La investidura en clave machista

La investidura en clave machista

La política es uno de los principales escenarios del machismo, y no porque sea un espacio diferente, sino porque forma parte de la sociedad y está aderezada con el condimento del poder. Que las diputadas representen el 40% del Congreso se ve como un logro pero que el 60% sean diputados hay quien lo percibe como una pérdida.

Sin lugar a dudas, la política es uno de los principales escenarios del machismo, y no porque sea un espacio diferente al resto de la sociedad, sino por lo contrario, porque forma parte de ella y porque, además, está aderezada con el condimento del poder, esa pócima mágica en la que cayó el primer macho y que, por transmisión o invitación, comparte con el resto de los asistentes, al tiempo que se difunde por el aire de la cultura como si fuera uno de esos ambientadores modernos que, nada más moverte, lanza su spray al ambiente.

Que las diputadas representen el 40% del Congreso se ve como un logro pero que el 60% sean diputados hay quien lo percibe como una pérdida. Que una diputada vaya con su bebé al escaño se toma a broma pero que el 80% de los trabajos a tiempo parcial sea desarrollado por mujeres para poder cuidar a sus familiares se ve como algo serio. Que dos diputados se besen en los labios en este comienzo de legislatura a algunos les genera impudor pero que, cuando comenzaba la anterior, una diputada dijera aquello del "que se jodan" para besar las medidas laborales que han oprimido a la sociedad, generó solidaridad y cierre de filas. Que un diputado lleve rastas se considera sucio pero que cabezas recién peinadas y engominadas hayan amasado fortunas sobre la corrupción se toma como "juego limpio" y elegante.

Todo eso podría formar parte de la escenificación de los días en un ambiente que imprime carácter en 3D pero, si nos vamos a la esencia de lo ocurrido en el "palacio de congresos y festivales de España", la cosa es más preocupante. Lo que ha sucedido con la candidatura de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno ha parecido más un juego de patio de colegio que uno de los actos trascendentales de la democracia.

Que un diputado lleve rastas se considera sucio pero que cabezas recién peinadas y engominadas hayan amasado fortunas sobre la corrupción se toma como "juego limpio" y elegante.

El debate de investidura se ha tomado como si dos cursos de una escuela (2º y 4º de ESO, o de lo otro) se hubieran juntado para echarle un partido a los de 1º, 3º, 5º... y al resto. Desde el principio, la reacción que hemos visto en el hemiciclo ha sido la típica de los gallitos en los recreos: unos decían "a que no tenéis huevos", otros, "pero qué se habrán creído estos", muchos, "pero si sólo son una pandilla de perdedores", algunos se enfadaban y decían "ya no te hablo porque no te has juntado conmigo", y unos cuantos saltaban con lo de "el patio es mío, y sólo yo puedo jugar"... Y claro, con estos antecedentes, el final no podía ser otro que ridiculizar al osado por intentar resolver el problema que el resto ni intenta, y presentarlo como un "perdedor".

Esta actitud es muy típica del machismo, plantear la vida como una competición en la que sólo los "elegidos" deben optar a ganar determinadas posiciones, y presentar al resto como "perdedores", no tanto por el resultado como por el intento. Por eso reírse del perdedor es una constante del machismo que empieza en la infancia y llega hasta las instancias más altas de la política y la empresa, como una forma de intimidar para que nadie intente disputar los espacios a quien se cree con la legitimidad natural de usarlos. No es de extrañar, por tanto, que sean los hombres los primeros en abandonar a otro hombre que pierde. Los mismos compañeros que lo siguen como su sombra y que no dejan de llamarlo o de mandarle mensajes cuando lo ven como ganador, son los primeros en apartarse de él al comenzar a oír el crujir de las ramas de su poder, para terminar luego haciendo leña, cuando ya ha caído.

Para ellos todo es competición, pero la competición del machismo está llena de trampas porque parte de la desigualdad para dar ventajas a los hombres respecto a las mujeres, y luego a unos hombres sobre otros, y porque está diseñada para vencer, no para ganar. Ganar es hacerlo en unas circunstancias objetivas sobre los demás, pero vencer tiene como objetivo principal la derrota del otro. Por eso fueron hombres quienes dijeron eso de que "en el amor y en la guerra, todo vale", para así justificar la violencia de género en las relaciones de pareja y el uso de cualquier estratagema en su lucha de poder contra otros hombres. Sólo cuando las circunstancias dificultan las trampas es cuando se llenan de trascendencia para decir aquello de "lo importante es participar", y así justificar la derrota de todos menos uno.

Reírse del perdedor es una constante del machismo, que empieza en la infancia y llega hasta las instancias más altas de la política y la empresa.

Las sonrisas hacia el perdedor que han mostrado muchos de los diputados que ni siquiera han "participado" para intentar "ganar" el Gobierno sólo son comparables a las risas que se oyen en cualquier otro escenario cuando aquél que lo intenta, fracasa. La ridiculización del "vencido" refuerza la idea de desigualdad, la estructura de poder y el ego de los que entienden que quien no resulta derrotado por no participar es un ganador, cuando en verdad pierde hasta la credibilidad.

Pero esa estrategia no es producto de un "juego de niños", sino que forma parte de la esencia del machismo. Si se lanza el mensaje de que "quien no participa es un vencedor", al final se toma la inacción como una victoria, al no resultar vencido, y la sociedad adquiere una actitud pasiva y distante hacia la participación, unas veces como ausencia, otras en forma de neutralidad, pero siempre ajena al compromiso democrático. Y es esa pasividad la que utilizan el machismo y sus estructuras de poder para llevar a cabo sus iniciativas con los hombres machistas que sí dan el paso para beneficiarse de ellas y, de ese modo, mantener la desigualdad como referencia y el machismo como inspiración.

Lo ocurrido en el Congreso estos días ha sido muy revelador pues, con independencia de las ideologías enunciadas por cada partido, hemos visto quienes sólo juegan a vencer y quienes juegan a través de la participación, con independencia del resultado; y ello, además de otras razones, también está relacionado con las formas del machismo.

Si se lanza el mensaje de que "quien no participa es un vencedor", al final se toma la inacción como una victoria, al no resultar vencido, y la sociedad adquiere una actitud pasiva y distante hacia la participación.

Ya lo hemos dicho en otras ocasiones, la diferencia principal entre un partido de izquierdas y uno de derechas no está en el número de machistas, sino en el número de feministas. Si las ideas de izquierdas no se desprenden de los valores machistas que buscan el sentido de la realidad en el ejercicio del poder, el resultado será que no habrá igualdad, habrá políticas diferentes, pero sin igualdad.

Los hombres están acostumbrados a negociar y pactar cuando tienen algo que repartirse, no cuando deben ceder y aportar. Por dicha razón, y a raíz de lo visto, volviendo al tema de la investidura, si se quieren resultados, no estaría mal que las comisiones negociadoras de cada partido estuvieran formadas por mujeres. Si lo hubieran hecho desde el principio, probablemente ya tendríamos Gobierno.