¿Una televisión libre es un oxímoron?

¿Una televisión libre es un oxímoron?

Ha sido el actual Gobierno el que hizo estallar el acuerdo de que a los responsables de la televisión pública había que elegirlos por mayoría de dos tercios en el Congreso, que tan buenos resultados estaba dando. Y así, TVE se ha vuelto a convertir en el juguete roto con el que se intentan blindar los conservadores ante las elecciones, ignorando que el afán de dirigir la opinión pública tiene más puntos de fuga que nunca a través de las redes sociales.

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La no-alcaldesa Esperanza Aguirre nos alertaba antes de las pasadas elecciones de que corríamos el peligro de dejar de ser libres políticamente si ganaba uno de sus rivales. Y es que Aguirre nunca ha tenido el menor reparo ético para colocar su discurso en las antípodas de sus acciones. Ella se ofrece como garante de una supuesta libertad que no hizo más que cercenar como presidenta de la Comunidad de Madrid mediante el control de la televisión que estaba en su poder, hasta llevarla a la extinción. Ni siquiera el vapuleado Gallardón se atrevió a hacerlo durante los años en que Telemadrid dependió de él.

Volvió Buruaga a la televisión pública nacional exigiendo que se le presuponga rigor periodístico. Afirma que "se acabaron las bromas" con respecto a la supuesta manipulación de la derecha en Televisión Española. Pero no es ninguna broma que TVE haya pasado en los apenas cuatro años de esta legislatura de haber logrado el milagro de independizarse en cierta medida del Gobierno y llegar a ser la televisión líder y mejor valorada por los españoles, reconocida y premiada internacionalmente, a convertirse una vez más en un esbirro del poder, degradada en audiencia y valoración.

"Ya está bien que los buenos sean de un lado y los malos de otro", dice Buruaga, a quien los espectadores y las redes sociales, por cierto, también le dieron la espalda en su estreno. Ojalá no tenga que ser así y pueda haber buenos periodistas, buenos directivos y buenos políticos de todas las tendencias. El defenestrado Gallardón, por estrategia o por convicción, lo demostró durante unos años en Telemadrid. Y, por el contrario, también los Gobiernos socialistas estrangularon durante casi dos décadas la posibilidad de una televisión desligada de los cargos políticos. Pero ha sido el actual Gobierno el que hizo estallar el acuerdo de que a los responsables de la televisión pública había que elegirlos por mayoría de dos tercios en el Congreso, que tan buenos resultados estaba dando, cambiando la ley a su conveniencia.

Y así, TVE se ha vuelto a convertir en el juguete roto con el que se intentan blindar los conservadores ante las elecciones, ignorando que el afán de dirigir la opinión pública tiene más puntos de fuga que nunca a través de las redes sociales y que los ejercicios autoritarios de control de la información hacen ahora más daño que beneficio a los que los promueven. Pero las consecuencias son también peores para los profesionales de esos medios, que pierden irremediablemente su prestigio y a sus espectadores.

Esta actitud suicida de los partidos con respecto a Televisión Española me recuerda la fábula en la que el escorpión le pide a la rana que lo suba a su espalda para atravesar un río. Antes de aceptar, la rana le advierte que si le clava su aguijón él también morirá, ahogado. Este promete no hacerlo, pero a mitad del trayecto inyecta su veneno mortal a la rana que, desconcertada, le pregunta: "¿Cómo has podido hacer algo así? Ahora moriremos los dos". Ante lo que el escorpión, antes de hundirse, le responde: "Es mi naturaleza".

En la recta final hacia las elecciones generales, los informativos de Televisión Española se han escorado aún más a favor del gobierno del Partido Popular, con directivos procedentes de la desmantelada Telemadrid y de La Razón, que fumigan cualquier intento de periodismo independiente. Resulta descorazonador que se dilapide un patrimonio y un presupuesto públicos y que el trabajo de miles de personas se ponga al servicio de intereses de partido a la vista de todos, con el consiguiente riesgo de que acaben despareciendo tanto canales como empleos, como ha sucedido en Valencia y Madrid, como resultado de la voracidad política. Y sobre todo, que durante el tiempo en que se mantienen esas gestiones interesadas, el ciudadano se vea desinformado por los medios que costea con sus impuestos.

Este país merece una televisión pública desvinculada del poder lo más posible, de la que vuelvan a poder estar orgullosos los ciudadanos. Los profesionales de TVE han demostrado que saben hacerla, como los de Telemadrid lo hicieron en su momento. Ahora solo falta que los políticos -los de un lado y los de otro, como dice Buruaga- tengan la vergüenza de respetar las reglas de juego democrático y no se apoderen de los medios para ponerlos a su merced cuando tienen mayoría. Ojalá el nuevo escenario de poder autonómico favorezca esa línea de trabajo. De esta forma quizás, poner en la misma frase las palabras "televisión" y "libertad" deje de ser una contradicción irreconciliable, un oxímoron que nos obligue a sonreír cínicamente.