Cómo reparar Europa usando el poder de Alemania en su contra

Cómo reparar Europa usando el poder de Alemania en su contra

La oportunidad ahora reside en aprovecharse de las extralimitaciones de Alemania y usarlas en su contra, igual que en yudo, para reorientar a la agenda europea hacia un futuro en el que prime un concepto de Europa más allá de la deuda soberana y del euro.

German Chancellor Angela Merkel and Greek Prime Minister George Papandreou give a statement on September 27, 2011 in Berlin. Greece's prime minister lashed out before at critics that say his country is not reforming fast enough and vowed he woul...JOHN MACDOUGALL via Getty Images

CORFU, Grecia - El antisemitismo hace al judío, decía una célebre cita de Sartre.

De la misma forma, el regreso de "el alemán feo", por usar la frase del antiguo Ministro de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer, ha hecho a Syriza en Grecia y a los otros partidos populistas, de derecha e izquierda, que surgen hoy en España, Italia, Francia y en otros lugares.

Hace tiempo que los analistas sociales identificaron la relación entre la presencia de una amenaza y la reactivación del fortalecimiento de la identidad. Cuanto mayor es la amenaza -sufrimiento económico, violencia, revueltas o marginación- más rígidas y "singularistas" se vuelven las identidades, según apuntaba Amartya Sen en su influyente libro Identidad y Violencia.

Las amenazas violentas, o la percepción de dichas amenazas, degradan las influencias plurales sobre personas y comunidades por igual y elevan una dimensión singular a un nivel de importancia existencial. En cambio, la prosperidad, la estabilidad y la inclusión generan identidades abiertas y adaptables.

Al reducir el proyecto histórico de una Europa integrada y simplificarlo en forma de euro, defendido por una austeridad sin piedad, la Canciller alemana Angela Merkel y el Ministro de Finanzas Wolgang Schäuble, que en su hogar navegan con vientos favorables de popularidad, han inflamado los muy "singularistas" nacionalismos que la unión debía apagar. En lugar de identidades nacionales reconciliadas, las fronteras mentales han resurgido por todo el continente. La idea de Europa desaparece con cada ondear de banderas.

Una vez levantadas las pasiones y llevadas a la política, la polarización toma asiento y las soluciones empáticas se vuelven escurridizas. Para los que miran hacia el norte en la Europa de hoy, la crisis actual "es culpa por completo de las políticas de austeridad alemanas". Para aquellos que miran al sur, "todo es culpa de la reticencia griega a las reformas".

Los líderes más sensatos buscan un lugar común, como Yorgos Papandreu -el Primer Ministro de centro izquierda griego forzado a abandonar el poder hace cinco años por decreto de arriba (del por aquel entonces presidente francés Nicolas Sarkozy y Merkel) y por la falta de consenso en su país- han sido marginados. Su pecado fue buscar, en forma de petición de referéndum, un mandato de gobierno sobre los términos del rescate (mucho menos severos que los que ha aceptado ahora Syriza) para que los griegos pudieran "ser dueños de sus propias reformas" y, por tanto, ser consecuentes con ellas.

Hay un problema griego

Cuando hablé con Papandreu en el Simposio de Symi la semana pasada, fue franco al afirmar que, en efecto, hay un "problema griego". Según él, el Estado griego ha estado caracterizado por un "capitalismo de amigotes" y por un clientelismo de los grupos de intereses organizados, desde banqueros y magnates de la industria naval hasta sindicatos de empleados públicos. Para dar la vuelta a la situación, había iniciado reformas sobre la transparencia e independencia del sistema judicial, sobre la evasión de impuestos, la evaluación de maestros y profesores, sobre la concesión de licencias profesionales, el mercado laboral y las pensiones.

En Grecia, tal y como señalaba, una reforma radical es difícil de aplicar, tan difícil como necesaria, como es bien sabido por todos. Incluso los griegos más patrióticos pueden citar fácilmente una letanía de abusos en el presente sistema, como en el caso de un taxista que recibía una ayuda por minusvalía por ser ciego o como cuando médicos y farmacéuticos prescribían medicamentos en exceso para poder embolsarse los subsidios del Gobierno. Cuando Papandreu introdujo el sistema de prescripción electrónico, que permitía un seguimiento transparente de dichos cargos, el coste de los subsidios cayó un 50%, con un ahorro de 2.500 millones de euros en el presupuesto nacional (por aquel entonces, una cantidad mayor que la recaudación del impuestos sobre propiedades).

Papandreu supo entender el valor de poder apoyarse en las exigencias de la UE y el FMI para implementar cambios estructurales contra la desalentadora inercia de décadas de mala gobernanza. Aún así, también era profundamente consciente de que tal transformación no podría arraigar si no había crecimiento alguno sobre el que reposara, sino tan sólo una austeridad que agravaba el sufrimiento.

Como Gerhard Schröder, el Canciller alemán que precedió a Merkel, dijo a Papandreu, las duras reformas estructurales que introdujo de 2003 a 2005 y que impulsaron la competitividad alemana en los mercados globales, no podrían haber tenido éxito sin un crecimiento parejo. Si este fue el caso para Alemania, ¿cómo no va a serlo para la mucho más débil Grecia?

Hoy, tanto Grecia como Europa necesitan figuras equilibradas y que no se dejen llevar por las pasiones, como Papandreu, para mostrar un camino próspero después de la presente debacle durante la cual la resistencia frontal de Syriza ha endurecido la intransigencia alemana y viceversa. Incluso aquellos que respaldaron el esquema de Alemania sobre la cuestión del rescate más reciente, como el caso del italiano Matteo Renzi, han proclamado que "ya basta."

Agenda pos-rescate para Europa

La oportunidad ahora reside en aprovecharse de las extralimitaciones de Alemania y usarlas en su contra, igual que en yudo, para reorientar la agenda europea hacia un futuro en el que prime un concepto de Europa más allá de la deuda soberana y del euro. Ahora que la dominancia de Alemania sobre Europa ha quedado manifiestamente establecida, incluso con Francia relegada al estatus de junior, la lógica de cada poder inferior será la de agruparse para forzar al hegemón teutón a tener en cuenta sus intereses, para superar la intransigencia y reparar así a una Europa dividida.

Aquí se muestran dos pilares fundamentales para lo que podría ser una agenda pos-rescate:

1. Otro nombre para la 'reducción de deuda'

El FMI ha declarado la deuda griega como "insostenible" y, según sus reglas, no puede involucrarse en acuerdos con países que no puedan, llegado el momento, pagar sus deudas. Por lo tanto, ha solicitado una reducción de la deuda.

La UE ha declarado que sólo participará en un rescate a Grecia si el FMI permanece como parte de la troika junto con el Banco Central Europeo; pero no aceptarán un alivio de la deuda. Tal y como Schäuble ha repetido ad nauseam, el saneamiento parcial de los préstamos griegos es ilegal en la eurozona y también según la constitución alemana, porque equivaldría a una transferencia fiscal de un estado miembro a otro.

Ergo la respuesta debe ser re-perfilar en lugar de reducir el capital de la deuda, puesto que esto último es algo que las democracias crediticias están obligadas a rechazar. Este hecho supondría reducir la tasa de interés en los préstamos a Grecia y extender los términos de su reembolso hasta un futuro lejano, tal vez hasta de unos 100 años. De esta forma, la deuda griega pasaría a ser sostenible al mismo tiempo que se abriría algún espacio fiscal para incentivar el crecimiento económico.

Después de todo, Gran Bretaña sin ir más lejos liquidó su deuda de la IIGM en diciembre de 2014, cien años más tarde. De forma similar, Alemania terminó de pagar la última de sus deudas de la IGM nada menos que en octubre de 2010.

2. Reiniciar la narrativa europea

Si, de esta forma, Europa puede dejar atrás el desenlace de esta crisis de deuda, se abrirá camino para estrenar una nueva narrativa del progreso que consiga, una vez más, ensanchar las introvertidas identidades nacionalistas, al tiempo que dé un nuevo ímpetu, sobre todo entre la generación más joven, a la idea de que la integración es beneficiosa para todos.

Para hacer borrón y cuenta nueva, Europa necesita construir la integración desde una visión positiva, de abajo hacia arriba, en vez de únicamente por la puerta trasera de una moneda común enraizada en la coacción negativa de rígidas deudas y déficits coercitivos.

El primer éxito en dirección a una Europa común fue la Comunidad Europea del Carbón y el Acero a finales de la década de 1940 y 1950. Ese proyecto tiró de las riendas del poder industrial de Europa en nombre de la comunidad en lugar del de las naciones individuales, que habían desplegado sus destrezas manufactureras para hacer la guerra.

Un papel histórico similar podría desempeñar hoy una "Comunidad Europea Digital", que emplee el nuevo poder de la era de la información para forjar una convergencia de conectividad, energía renovable y transporte inteligente dentro del llamado "Internet de las Cosas".

Básicamente, este proyecto cabalgaría sobre el impulso que ya está en marcha para establecer un mercado único de 500 millones de personas, abarcando 27 países desde Portugal a Polonia.

Para aprovechar esta nueva orientación, Europa podría estimular la decaída "demanda agregada" que ha desembocado en un crecimiento estancado, un estímulo que provendría de la reconstitución de la infraestructura de lo que Jeremy Rifkin denomina la "tercera revolución industrial".

Para extender redes de banda ancha, actualizar los hogares, renovar las líneas de transmisión energética por flujos de doble sentido e implantar sensores... harán falta muchos puestos de trabajo. John Chambers, de la empresa de telecomunicaciones Cisco, calcula que podrían crearse 850.000 puestos de trabajo para digitalizar la economía europea.

En enero, el Presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker propuso un plan de inversión de 315 mil millones de euros con un capital inicial apoyado en el Banco Europeo de Inversiones con garantías de la UE y financiación del sector privado, con el objetivo de potenciar un mercado digital y una unión energética únicos.

Este plan lleva gestándose desde su concepción hace tres años por el Consejo para el Futuro de Europa del Instituto Berggruen y fue originalmente defendido por Ursula von der Leyen, la por aquel entonces Ministra de Trabajo de Alemania y ahora Ministra de Defensa. En el ayuntamiento de París en mayo de 2013, el proyecto fue respaldado por el Presidente francés François Hollande, por Mariano Rajoy y por el Ministro de Trabajo italiano.

Otro elemento esencial del plan original, propuesta de Yorgos Papandreu, era su emparejamiento con un plan de trabajo para la juventud europea que expandiera el "Programa Erasmus", gracias al cual los estudiantes de la UE pueden estudiar en cualquier lugar de Europa, con becas financiadas por la UE. La extensión incluiría un doble sistema, sumando la formación profesional que ha funcionado tan bien en el sistema alemán.

Además de los planes de Juncker y del "Erasmus para el trabajo", un plan más amplio que impulsara las perspectivas de crecimiento incluiría la eliminación de los préstamos para inversión productiva del cálculo del límite de déficit presupuestario del 3%, impuesto sobre todos los miembros de la eurozona. A petición de Juncker, el antiguo Primer Ministro italiano Mario Monti está encabezando un estudio de la Comisión para proponer los criterios exactos por los que estas inversiones se permitirían, de acuerdo con la normativa fiscal actual.

Apoyo alemán, rostro griego

La clave para que esta agenda prospere es que Alemania la apoye firmemente en el Consejo Europeo, que determina el curso común de las políticas europeas. Mientras el poder alemán respalda una nueva narrativa para Europa, esa línea también necesita una cara que la promocione, un rostro que transmita que todo el sufrimiento de los años recientes no ha sido en vano, sino que debe contemplarse como el pago inicial por un futuro que funcione para todos los europeos. ¿Y qué mejor cara para la reconciliación que la de Yorgos Papandreu?

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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno

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