Capítulo XI: El pato

Capítulo XI: El pato

Mister Proper puso el ipod en modo repeat, buscó Killing me softly y le dio al play. Era la canción de los anuncios de Mimosín. Recordó la letra: "En los momentos felices, que compartes con amor, no hay nada que sea tan suave como la suavidad que te doy... con mi amor".

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Nos encontramos en Marketinia, una ciudad habitada exclusivamente por logotipos publicitarios y personajes de los anuncios. Nuestra historia comienza el día en que la policía encuentra el cadáver de Mimosín, el osito del suavizante. Parece haber sido asesinado. Y de forma no demasiado suave. La noche de su muerte, Mister Proper, su desconsolado novio, había discutido con el peluche, y le había dejado en un bar, flirteando con su anterior pareja, el Gigante verde. Sin embargo, durante el entierro de Mimosín, Mister Proper se entera de que tras su partida, el osito había abandonado a su vez el bar, dejando colgado al gigante.

Aquella tarde, en su apartamento, Mister Proper puso el ipod en modo repeat, buscó Killing me softly y le dio al play. Era la canción de los anuncios de Mimosín. Recordó la letra del jingle: "En los momentos felices, que compartes con amor, no hay nada que sea tan suave como la suavidad que te doy... con mi amor". A duras penas, contuvo el impulso de llorar. Sacó una botella de tequila del mueble bar y empezó a ponerse chupitos a modo de anestésico. Cuando hubo apurado el sexto, sintió que ya estaba preparado.

Buscó en la estantería del salón los álbumes de fotos y empezó a repasar los dos últimos años de su vida. Allí estaban las instantáneas de los veranos en Ibiza, sus vacaciones de esquí en los Alpes, los viajes a Amsterdam, Londres, Nueva York, Berlín... Ah, Berlín, la Love Parade. Aquel si que había sido un fin de semana increíble. Pensaban haberse ido los dos solos, pero a última hora se les acopló Pato WC. Al principió se temieron que les iba a estropear la escapada romántica, pero no fue así. Pato era el compañero de viaje perfecto. Para empezar, con él te asegurabas que no habría gérmenes en ningún sitio. Antes de instalarse en el apartamento, revisó a fondo todas las hendiduras del inodoro y eliminó cualquier rastro de bacterias dañinas. Y luego, a la hora de salir de marcha, se apuntaba a un bombardeo. Ese fin de semana se hizo famoso en todas las discotecas con sus bailes, sus chistes, sus gritos y sus vuelos en círculo alrededor de la pista. A Mister Proper se le escapó un suspiro. Pato había fallecido a los pocos meses de aquel viaje. Cuando todos tuvieron que buscar nuevos oficios en Marketinia, él se decantó por piloto acrobático. Le volvían loco los aviones antiguos. Y encontró la muerte en una exhibición, cuando los mandos de su biplano fallaron al hacer un picado.

Mister Proper cerró el primer álbum y abrió el segundo. Éste era más antiguo. De cuando Mimosín y él aún no estaban juntos. Empezó a revisarlo de atrás adelante. Las primeras imágenes que había eran de la época inmediatamente anterior a conocerse. De repente, el tequila se le atragantó. Ahí estaba ese idiota. El anticristo en persona. Ese indeseable obseso a gran escala de la verdura. El Gigante Verde... Al mirarle se le revolvieron las tripas. Aún no sabía quién había matado al osito, pero lo que sí sabía es que la última vez que le vio con vida estaba en compañía de ese gran hijo de puta color acelga. Escudriñó una a una las fotos, pero aparte de comprobar que cada vez que posaban juntos, el gigante trataba de meterle su enorme mano al peluche, no descubrió absolutamente nada que le pareciera relevante.

Asqueado, pasó la página y llegó a la etapa universitaria de su ex. Eran escenas muy corales. Básicamente, retratos de grupo de los diferentes viajes estudiantiles. De pronto, algo llamó su atención. Era una de las fotografías, en las que unos cuantos jovenzuelos posaban delante de algún monumento en Italia. En ella Mimosín aparecía abrazado al cocodrilo de Lacoste. Recordó inmediatamente las palabras de Beefeater: Mimosín... el cocodrilo. Joder, tal vez el guardia de la torre no estaba tan borracho como parecía. Podría ser que cuando habló del cocodrilo, era a Lacoste a quien se refería.

Sacó la foto del álbum para observarla con más detenimiento. Y entonces se dio cuenta de que había algo escrito en el reverso. "Nuestras fosas nasales jamás olvidarán este viaje". ¡Y firmaba Lacoste! No había duda, aquellos dos se conocían más que de vista. Esta podía ser una pista importante.

Cogió el teléfono y empezó a marcar el número de la comisaría, pero antes de que sonara el primer timbrazo, volvió a colgar. Quizá, antes de contarle nada al Capitán Pescanova, sería preferible dejar reposar un poco la información e investigar por su cuenta. Por alguna razón, un policía con olor a fritanga no le resultaba del todo fiable.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.