Soft Power

Soft Power

Por enésima vez, pero no es molestia, una televisión programó hace un par de noches 'Fort Apache'. Es mucho más que una gran película; es una demostración impagable de lo que significa para EEUU 'soft power', poder blando, la forma de gobernar el mundo por hipnosis.

Por enésima vez, pero no es molestia, una televisión programó hace un par de noches un clásico inmortal: Fort Apache, John Ford, 1949. Lo cómodo sería comentar aquí que es una gran película, pero ocurre que es mucho más que eso; es una demostración impagable de lo que significa para Estados Unidos la noción de soft power, poder blando, la forma de gobernar el mundo por hipnosis, y no mediante el desembarco de los marines, que es verdad que una cosa no excluye la otra.

El gran western de Sean Aloysius O'Fearney, nombre de cédula del también director de El Hombre tranquilo, está fabricado con las materias primas más elementales, sencillas y directas: honor, valor, patriotismo, amor y dosis siempre medidas de violencia. Por supuesto que es una epopeya del imperialismo norteamericano, propaganda en último término de un way of life que no necesariamente es el que más conviene al resto del planeta, pero ¿puede eso negar la emoción, impedir que se aprecie la feliz combinación de elementos dramáticos, interpretativos, paisajísticos y entrañablemente contagiosos? Si Felipe II hubiera tenido agentes imperiales como John Wayne y Henry Fonda mejor le habría ido a la monarquía hispánica. ¿Qué habría podido hacer la leyenda negra, incluso cuando no era leyenda, contra las mejores piezas de la épica de Hollywood? Y, en definitiva, la propaganda está mal cuando va a favor de los malos, pero ¿quién osaría criticar el momento de Casablanca en que Bogart autoriza a la orquestina a que toque la Marsellesa y toda la sala se lanza a cantarla desafiando la ocupación alemana?

EE UU ha gobernado mal que bien el mundo mucho más efectivamente con el gran western, el thriller o la comedia romántica que con la espada; es más, con la espada lo han hecho rematadamente mal, y el declive del gran cine de Hollywood ha de tener algo que ver o viceversa con el repliegue de las posiciones norteamericanas en el mundo hoy en curso. Pero como no hay obra de arte que resista al manoseo de los vándalos locales Fort Apache no podía ser la excepción. En la proyección que comento, rigurosamente doblada, uno de los sargentos, Pedro Arméndariz, cuando tiene que dialogar con el gran jefe indio Cochise lo hace en una enigmática lengua que el espectador tiene todo el derecho a suponer que es puro apache chiricahua, pero si uno tiene la fortuna de ver la película en inglés, descubre, en cambio, que el actor mexicano se dirige al noble salvaje en correctísimo español del DF. Es decir, que el doblaje español llegó al extremo de inventar una lengua para soslayar la incómoda situación en que Armendáriz tuviera que traducir para beneficio de John Wayne del español al español.

Pero remiendos aparte, Fort Apache, una de las obras de la trilogía fordiana a la mayor gloria de la caballería norteamericana, es la mejor explicación de por qué y cómo EE UU hubo un tiempo en que dominó el mundo. Ni siquiera el cine es ya lo que era.