Turquía: una alarma que resuena en toda Europa

Turquía: una alarma que resuena en toda Europa

Las autoridades europeas tienen la obligación de advertir seriamente a Erdogan y al Gobierno de Turquía acerca de la importancia de su actual envite. Es ya una triste ironía que la Comisión proponga incluirla entre los países llamados "países seguros" siendo como es evidente que las elecciones legislativas del próximo 1 de noviembre, ya inminentes, se acercan en un clima de miedo y no de pleno disfrute de libertades civiles.

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En la sesión plenaria del Parlamento Europeo del pasado 6 de octubre en Estrasburgo, hemos hablado, mucho, de Turquía. De sus dos millones de refugiados que, junto con el millón doscientos mil del Líbano o los 700.000 de Jordania, nos hablan de varios países vecinos de la Unión Europea al límite de su capacidad.

Ni el Parlamento Europeo ni la diplomacia europea pueden resolver por sí solos, en origen, el prolongado, doloroso y sangriento conflicto en Siria. Ni pueden derrocar por sí solos la tiranía de El Assad, ni pueden tampoco derrotar al Estado Islámico por sí solos, ni pueden detener siquiera el crudo invierno que amenaza a los refugiados.

Pero sí pueden, y deben, ser exigentes con sus vecinos, y consigo mismos, en la aseguración y en el abastecimiento de ropa, medicinas y comida a los millones de refugiados que huyen del conflicto sirio. Y también para advertir a nuestros socios y a nuestros vecinos --Turquía, para empezar-- acerca de los peligros de esa escalada de violencia, de la violencia en Kurdistán y contra el PKK, que es una amenaza más para toda la región. Y de la represión del pluralismo político y mediático y sobre los activistas en pro de los derechos humanos, sobre los abogados de derechos humanos y sobre los manifestantes en su favor en Turquía. Porque todo eso, y mucho más, está pasando en la frontera más vulnerable de Europa.

Ante esa situación, las autoridades europeas tienen la obligación de advertir seriamente a Erdogan y al gobierno de Turquía acerca de la importancia del actual envite. Es ya una triste ironía que la Comisión proponga incluirla entre los países llamados "países seguros" siendo como es evidente que las elecciones legislativas del próximo 1 de noviembre, ya inminentes, se acercan en un clima de miedo y no de pleno disfrute de libertades civiles.

En un encuadre ya difícil, un brutal atentado terrorista tuvo lugar en Ankara el pasado 10 de octubre, dejando un reguero de muerte (más de un centenar de víctimas inocentes entre los manifestantes que se movilizaban ese día por la paz) y heridos sin precedentes en la reciente historia de un país muy convulsionado. Según las primeras pesquisas conducidas por el Gobierno turco, su autoría apunta al ISIS: tan sanguinaria y execrable acción de barbarie indiscriminada ha conmocionado a la UE y a la opinión pública mundial.

Nadie puede ignorar que Turquía es miembro de la OTAN y candidato a la adhesión a la UE; de hecho, es el más antiguo en la actual lista de espera. Independientemente de la viabilidad más o menos inmediata del completamiento efectivo de los protocolos de negociación, hay un dato innegable en la contemplación de la singularidad turca: la relación preferente de Turquía con la UE resplandece no ya solo a la luz de las exigencias de la nueva política de vecindad sino por su política de frontera exterior directa y puerta de acceso de Asia y Oriente Medio al territorio de la UE y consiguientemente, al Espacio Schengen de libre circulación de personas, con todas las tensiones que sufre en este momento.

Turquía no puede -nadie puede- combatir por sí sola y con cargo exclusivo a sus propias fuerzas, las amenazas proteicas de lo que conocemos como "terrorismo internacional".

Turquía ostenta por tanto un carácter estratégico en la estabilidad regional: precisamente en un entorno que lleva ya cierto tiempo siendo el más torturado y explosivo por la multiplicación de conflictos que basculan entre la media intensidad y el riesgo de guerra abierta y "total", tal como lo describió el presidente Hollande durante su intervención en el Pleno de Estrasburgo del pasado 6 de octubre.

En ese entorno regional, la política exterior turca ha adquirido, con voz propia, una vocación de liderazgo crecientemente asertiva, desvinculada y no vicaria de otros actores regionales.

Turquía no puede -nadie puede- combatir por sí sola y con cargo exclusivo a sus propias fuerzas, las amenazas proteicas de lo que conocemos como "terrorismo internacional", y desde luego no puede por sí sola aniquilar las variaciones del terrorismo yihadista y el integrismo suní del llamado "Estado islámico" (ISIS). Pero tampoco puede solo contra el terrorismo doméstico (PKK, y el nuevo terrorismo vinculado a la extrema izquierda maoísta, DHKP-C).

La UE debe asumir su responsabilidad a la hora de asistir a Turquía en su combate contra el ISIS (en Siria y en Irak) y en su manejo de la cuestión kurda (y el PKK). Y debe hacerlo de forma exigente y coherente con los estándares democráticos de su estatuto formal de candidato a la UE.

Además, la UE debe aprender a ser relevante en Siria y en la gestión del actual impasse en el interminable conflicto israelo-palestino. Supuestamente, este asunto debería haberse erigido en una virtual ratio essendi del tránsito que la actual High-Representative, Federica Mogherini, pretendía liderar desde la condición de mero pagador de la UE a la de actor relevante: a player, not only a payer!.

A estas alturas, y por el momento, Mogherini arriesga decepcionar, como en su día hizo Katherine Ashton. Se encuentra todavía muy lejos, y muy por debajo de las expectativas alumbradas cuando asumió el cargo. Su política meramente declarativa parece orientada, al menos hasta la fecha, por su preocupación de no molestar a nadie: no levantar ampollas, no pisar ningún callo... pero tampoco aventurarse a resolver ningún problema.

Mientras, la inestabilidad regional y el terrorismo campean, ante un escenario de inacción, con una sucesión de duelos y la resurrección de un nacionalismo agresivo que reanima una deplorable ola de realismo sucio (Real Politik de la peor clase) en política exterior.

También en esto -en este escenario tan focalizado en Turquía- le va a la UE la resolución del dilema entre su proclamada voluntad de relevancia externa o su resignación al cinismo de la impotencia y de la insignificancia.

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Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada con premio extraordinario, Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, becario de la Fundación Príncipe de Asturias en EE.UU, Máster en Derecho y Diplomacia por la Fletcher School of Law and Diplomacy (Tufts University, Boston, Massasachussetts), y Doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia, con premio extraordinario. Desde 1993 ocupa la Cátedra de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Es, además, titular de la Cátedra Jean Monnet de Derecho e Integración Europea desde 1999 y autor de una docena de libros. En 2000 fue elegido diputado por la provincia de Las Palmas y reelegido en 2004 y 2008 como cabeza de lista a la cámara baja de España. Desde 2004 a febrero 2007 fue ministro de Justicia en el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En octubre de 2007 fue elegido Secretario general del PSC-PSOE, cargo que mantuvo hasta 2010. En el año 2009 encabezó la lista del PSOE para las elecciones europeas. Desde entonces hasta 2014 presidió la Delegación Socialista Española y ocupó la presidencia de la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior en el Parlamento Europeo. En 2010 fue nombrado vicepresidente del Partido Socialista Europeo (PSE).