'BYOD': una historia de vinos, cervezas y teléfonos móviles

'BYOD': una historia de vinos, cervezas y teléfonos móviles

La separación nítida entre espacio (y tiempo) de trabajo y de ocio se difumina con las nuevas tecnologías. Antes uno apagaba el desktop de la oficina, y hasta la mañana siguiente. Hoy, que la oficina la podemos llevar prácticamente en un aparatito de 150 gramos, las cosas no están claras.

La historia tiene orígenes etílicos. Todo empieza en los restaurantes de ciudades como Londres o Edimburgo, que a mediados de los noventa, y para atraer a la joven clientela que no podía costearse las copas de vino de la cena (en el Reino Unido el alcohol paga muchos impuestos), dieron con la fórmula del bring your own bottle (BYOB), lo que se puede traducir por "tráete tu propia botella". Es decir, el restaurante ponía la comida y permitía a los clientes llevarse su vino chileno o su Rioja para consumirlo durante la velada.

Pero no queda ahí la cosa. Los anglosajones, siempre tan prácticos, también empezaron a experimentar con la fórmula en el ámbito casero. En las desmadradas y ruidosas parties de estudiantes empezó a ser habitual aquello del bring your own beer ("tráete tu propia cerveza"). De esta manera, cualquier universitario sin medios podía organizar una fiesta por todo lo alto, pues eran los invitados los que debían llevar desde casa el pack con las cuatro o seis pintas que caerían esa noche.

De unos años a esta parte, el "traéte tu propio..." ha dado el salto a la tecnología. Es el BYOD o bring your own device ("tráete tu dispositivo"). Los más jóvenes de la oficina, pero también algunos directivos fascinados con el iPhone, la Galaxy o el iPad, trabajan casi más con su teléfono o tableta personal que con el PC de toda la vida. Muchos consideran que es más sencillo, divertido y productivo trabajar con el mismo aparato con el que luego, en casa, van a navegar por Internet, mandar mensajes de WhatsApp, oír música o ver películas.

La separación nítida entre espacio (y tiempo) de trabajo y de ocio se difumina con las nuevas tecnologías y con tendencias como el BYOD. Antes uno apagaba el desktop de la oficina a las 6 o 7 de la tarde, y hasta la mañana siguiente. Hoy, que la oficina la podemos llevar prácticamente en el bolsillo en un aparatito de 150 gramos, las cosas no están tan claras.

Si Carlos Marx levantara la cabeza, no lo creería. Y es que con esto del BYOD se da la paradoja de que ahora es el empleado el que pone, pagado de su propio bolsillo, el dispositivo -o el medio de producción, por ponerlo en la terminología marxista- con el que saca adelante su trabajo diario. Pero, los tiempos han cambiado y, lejos de considerarlo injusto, la mayoría lo ve como un privilegio y un derecho irrenunciable, aunque tenga que pasar por caja y abonar los 600 o 700 euros que cuesta un smartphone de gama alta.

El fenómeno es imparable. Una encuesta reciente encargada por Fortinet, fabricante de programas de seguridad informática para empresas, realizada entre jóvenes de 21 y 32 años (lo que los autores del informe denominan llamativamente la Generación Y), dice que más de la mitad de los españoles haría lo que fuera para seguir trabajando con sus gadgets y aplicaciones personales en la nube, aunque eso fuera contra la política de la empresa que les ha contratado. Todo con tal de no renunciar al último iPhone o al Dropbox, donde, por cierto, casi el 80% de los encuestados asegura que guarda documentos de trabajo y hasta claves de acceso a todo tipo de servicios.

La mayoría de los los jefes de informática aplauden el BYOD porque mejora la productividad del empleado y reduce costes para la empresa (pues en muchos casos no tiene que asumir la compra de los aparatos). Con la aplicación Facetime que traen de serie el iPad o el iPhone, cualquiera hoy monta una sesión de videoconferencia que hasta hace poco era privilegio exclusivo de directores generales. Sin embargo, las empresas van a tener que ponerse las pilas para satisfacer a esos usuarios con ganas de trabajar y experimentar sin comprometer la seguridad de unas aplicaciones corporativas a las que se puede acceder desde cualquier sitio y a cualquier hora.

Los empleados no son conscientes del malware que pueden generar, ni de las puertas que pueden abrir a hackers y ciberdelincuentes. Es más, muchos se molestan si les colocan un antivirus en su flamante teléfono móvil porque lo ralentiza. Además, ¿qué pasa con un empleado que es despedido y se lleva en su teléfono o tableta toda la información de la empresa con la que ha estado trabajando a diario durante años? Al fin y al cabo, es su aparato. La cuestión pendiente, pues, es cómo compatibilizar las ansias de libertad y confort de los empleados, que están dispuestos a hacer lo que sea para seguir usando su gadget personal, con la seguridad de la red de la empresa en la que trabajan. No creo que haya atajos para los jefes de sistemas. Las compañías tendrán que invertir para aprovechar las posibilidades del BYOD al tiempo que mantienen el control sobre sus datos más valiosos.

Pero en España tenemos otro serio problema. Con un paro juvenil que supera el 50%, las empresas en este país están quedándose -sin saberlo- obsoletas, carentes de ideas frescas. Tendencias como la nube, las redes sociales o el BYOD, que, querámoslo o no, van a cambiar las dinámicas en las oficinas y han llegado para quedarse, no tendrán pleno desarrollo hasta que la Generación Y no se incorpore al mercado laboral. Y para eso, por lo que parece, todavía falta mucho tiempo.