Serás un héroe nacional cuando hayas muerto

Serás un héroe nacional cuando hayas muerto

Una impresionante cola salía de las puertas del Congreso para despedirse del expresidente de Gobierno. Una sociedad que se muestra agradecida con su democracia es una sociedad viva; aunque sea ante la muerte. ¿Agradecimiento? ¿Reconocimiento? ¿Simplemente luto?

La sociedad española rinde homenaje a Adolfo Suárez. Una impresionante cola salía de las puertas del Congreso de la carrera de San Jerónimo para despedirse del expresidente de Gobierno. Una fila casi infinita que seguramente representaba a la mayor parte de los españoles. Tal vez algunos fueran por ese impulso a ser protagonista de la historia, de poder contar pasado mañana que "estuvieron ahí". Aún así, es una muestra de agradecimientos personales a una figura e indirectamente un profundo apoyo de una sociedad a su democracia. Una sociedad que se muestra agradecida e identificada con su democracia es una sociedad viva; aunque sea ante la muerte. ¿Agradecimiento? ¿Reconocimiento? ¿Simplemente luto?

Como apunta el psicoanálisis y la teoría antropológica, el luto es una expresión de culpabilidad colectiva. Siempre está la sombra de que algo se ha tenido que ver con esa muerte. Por haber mandado a la guerra al soldado. Por no haber acudido a su solicitud de socorro o tal vez solo de cuidado o cierta atención. Por haber ahorrado abrazos, encuentros o besos. El luto como explosión emotiva por haber negado emociones y afectos. Hoy todos declaran su reconocimiento a Adolfo Suárez. Son unánimes los elogios hacia su figura. Parece una competición para ver quién le deja en mejor sitio, aunque algunos intenten, de paso, acercar los comentarios a sus intereses inmediatos, mostrando cierta falta de tacto. Con la muerte, viene la hagiografía. Pero ¿cómo fue valorado Adolfo Suárez cuando tuvo responsabilidades políticas? ¿Le dio ese afecto estando en vida? Echemos un vistazo a la memora del Centro de Investigaciones Sociológicas.

En una serie de resultados de distintas encuestas, en un período que va desde septiembre de 1978 a octubre de 1991, se observa que la máxima valoración que Adolfo Suárez obtuvo -entre un mínimo posible de 0 y una posible calificación máxima de 10- fue 6,06. Era julio de 1979. Es decir, tras haber pasado medio año desde la entrada en vigor de la Constitución y cuando había realizado lo que había prometido en ese: "Puedo prometer y prometo". El balance de ese cumplimiento lo calificaba la sociedad española con un aprobado alto. ¿Suficiente? A partir de entonces, desciende la valoración. En enero de 1981, poco antes del intento de golpe de Estado, obtiene un 4,64. Suspenso. Después, en marzo y con la retina de los españoles llena de su directo enfrentamiento en el Congreso al pistolero de uniforme verde, retoma cierto vuelo hasta una puntuación de 5. Un aprobado raspado a alguien que, según se dice ahora, salvó la democracia española con su arrojo. Tal vez se vieron otras cosas en el momento de la encuesta. En octubre de 1991, última vez que el instituto demoscópico pide a los españoles que valoren al ya expresidente, obtiene un 3,91. ¿Valoraron en su momento los españoles la labor de Suárez? Parece que, al menos, se distanciaron en gran medida y, por lo que dicen estos resultados, el afecto que le tenía la sociedad cuando ya apenas podía ser considerado como un contendiente político, cuando estaba en la metapolítica, no era especialmente alto. Hoy precisamente se le reconoce por esa situación metapartido, por haber estado más allá o por encima de los partidos políticos. Pero no en su momento.

Valgan algunas comparaciones, para establecer el contexto de tales valoraciones de la figura de Suárez por parte de la sociedad española. Felipe González, como líder de facto de la oposición, obtenía un 5,16 en aquel septiembre de 1978. Cuando Suárez alcanza el cenit en el cielo opinático, González le pisaba los talones con un 5,86. En marzo de 1981 llegaba al 6,42. En febrero de 1983, consigue el máximo de 7,46. Su mínimo, con 3,86, en septiembre de 1995, pocos meses antes de que perdiera las elecciones por menos de 2 puntos porcentuales.

A la derecha de Suárez, Fraga, que obtiene la calificación más baja de su serie, con 3,01 en aquel inicio de otoño del '78. No parece casualidad que la máxima valoración que figure en el casillero del político gallego, con 5,46 date de marzo de 1981. Momentos en que la clase política sale reforzada ante la sombra del golpismo. En octubre de 1991, cuando Suárez está en sus horas políticas más bajas, don Manuel queda, con una valoración media de 4,40, por encima del político abulense. La derecha, le había olvidado. La sociedad había retirado su afecto al político al que hoy, fallecido, rinde homenaje. Y que así sea. Ahora ya tiene un 10 en todas las encuestas.