Abrir la campaña en la valla de Ceuta

Abrir la campaña en la valla de Ceuta

Tomar el ferry desde Algeciras. Saber que te espera al final del camino la valla de la vergüenza donde hace apenas dos años morían 15 personas ahogadas bajo las balas de goma. Pero, ¿por qué abrir la campaña allí? ¿Por qué este gesto, "con la que está cayendo"? Voy a desgranar los tres motivos por los que ayer cruzamos el Estrecho.

MIGUEL ÁNGEL VÁZQUEZ

Volvemos a Ceuta, a la valla infame. No es la primera vez que hacemos este gesto simbólico y reivindicativo, aunque ojalá no sea necesario repetirlo muchas veces más en un futuro cercano. Varios y queridos son los compañeros de Por Un Mundo + Justo que se acercaron a nuestra frontera sur para realizar esta peculiar pegada del cartel electoral para dar inicio a la campaña.

Ayer, como ya tuviera ocasión de hacer en las apasionantes elecciones europeas de 2014, me volvió a tocar agarrarme a esos alambres y a mirar ese mar. Cuántas emociones concentradas. Cuántas vidas.

Volver a Ceuta. Tomar una vez más ese ferry desde Algeciras. Saber que te espera al final del camino la valla de la vergüenza donde hace apenas dos años morían 15 personas ahogadas bajo las balas de goma. Atravesar el Estrecho. Pensar en los muertos bajo esas aguas, en la de viento que hace, en cómo mueve el gigantesco ferry el oleaje, en cómo tiene que ser esto de noche en un cayuco.

Tocar tierra. Correr a la frontera. Ver la valla. Tomarse el pulso y contenerse la emoción y el nudo en la garganta. Murieron justo ahí.

Clamar un mensaje. Pegar un cartel. Hacerse una foto para las redes. Ahora que no mira nadie, una lágrima. Al hostal a escribir este texto.

Atravesar el Estrecho. Pensar en los muertos bajo esas aguas, en la de viento que hace, en cómo mueve el gigantesco ferry el oleaje, en cómo tiene que ser esto de noche en un cayuco.

Pero, ¿por qué abrir la campaña en la valla de Ceuta? ¿Por qué este gesto, "con la que está cayendo"? Voy a desgranar, desde lo más evidente hasta lo fundamental, los tres motivos por los que ayer cruzamos el Estrecho con el vértigo de quien es consciente de por dónde está pasando.

El primer motivo y, como digo, más evidente, por el que llevamos el cartel a Ceuta es para visibilizar y denunciar las injustas y opresivas políticas migratorias de nuestro país. Unas políticas que, cuando se cumplen, son una imposible carrera de obstáculos para las personas migrantes pero que, además, no siempre se cumplen.

Incluso, en una delirante vuelta a la tortilla, cuando no se cumplen, se retuercen los códigos para convertir ese incumplimiento en ley. Las devoluciones en caliente, prohibidas incluso por la insensible Unión Europea, son quizá el ejemplo más evidente de ello. También podríamos hablar de la aún no explicada, ni justificada por ningún dato, exclusión sanitaria a las personas migrantes.

Vivimos en un país en el que es más sencillo y posible, para una persona migrante que quiera venir a compartir sus sueños y su vida con nosotros, intentar entrar de manera irregular que encontrar algún cauce legal para hacerlo. Esto afecta también, claro, a las personas refugiadas. Es evidente que tenemos un problema grave. Nuestras políticas obstructivas fomentan, con su falta de vías legales, la aparición de mafias y ponen en riesgo la vida de muchas personas.

Vivimos en un país en el que es más sencillo y posible, para una persona migrante que quiera venir a compartir sus sueños y su vida con nosotros, intentar entrar de manera irregular que encontrar algún cauce legal para hacerlo.

Como me decía mi buen amigo Yoro, migrante de Gambia, "al que viene huyendo del hambre o de una bala no le detienen un cayuco o unas vallas". Pues eso.

El segundo motivo, fundamental para aquellas personas que queremos seguir creyendo en los derechos humanos y en la justicia, es reivindicar a las 15 víctimas del Tarajal. Desde aquel fatídico 6 de febrero de 2014, la pegada del cartel en la valla adquiere un tinte dramático, por un lado, y de profundo homenaje, por otro.

Aquella madrugada, cuando varias personas intentaban entrar a nado en España atravesando el espigón del Tarajal, 15 de ellas morían ahogadas bajo las más que documentadas balas de goma y botes de humo de la Guardia Civil. A día de hoy, sigue sin haber justicia para esas víctimas, responsabilidades depuradas ni el más mínimo gesto de respeto o de homenaje a las personas muertas. Muchas no tienen ni el nombre puesto en el lugar donde las enterraron.

Para mayor deshonra, no hace ni una semana que nos enterábamos de que se han denegado los visados a los familiares de las víctimas. Familiares que, más de dos años después, aún no han podido ver las tumbas de sus hijos. Familiares que se enteraron de su muerte varios días después por la prensa y por los activistas.

Para que ganemos perspectiva, ¿se imaginan que hubieran sido 15 alemanes los que hubieran fallecido en esa playa de esa manera? Pero estos eran "irregulares", que debe significar que se es menos persona o algo. Las 15 flores rojas que dejamos ayer en la valla junto al cartel quedan de homenaje y llanto.

¿Se imaginan que hubieran sido 15 alemanes los que hubieran fallecido en esa playa de esa manera? Pero estos eran "irregulares", que debe significar que se es menos persona o algo.

Para terminar y definir del todo el sentido del acto, el último motivo por el que fuimos a la valla es porque justo ahí empiezan las elecciones generales, mirando al sur. En un mundo ya globalizado por las grandes corporaciones y por grupos de nula legitimidad democrática como el FMI, el BM o los G7, 8, 20... tenemos que asumir nuestra responsabilidad histórica como Estado con el mundo. Ya no se puede vivir de manera aislada, ya no se puede volver la espalda a la escena internacional.

Otros se están repartiendo un pastel cada vez más escaso sin tener en cuenta criterios más allá del poder o el dinero. Tal y como firmamos y asumimos en septiembre del año pasado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es la hora de luchar por una mundialización justa en la que quepamos todas las personas del planeta. Un mundo donde quepan muchos mundos. Un mundo en manos de esos "pueblos de la Tierra" a los que invoca en su introducción la Carta de los Derechos Humanos, y no en manos del 1%.

Esto se puede asumir, o por idealismo y convicción, o porque, si no, "con la que está cayendo", ningún cambio profundo que se haga en el ámbito estatal prosperará frente a las presiones de los grandes poderes supranacionales. Toca remundializar el planeta. Urge.

Somos la primera generación que puede acabar con la pobreza y la última que puede detener el cambio climático. El reto histórico y global es gigantesco. Por eso volvimos a Ceuta. Por eso, en estas elecciones, vamos con otros partidos compañeros. Porque solos no somos capaces pero, unidos, podemos.