El 'Quijote' para niños raritos

El 'Quijote' para niños raritos

En El Quijote se atiende al otro, al distinto, se entabla un diálogo con él y se llega a entender su postura. Cervantes no se erige en posesión de la verdad sino que esparce sus dudas, deja que los demás cuenten sus verdades. Ambigüedad, ironía (tan poco entendida ahora, mis disgustos me cuesta), matizaciones, incertidumbres, enmiendas, perspectivas.

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Mi primer acercamiento a Cervantes ni lo recuerdo. Cervantes era un bar de Ciudad Real, mi ciudad. Como lo eran Dulcinea, Sancho, Los Molinos, Rocinante... Claro, yo estaba rodeado del Quijote. Íbamos de excursión a la ruta de Cervantes. Visitábamos la prisión de Medrano, las cuevas de Montesinos, la casa del Caballero del Verde Gabán, los molinos. No puedo recordarlo, porque formaba parte de mi infancia, desde el primer momento. Lo que sí recuerdo es que nadie se acercaba al libro: era gordo, lejano, serio y antiguo. Salvo mi padre. En mi casa había varios ejemplares de la novela. Uno de ellos, ilustrado por Doré, era gigante, tan grande que cuando lo abría tenía que estar solo, sobre la mesa del salón (el salón para las visitas que nunca se usaba, qué tiempos). Ese momento sí lo recuerdo, la primera vez que lo abrí. Porque lo abrí y ya no estaba solo. Porque era imposible estar solo en aquella novela. Y no era lejano, ni serio, ni antiguo. Gordo sí, pero uno hubiera deseado que lo fuera más. Porque hablaba de mí. Me hablaba a mí.

Ya no me sentía como un bicho raro al abrir aquel libro gigantesco: descubrí un mundo al que me sentía pertenecer. Porque esa novela hablaba de todo y de todos, y de una forma tan cercana que casi se diría que el autor se despertaba de su tumba y te susurraba al oído, desde dentro. Porque en El Quijote se atiende al otro, al distinto, se entabla un diálogo con él y se llega a entender su postura. Cervantes no se erige en posesión de la verdad sino que esparce sus dudas, deja que los demás cuenten sus verdades. Ambigüedad, ironía (tan poco entendida ahora, mis disgustos me cuesta), matizaciones, incertidumbres, enmiendas, perspectivas: el autor reivindica dos derechos de los que poco se habla: el derecho a la rectificación y a la incoherencia. No hay ningún otro escritor (salvo Proust) al que me sienta más próximo: Cervantes entró en mí, yo entré en él. Desde entonces cervanteo por la vida.

Para un niño rarito nacido en La Mancha en las postrimerías del franquismo, ese libro hablaba de espacios abiertos, de desconocidos que se cruzan, de aventuras que se viven, de imaginación, de cruda realidad también.

Además, el Quijote trataba sobre dos hombres que buscaban aventuras y vivían y comían y dormían juntos, y eran dos hombres muy distintos, tan distintos que su amistad se hacía casi impensable a priori, e iban aprendiendo el uno del otro, casi se iban convirtiendo el uno en el otro. Y eso a mí me interesaba mucho, tanto que llevo más de veinte años haciendo lo mismo. No sé si soy Sancho o Quijote, pero no se trata de elegir para siempre, sino en cada momento. Para un niño rarito nacido en La Mancha en las postrimerías del franquismo, ese libro hablaba de espacios abiertos, de desconocidos que se cruzan, de aventuras que se viven, de imaginación, de cruda realidad también. Aquel niño rarito de entonces descubrió que había gigantes reales, que no eran molinos, que eran sistemas opresivos contra los que había que luchar. Y que había que ser muy Quijote y muy Sancho para sobrevivir.

Lo que sorprendía a mi familia eran las carcajadas. Nadie podía comprender que me riera tanto con esa novela que tanto asustaba. Salvo mis padres, claro. Mis padres sí lo sabían. Pero en el colegio el Quijote era una cosa horrible e ilegible. Aburrida. Y me temo que lo sigue siendo. En el colegio y fuera. Muchas veces me pregunto ¿es posible que la mejor novela escrita en castellano y una de las mejores novelas escritas en cualquier idioma siga siendo tan poco leída, cuando resulta que su lectura no solo no es aburrida sino que es una pura delicia, un puro entretenimiento, una delicada y gozosa experiencia de la que sale uno convertido en una persona distinta, que nos hace crecer, que nos renueva?

Háganse un favor a ustedes mismos y a los suyos, lean El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Léanlo y disfruten. Hablando ustedes además la lengua de Cervantes, párense un momento a pensar antes de seguir con sus quehaceres ¿se van a ir ustedes de este mundo sin probar uno de los más baratos y gratificantes placeres de los que se pueden gozar, la primera novela realmente moderna, con tanta miseria y tanta tragedia y tanta preocupación como tenemos? Vale.