacionalización emprendida por Lázaro Cárdenas en los años 30 es un mito nacional y se considera uno de los pasos cruciales del proceso revolucionario por el que México llegó a ser el país que es hoy. El descubrimiento de nuevos y ricos yacimientos en los años 70 permitió sobrellevar la dura década de los 80, que tanto afectaría a toda la región latinoamericana. En los últimos años, Pémex dejaba de ser considerada un motor de bienestar social para verse como una corporación clientelista que socializaba sus pérdidas. Aun así, la apertura del sector a la inversión privada era ya en 2012 una cuestión delicada.

La subida del precio de la gasolina, coincidente con la primera fase de liberalización, problematiza la visión de la reforma energética acometida y abre la veda para ponerla en cuestión, aunque la subida no sea consecuencia directa de estas políticas. Al encadenamiento de impactos en la economía se les une la incertidumbre por la victoria de Trump: México es uno de los Estados más industrializados de toda la región latinoamericana, pero su economía está profundamente ligada a la de los Estados Unidos desde finales de los 80, cuando viró sus intereses al norte y abandonó en parte a la región sur del continente.

En suma, el giro de acontecimientos del que vamos a ser testigos este año va a depender en gran medida de las decisiones en materia de energía y de las relaciones con el vecino Estados Unidos. Por alto que sea el elevado umbral de tolerancia de los mexicanos, el cúmulo de frentes abiertos del Gobierno hoy puede agravar las protestas en los próximos meses y forzar cambios en la reforma energética. En cuanto al papel de Trump, quizá sería sabio que México diversificara sus relaciones económicas para no depender en tal grado de otro Estado con el que además parte de una posición desaventajada en los procesos de negociación.

Aunque no salga del plano de lo simbólico, las referencias a la construcción de un muro junto con la visita de Trump como candidato al país ya dañaban el orgullo patrio mexicano. El desentendimiento del actual presidente Peña Nieto de los desaparecidos y la poca atención prestada a la palpitante cuestión de la inseguridad se acumulan en la paciencia del electorado mexicano y abren quizá una brecha en el casi perfecto sistema de partido único, cuando menos de facto. ¿Dispone Peña Nieto de combustible para acabar su sexenio?

La autora es miembro de El orden mundial del siglo XXI