El extraño oficio de reinar en el siglo XXI

El extraño oficio de reinar en el siglo XXI

Embajador, Soldado, Fontanero mayor del Reino, Relaciones Públicas de la Marca España, Modelo, Mediador, Activista de Causas Nobles. Son algunas de la profesiones o las funciones que debería desempeñar el rey Felipe no tanto amparado por la Constitución, sino por el papel que la tradición moderna otorga a los monarcas parlamentarias en las democracias de nuestro entorno.

Qué extraño momento para reinar: en un país herido por la incertidumbre, levantisco contra el sistema, dispuesto a no callar. Al mismo tiempo, qué extraordinaria oportunidad para leer mejor este país, ahora que la abdicación del rey Juan Carlos ha abierto una espita que pareció bien cerrada durante las décadas en las que monarquía fue sinónimo de democracia. Vuelven los tiempos del debate político en mayúscula: mil veces mejor que la anestesia.

Decir que el nuevo rey está preparado para ejercer su labor es casi un insulto a la inteligencia: al fin y al cabo, es el único español que lleva, desde que se convirtió en Príncipe de Asturias a los 9 años, adquiriendo los conocimientos y las destrezas que se necesitan para el oficio. La pregunta pertinente es en qué consiste ese oficio en el siglo XXI, y qué sabemos de su capacidad para ejercerlo.

Embajador, Soldado, Fontanero mayor del Reino, Relaciones Públicas de la Marca España, Modelo, Mediador, Activista de Causas Nobles. Son algunas de la profesiones o las funciones que debería desempeñar el rey Felipe no tanto amparado por la Constitución, sino por el papel que la tradición moderna otorga a los monarcas parlamentarias en las democracias de nuestro entorno. Alguna, como la máxima representación del Estado, es la más claramente definida por el protocolo; para las otras depende de su instinto y de su sentido de la oportunidad. En mi caso, que ni me siento republicana ni monárquica desde la cuna -será una incoherencia, sí, pero no más que dedicarle tanta tinta y tantos bits a tratar de descifrar el sentido de lo que nos ocupa-, me interesa especialmente esa cometido de arbitraje no partidista que debe encarnar la figura del Jefe del Estado, sea o no de estirpe real. Es más relevante en un país, como éste, de pulsiones cainitas; de hecho, tengo pesadillas cuando intento pensar en una terna de hombres o mujeres de Estado que pudieran lograr el consenso necesario para asumir ese rol, en el caso de que algún día decidamos ser una República. Una posibilidad ni tan remota ni tan disparatada, si tenemos en cuenta que hasta el propio Felipe tiene claro, y así lo ha dicho, que será rey sólo si los españoles quieren que lo sea.

De su habilidad para desempeñar el oficio de rey sabemos muy poco. Como Príncipe de Asturias, Felipe de Borbón ha sido impecable. A diferencia de otros herederos europeos, su imagen pública no está marcada por fotos escandalosas, aficiones peligrosas ni relaciones explosivas. Su deliberado distanciamiento de su cuñado Iñaki Urdangarín revela lo consciente que es del daño que la corrupción causa a la institución. En las distancias cortas, esa aparente frialdad se suaviza con una actitud amable y cortés. Sabe escuchar; desconocemos si además sabe mediar.

Fue su padre quien señaló la clave de lo que se espera de él cuando anunció su voluntad de abdicar. Don Juan Carlos dijo de su hijo que tiene "la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado", para luego añadir: "... y abrir una nueva etapa de esperanza, en la que se combinen la experiencia adquirida y el impulso de una nueva generación".

De su eficacia a la hora de generar algo tan ingrávido y valioso como la esperanza, -o al menos, de no defraudar- depende la supervivencia de la monarquía. Doy por descontado que avanzará en otros procesos imprescindibles, como la modernización, la transparencia o la austeridad que reclaman los ciudadanos de su Casa Real. En Cataluña encontrará su primer gran desafío, a pesar de que es un problema político y sentimental que sólo la política -y no un rey- debe encauzar. Si de algo podemos estar razonablemente seguros, es de que no habrá que esperar décadas para conocer si su talante y su habilidad son los que requiere ese extraño oficio, el de ser rey, en el siglo XXI.

Este artículo se ha publicado originalmente en el especial de El País "Felipe VI, Relevo en la Monarquía".