La globalización ha acabado con la derecha y la izquierda política

La globalización ha acabado con la derecha y la izquierda política

En Occidente, un nuevo posicionamiento político está borrando los antiguos paradigmas de derecha e izquierda y de laborismo versus capitalismo, trabajadores versus empresas, impuestos y regulación versus libre empresa. En su lugar, habrá una nueva política organizada en torno a las fuerzas pro- y anti-integración global.

Getty/Worldpost Illustration

Por todo Occidente, los partidos establecidos de derechas e izquierdas están sufriendo alteraciones, por no decir que están siendo destruidos desde dentro. En esos partidos, los perdedores de la globalización van en busca de representantes de la antiglobalización que desafían la norma formal convencional. Por lo tanto, la tradicional diferencia entre el centro-izquierda y el centro-derecha está llegando a su fin.

Los partidos tradicionales del sistema eran controlados por fuerzas que, en general, se beneficiaban de la globalización: intereses comerciales, élites urbanas y cosmopolitas, trabajadores cualificados y trabajadores protegidos bajo el amparo de los sindicatos. Tanto los partidos de derechas como los de izquierdas incluían minorías de trabajadores que se veían perjudicados por la globalización, pero que votaban a los partidos establecidos porque eran conservadores en el ámbito social o religioso (los votantes de derechas) o porque los partidos de centro-izquierda apoyaban a los sindicatos, los derechos de los trabajadores y los sistemas sanitarios que protegían a los perjudicados.

Durante un tiempo, la democratización económica (el fácil acceso al crédito) y la acumulación de deuda inmobiliaria rellenaban el hueco que había entre las rentas estancadas y la ambición de los consumidores perjudicados por la globalización.

Los obreros blancos y religiosos que votaban al Partido Republicano se acabaron dando cuenta de que sus intereses eran los opuestos a los que estaban a favor de Wall Street y de la globalización.

Pero después de la enorme crisis económica que se desató en 2008, como los salarios de Estados Unidos continuaban estancados y los índices de deuda seguían siendo elevados, los perjudicados por la globalización, tanto de la derecha como de la izquierda, empezaron a organizarse, representados por campeones antisistema como Bernie Sanders y Donald Trump.

Los perjudicados de izquierdas de Estados Unidos y de Reino Unido -donde hay sistemas bipartidistas- encontraron representantes en el laborista de centro-izquierda Jeremy Corbyn y en el demócrata de centro-izquierda Bernie Sanders. En el resto de Europa, donde predominan los sistemas parlamentarios con más de dos partidos, han emergido partidos contrarios al establishment: algunos nuevos (como Syriza en Grecia o Podemos en España), y otros basados en grupos disidentes de izquierda de partidos tradicionales de centro-izquierda.

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Simpatizantes de Trump al comienzo de su mitin en Greensboro (Carolina del Norte) el 14 de junio. (Reuters/Jonathan Drake)

Pero las líneas divisorias más radicales aparecieron entre los partidos de centro-derecha. Estos partidos -el Partido Republicano de Estados Unidos y los Tories de Reino Unido- y otros de las mismas características del resto de Europa habían sido controlados tradicionalmente por los grupos de empresarios a favor del mercado, por los intereses económicos y por los conservadores sociales y religiosos.

Al mismo tiempo, estos partidos de centro-derecha tenían votantes de una minoría cada vez mayor de personas con dificultades económicas, trabajadores no cualificados, semicualificados y cualificados cuyos puestos de trabajo se veían amenazados por el mercado, la globalización, la inmigración y la tecnología. El estadounidense de a pie votó al Partido Republicano porque es blanco, religioso, antiélites, no cualificado y porque culpa de su estancamiento económico a la inmigración, a las medidas que benefician a las minorías y a las élites demócratas y no a las grandes empresas y a Wall Street, como hace el sistema republicano.

El fácil acceso al crédito y la acumulación de deuda inmobiliaria rellenaban el hueco que había entre las rentas estancadas y la ambición de los consumidores perjudicados por la globalización.

Sin embargo, con el tiempo, el aumento de la desigualdad salarial y de patrimonio, además de la falta de oportunidades económicas, se convirtieron en las amenazas más importantes para estos votantes religiosos y socialmente conservadores. La gran minoría de votantes republicanos se estaban viendo perjudicados por el comercio, la globalización, la inmigración y las políticas de mercado libre. Su falta de habilidades laborales les convirtió en perdedores de la carrera de la globalización.

No es de extrañar que, después del derrumbe de la burbuja financiera e inmobiliaria tras la crisis, su descontento por motivos económicos hiciera que se rebelaran ante el sistema político del Partido Republicano. El auge del populista Trump -que está en contra del comercio, de la inmigración, de los musulmanes, de Wall Street y del sistema- es el reflejo del hecho de que el votante republicano medio cada vez está más cerca de los perdedores, y no de los ganadores, de la globalización.

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Un grupo de manifestantes deja clara su opinión con respecto al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica durante el primer día de la Convención Demócrata que se celebró en Filadelfia el 25 de julio. (Washington Post/Getty)

Este es el gran cambio político que ha tenido lugar. La preocupación por la desigualdad entre los votantes republicanos es casi igual que la de los votantes demócratas, incluso aunque algunas de las políticas con las que están de acuerdo (impuestos más bajos y "quitarse de encima al Gobierno") son distintas de las del grupo de izquierdas, sus opiniones con respecto al comercio son bastante parecidas.

En otras palabras, después de la crisis económica, los obreros enfadados, blancos y religiosos que votaron al Partido Republicano se dieron cuenta de que sus intereses económicos eran los contrarios a la clase dirigente del Partido Republicano que se muestran a favor de Wall Street y de la globalización. Por eso, el estadounidense de a pie encontró en Donald Trump a esa persona que defendería su causa.

LA PARADOJA DEL BREXIT Y LA EUROPA FRAGMENTADA

La paradoja que ocurre en Reino Unido es que los que están a favor del 'Brexit' forman un grupo variopinto en el que hay personas con intereses económicos completamente distintos. Hay obreros que votan al Partido Laborista que quieren más bienestar social y más redistribución de las rentas. Hay votantes del Partido Independentista, populista y de derechas, que antes votaban al Partido Conservador (Tory), pero que están en contra de los impuestos elevados, de los gobiernos grandes, del comercio y de la inmigración. También hay grupos empresariales conservadores afines a la ideología de Margaret Thatcher que esperan que un Reino Unido fuera de la UE implique más políticas a favor de un comercio con menos regulación, menos derechos laborales y más inmigración del "buen tipo" de trabajadores extranjeros (cualificados y no musulmanes).

Por eso, los componentes del 'Brexit' no van a poder formar una coalición con políticas económicas coherentes después de que Reino Unido salga de la Unión Europea. Por eso, el sistema político británico, que tradicionalmente se ha dividido entre los laboristas y los conservadores, puede reajustarse entre partidos a favor de Europa, del mercado libre y de la globalización, y partidos en contra de la UE, del mercado libre y de la globalización.

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Una defensora del Brexit frente al Támesis en su paso por el centro de Londres el 15 de junio. (Kate Green/Anadolu Agency/Getty)

En la Europa continental, esta fragmentación y desintegración política es aún más pronunciada que en Estados Unidos y Reino Unido, dado que el malestar económico generalizado es más grave y las fisuras económicas son más dramáticas.

La globalización ha realineado la política europea de estas cinco formas:

1. La periferia de la Eurozona ya está harta de la austeridad y las reformas y Alemania y el centro están hartos de la austeridad. La periferia quiere una mayor distribución del riesgo y una unión fiscal mientras que a Alemania y a los países del centro les preocupa que la distribución de riesgos se convierta en un traspaso de riesgos y que la unión fiscal se convierta en una unión de transferencias en la que los países del centro mantengan a los demás.

2. Alemania, con sus bajas tasas de desempleo y de escasez de mano de obra, se ha mostrado a favor de que aumente la inmigración -incluso de fuera de la UE- mientras que la inmigración de fuera de la UE es muy impopular en el resto de Europa.

En nuevo posicionamiento político está borrando los antiguos paradigmas de derecha e izquierda y de laborismo versus capitalismo, trabajadores versus empresas, impuestos y regulación versus libre empresa.

3. En la periferia de la UE, los partidos antisistema tienden a ser de izquierda: Syriza en Grecia, el Movimiento 5 Estrellas en Italia, Podemos en España y los partidos izquierdistas en Portugal. En el centro de la UE, los partidos antisistema tienden a ser de derecha: Alternativa para Alemania, el Frente Nacional en Francia y partidos derechistas similares en Austria, Países Bajos, Suecia y Dinamarca.

4. Hay gente en Europa que cree que la única forma de que la UE pueda sobrevivir y seguir adelante es continuar de forma gradual pero segura en dirección hacia una mayor integración. Esto, esperan, llevará a una Europa federal o a unos Estados Unidos de Europa. Pero por otro lado, hay gente que cada vez está más convencida de que la integración está sufriendo un grave retroceso ahora que los Estados miembros renuncian a la soberanía nacional por numerosas cuestiones económicas, regulatorias y financieras. Mientras tanto, hay un déficit democrático debido a que las instituciones electas, como el Parlamento Europeo, tienen poderes limitados, mientras que otras, como la Comisión Europea, no son electas.

Asimismo, algunos favorecen una menor integración y un movimiento hacia una geometría más variable en la que se debería reforzar el principio de subsidiariedad -sólo las competencias que se pueden gestionar a menor nivel se asignan a niveles superiores- para permitir una mayor determinación nacional de las políticas económicas, entre otras. Aunque Polonia y Hungría se han pronunciado especialmente sobre esta cuestión, el rechazo hacia los eurócratas no electos de Bruselas es bastante amplio en muchas partes de Europa, entre ellas Alemania.

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Un seguidor lleva una gorra con fotos de Marine Le Pen y Marion Marechal-Le Pen, candidatas del Frente Nacional francés en Marsella (Francia), el 9 de diciembre de 2015. (Reuters/Jean-Paul Pelissier)

5. Los líderes europeos han rechazado oficialmente la acusación del ex primer ministro británico David Cameron de que el referéndum por el Brexit era una consecuencia de la inflexibilidad de la UE en la reducción de la migración por trabajo reafirmando el principio de libre circulación de trabajadores como una condición para el acceso al mercado único. Pero hay graves divisiones dentro de la UE en torno a esta cuestión.

Los miembros más recientes que entraron en la UE después de la Guerra Fría -Polonia, Hungría y otros países del Centro y el Este de Europa- insisten en que las reformas económicas que llevaron a cabo para entrar en la UE eran con la condición de que se mantuviera el principio de libertad de movimiento. Aunque este principio no sólo se cuestiona en Reino Unido, sino también en otras partes de Europa (Francia incluida), porque las altas tasas de desempleo y las limitaciones fiscales hacen la aceptación de migrantes -aunque sea de países miembros de la UE- problemática.

LOS MERCADOS EMERGENTES FAVORECEN LA GLOBALIZACIÓN

En Occidente, un nuevo posicionamiento político está borrando los antiguos paradigmas de derecha e izquierda y de laborismo versus capitalismo, trabajadores versus empresas, impuestos y regulación versus libre empresa. En su lugar, esta nueva política estará organizada en torno a las fuerzas pro- y anti-integración global.

A nivel global, esta corriente transversal que está dando la vuelta al establishment político se compone por el hecho de que las economías emergentes favorecen en general la globalización, ya que han sido sus principales vencedores. Como Branko Milanovic ha sañalado, aunque la desigualdad ha empeorado en las economías avanzadas, a nivel internacional la brecha de desigualdad se ha reducido a medida que el comercio y la inversión extranjera han mejorado significativamente las condiciones de vida.

La reacción negativa en contra de la globalización es real y sigue creciendo en las economías avanzadas. Pero se puede sobrellevar a través de políticas que garanticen la continuación de los beneficios de la globalización, que mitiguen el daño colateral a los que salen perdiendo y que aumenten las probabilidades de que los perdedores alcancen finalmente el rango de los ganadores.

Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés y Marina Velasco