¿Hay alguien que defienda las primarias?

¿Hay alguien que defienda las primarias?

Cuando se inventaron las primarias, algunos nos opusimos a las mismas, porque creíamos que aquello provocaría enfrentamientos entre militantes que no conducirían más que al rencor y al desgaste de quienes se alinearan alrededor de tal o cual candidato. Y así ha sido y así seguirá siendo, máxime cuando, además, en el congreso de Sevilla se aprobó profundizar en el error apostando por unas primarias de militantes y simpatizantes para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE.

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Foto: EFE

En la página 112 del documento base de la Conferencia Política que el PSOE celebró en noviembre de 2013 se puede leer:

"Entendemos que las primarias abiertas, además de un claro elemento de profundización en la democracia interna del partido, son una ventana de oportunidad para ampliar la base social del PSOE, al abrir la participación en estos procesos a sectores sociales progresistas que de otra manera no participarían en la vida política y orgánica del partido".

No hay manera de rebatir esa afirmación, por lo que quienes estamos en contra de esa forma de elección del candidato socialista a la Presidencia del Gobierno o a la Secretaría General, estamos remando a contracorriente y tenemos perdida la partida. Oponerse a la participación democrática en cualquier proceso electoral lleva aparejado el calificativo de aparatero y antiguo.

A pesar de ello, sigo pensando que ese sistema es malo para el partido socialista y para los militantes del mismo. O, mejor dicho, para los militantes de base, sin cargo orgánico o institucional.

Resulta incomprensible que un partido que tiene entre sus principios el de luchar para que las capas menos desfavorecidas de la sociedad tengan las mismas oportunidades que las mejor situadas, defienda una propuesta de elección que elimina de un plumazo cualquier expectativa que no tenga como destinatario al cargo público u orgánico remunerado. El resto de los militantes, con trabajo o en paro, no podrían, aunque quisieran, acceder a presentarse en la pelea por la candidatura.

Pongamos el caso de un afiliado socialista que decidiera competir en unas primarias cuando se convoquen. El afiliado aspirante trabaja en una empresa o está apuntado a las listas del paro. Frente a él tiene a otro candidato que es alcalde de una gran ciudad o diputado provincial, regional o nacional con sueldo institucional. El único que no podrá hacer ni campaña ni precampaña será el afiliado empleado en una actividad privada o en la función pública o que esté en situación de desempleo. ¿A quién le darían permiso en su trabajo para recorrerse todas las federaciones y para comparecer diariamente en medios de comunicación para hacer su campaña? ¿Cómo van a ser iguales las posibilidades de un secretario general que las de un militante de base de cualquier provincia española?

Elecciones primarias abiertas a todos los que quieran votar, pero restringidas para los que puedan permitirse el lujo de ser candidatos.

No creo en las primarias y no creo que crean en ellas quienes juegan con ventaja, con toda la ventaja desde la privilegiada posición de secretario general o de cargo público institucional u orgánico.

Cuando el sistema no era de primarias, los congresos determinaban la política, la organización y la orientación ideológica del partido socialista y, al final, se elegía a la persona que mejor encarnara lo que el congreso aprobaba. El debate precongresual y congresual era de una intensidad extraordinaria, pero los que allí discutían no se enfrentaban a personas, sino a ideas, a propuestas, a posiciones, por lo que la enemistad casi nunca hacía acto de presencia al tratarse, entonces, de enfrentamientos dialécticos y no personales.

Cuando se inventaron las primarias, algunos nos opusimos a las mismas, porque creíamos que aquello provocaría enfrentamientos entre militantes que no conducirían más que al rencor y al desgaste de quienes se alinearan alrededor de tal o cual candidato. Y así ha sido y así seguirá siendo, máxime cuando, además, en el congreso de Sevilla se aprobó profundizar en el error apostando por unas primarias de militantes y simpatizantes para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno por el PSOE.

Cuando hay una competición como las elecciones primarias, en donde no se pueden enfrentar ideas, propuestas e iniciativas, el resultado son patadas, bofetadas, rencillas y persecuciones. Las primarias solo alimentan sentimientos primarios y van contra el sistema de democracia parlamentaria que diseña nuestra Constitución.

No creo en las primarias y no creo que crean en ellas quienes juegan con ventaja, con toda la ventaja desde la privilegiada posición de secretario general o de cargo público institucional u orgánico. Solo aceptaría pensar que creen en ellas si quienes deciden presentarse dimiten de sus responsabilidades ejecutivas partidarias o institucionales. El nombramiento de una Comisión gestora que garantizara la neutralidad del aparato partidario haría más igualitaria la pelea por la candidatura. ¿A quién tratan de convencer con eso de la neutralidad del aparato cuando uno de los candidatos es el máximo responsable de ese aparato?

Según afirman algunos medios, El PSOE tendrá que modificar sus normas si quiere que el candidato a la presidencia del Gobierno en la posible repetición electoral salga designado por primarias, tal y como exigen las directrices del partido. Parece evidente que esas elecciones primarias no estaban pensadas para situaciones como las que se originaron después del resultado electoral del pasado 20-D. Si se trata de modificar las normas, me pronuncio por la vuelta a lo clásico. Primero, porque creo que es mejor para el futuro del partido. Segundo, porque dejarse arrastrar por la moda de Podemos es equivocarse, pues Iglesias es el primero en mantener una estructura marinera (¡Donde manda patrón no nada marinero!). Y tercero, porque todavía no conozco a nadie del PSOE que defienda el sistema de primarias. Con las primarias se ha pasado de los tiempos en que los órganos de dirección elegían al candidato, a otro en el que el candidato electo elige a los órganos de dirección y elabora su propuesta de Gobierno. Antes unos elegían a uno y ahora uno elige a los demás. Esos, unos elegidos por uno, ¿tendrán independencia y capacidad de oponerse a las directrices y designios del uno?