'Hombrear': y el verbo se hizo hombre

'Hombrear': y el verbo se hizo hombre

Hombrear..., ese debe ser el famoso verbo que todo el mundo calla y ha dado por supuesto a lo largo de la historia, pero sin llamarlo directamente por su nombre, quizás porque durante mucho tiempo no ha sido necesario. Ahora las cosas han cambiado. Viene a significar hacer las cosas como se espera de un hombre según las referencias establecidas por la cultura patriarcal. Y esa ha sido una de las claves para perpetuar el modelo machista.

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Ilustración: Alfonso Blanco

Hombrear..., ese debe ser el famoso verbo que todo el mundo calla y ha dado por supuesto a lo largo de la historia, pero sin llamarlo directamente por su nombre, quizás porque durante mucho tiempo no ha sido necesario. Ahora las cosas han cambiado.

Hombrear viene a significar hacer las cosas como se espera de un hombre según las referencias establecidas por la cultura patriarcal. Y esa ha sido una de las claves para perpetuar el modelo machista sobre los hechos, y los hechos sobre ese modelo del machismo.

Hubo un tiempo en que no era necesario hombrear de manera tan explícita, puesto que el orden dado no era cuestionado ni retado con conductas alternativas. Los hombres tenían unos roles claros y definidos con sus espacios y tiempos propios, y las mujeres, los suyos, a la sombra de los primeros. No había conflicto, y si se producía, la solución pasaba por el criterio masculino, lo cual dejaba al sistema indemne ante cualquier crítica o cuestionamiento. Pero conforme el feminismo ha revelado la injusticia de la desigualdad y la construcción interesada de la normalidad en beneficio de los hombres, las alternativas se han ido ampliando, y el valor de la Igualdad ha arrinconado a los hombres que querían permanecer bajo las referencias tradicionales. De manera que no sólo han perdido espacio para conseguir sus privilegios, sino que la propia identidad masculina construida sobre esas referencias se ha difuminado. De ahí que algunos necesiten reivindicarse y exigir la restauración del orden perdido a través de la reproducción de las conductas masculinas más clásicas y tradicionales en ese hombrear.

Y es que la esencia de la masculinidad tradicional y del machismo pasa por tener a alguien cerca para demostrar sus condiciones. Los hombres necesitan comportarse como hombres y marcar distancias con lo de las mujeres, de ahí que muestren tanto rechazo y violencia frente a lo que consideran que los cuestiona como tales hombres, como ocurre con la homosexualidad de otros hombres, algo que no sucede en las mujeres frente a las homosexualidad femenina, o que se resistan a asumir funciones, espacios, colores, hábitos... asociados a las mujeres. Todo ello lo viven como un ataque a su identidad, una especie de desnaturalización de lo masculino frente a la que tienen que hombrear para que nadie los confunda con lo femenino.

La elección de lo público como espacio natural para los hombres los lleva a exhibir esa hombría y a impermeabilizarse en ella como garantía de continuidad. Por esa razón, para estos hombres, lo importante no es resolver las cosas, ni siquiera resolverlas a su favor, sino actuar y comportarse como hombres, aunque al hacerlo el resultado se vuelva contra ellos.

En cualquier lugar del planeta, la desigualdad existente hace que los hombres siempre tengan la posibilidad de sentirse superiores sobre las mujeres a partir de las referencias sentadas por la cultura patriarcal.

No tiene sentido que cuando más ha avanzado la sociedad hacia la Igualdad, y cuando más se ha incorporado ésta como parte de las relaciones y de las miradas, más violencia de género se produzca, tal y como muestran las sucesivas Macroencuestas de 2006, 2011 y 2015, pasando de 400.000 casos al año, a 600.000 y a más de 700.000. Y no tiene sentido que continúen los homicidios por violencia de género, con aparición de conductas criminales de extrema crueldad, como está sucediendo al asesinar a los hijos e hijas para hacer del dolor y el sufrimiento la razón vital de sus exmujeres.

No tiene sentido, pero sucede, al igual que existe una reacción posmachista que busca amortiguar el impacto de la realidad entre los algodones de la confusión y la justificación, al tiempo que hombrean para que el odio hacia todo lo que no sea su masculinidad y su cultura se mantenga, y de ese modo incitar a que otros hombres continúen hombreando por medio de la violencia.

Para todos ellos, es más importante quedar como hombres, aunque sea en prisión por la violencia ejercida, que ser considerados unos calzonazos. De hecho, es muy significativa la terminología que el posmachismo crea para la ocasión. Entre ella, para referirse a los hombres pro-feministas que trabajan por la Igualdad, han creado la palabra "mangina", con el objetivo de criticarlos al identificarlos con las mujeres. Unen hombre ("man") con vagina para formar "mangina", y con ella la idea de hombres que se pliegan a las mujeres, es decir, el tradicional calzonazos, pero en versión posmachista. Esta actitud, lo que en verdad muestra, es que lo que más les molesta e inquieta no es la distribución de tiempos y espacios, sino la modificación de las identidades tradicionales de hombres y mujeres.

La clave en toda esta construcción está en una doble referencia: en la demostración y en la acción. Es decir, demostrar la condición dada, esa hombría supuesta, y actuar a partir de ella de manera coherente. Así se consigue un doble refuerzo y un doble vínculo: ante sí mismo y ante la comunidad de pares, es decir, los otros hombres. Y de ese modo también se logar marcar las diferencias con las mujeres como grupo; para ellos, ser hombre es no ser mujer, y ello supone no hacer lo de las mujeres; que es de lo que muy gráficamente presume el nuevo fichaje del Real Madrid, Mateo Kovacic: "Yo no cocino y nunca lo haré. No es mi trabajo. Es el de la mujer".

El reconocimiento inter-pares es el que permite el acceso a los beneficios que la cultura ha reservado a los hombres en sociedad. Unos privilegios que conforme alcanzan mayor valor se hacen más escasos; de ahí la competitividad, la agresividad y la violencia que forman parte de ese hombrear entre los hombres dentro del escenario público.

En un momento en el que la transformación social está siendo protagonizada por las mujeres, muchos hombres se encuentran desorientados y perdidos.

Pero para poder salir al terreno de juego de la vida pública, los hombres no sólo deben serlo, también han de sentirse como tales, y para ello cuentan con una referencia común con independencia de sus circunstancias personales, sociales o geográficas. En cualquier lugar del planeta y con independencia de la clase o situación de los hombres, la desigualdad existente hace que siempre tengan la posibilidad de sentirse superiores sobre las mujeres a partir de las referencias sentadas por la cultura patriarcal. Una superioridad amparada por la sociedad en lo práctico, pero que al tratarse de una injusticia, debe ser reforzada y controlada para evitar que la crítica y el avance hacia la Igualdad, cada vez más intensa, amplia y decidida, puedan superar los límites impuestos y desbordarse por el día a día. De ahí que los hombres también necesiten hombrear frente a las mujeres para sentirse más hombres y ser más hombres; tanto que tras muchos de los homicidios por violencia de género, los asesinos se entregan voluntariamente a la policía o se suicidan en un doble acto de hombrear: primero, en el homicidio, y luego, en la reivindicación de su hombría a través de su decisión de aceptar las consecuencias de su acto, bien a nivel social con los años de prisión que le correspondan, o bien elevando su responsabilidad a la trascendencia de entregar su propia vida por medio del suicidio.

Hombrear es hacer el hombre según las referencias tradicionales, y hacerlo para conseguir los beneficios materiales reservados por la misma cultura que los lleva a hombrear, pero sobre todo, para consolidar las referencias identitarias de la masculinidad clásica. Por ello, en un momento en el que la transformación social está siendo protagonizada por las mujeres, muchos hombres se encuentran desorientados y perdidos. Si ser hombre es no ser mujer, y ahora las mujeres han cambiado, y lo han hecho en el sentido de acceder a las posiciones, tiempos y espacios reservados históricamente a las hombres, muchos de ellos han retrocedido sobre elementos aún más clásicos de su identidad para seguir sintiéndose hombres. Esa es una de las razones del incremento de la violencia de género, y que todos estos cambios se manifiesten de manera especialmente intensa en la juventud, puesto que son en esos momentos críticos en la configuración de la identidad donde los cambios y las transformaciones sociales y personales generan una mayor agitación.

Pero hombrear también es hacerse el hombre sin sentirlo. Es decir, seguir los dictados de una cultura sin estar convencido de ello y sin compartirlos en lo individual, pero dejándose llevar por el grupo y su normalidad impuesta. Y ocurre porque de no comportarse de esa manera, las críticas y el rechazo conllevan consecuencias negativas ante la falta de reconocimiento de los modelos alternativos de identidad masculina. El posmachismo lo sabe, por eso lanza mensajes que refuerzan las referencias tradicionales de la masculinidad, al tiempo que rescata los mitos y estereotipos críticos con las mujeres, y por ello tiene en la juventud un objetivo muy especial. Es cierto que sólo es la última resistencia entre el odio que perdura, y el romanticismo del ayer que acompaña al fracaso, pero aún pueden hacer daño.

El verbo que define el futuro es "igualar", y la palabra, "Igualdad". Muchos hombres deberían aprenderlo y comportarse en consecuencia.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor