Un pueblo sin olas no es un pueblo sin surf

Un pueblo sin olas no es un pueblo sin surf

Lajares, un pueblo en el que han quedado atrapados surfistas de medio mundo por la embriaguez de las olas que rompen en la costa norte de la isla de Fuerteventura, es un vecindario de tablas, velas, olor a salitre y restos de arena blanca en el que el mar no existe.

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El alemán Jürgen Hönscheid deslumbró a medio planeta sobre su tabla de windsurfing hace varias décadas. Sus tres hijas no brillan con tanta fuerza, pero son sobradamente conocidas en el selecto circuito del surf y el sup (surf con remo). Sonni es toda una estrella del surf en Alemania, donde ha sumado doce títulos nacionales, además de dos mundiales, mientras que Janni y Bitsy saben lo que es subir al podio en campeonatos nacionales e internacionales. La familia Hönscheid, integrada también por la bellísima Ute, esposa de Jürgen, tienen su base de operaciones en Lajares, al norte de Fuerteventura. Un pueblo que, según ellos, forma parte de un espacio que reúne todas las condiciones para ser conocido internacionalmente como el Hawai europeo.

Cuesta creerlo, pero la línea de costa estuvo cerca de Lajares antes de que los volcanes extendiesen caprichosamente su manto de lava hace decenas de miles de años. Hoy es un pueblo de casas blancas y fachadas de piedra situado en una zona llana de antiguos jables y restos volcánicos. Ubicado en uno de los vértices de un triángulo en el que han quedado atrapados surfistas de medio mundo por la embriaguez de las olas que rompen en la costa norte de la isla de Fuerteventura, es un vecindario de tablas, velas, olor a salitre y restos de arena blanca en el que el mar no existe.

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Ute, esposa de Jürgen Hönscheid, junto a Miguel Van Daele. Foto: OC.

Una ermita de paredes blancas y teja construida en el siglo XVIII, un molino y una molina y las 5.000 cabezas de ganado cabrío y lanar son algunas de las pocas huellas que evocan el pasado de un espacio que, hasta no hace muchos años, se aferraba como único sustento a su agricultura y ganadería caprina. Un escenario muy diferente al que existe actualmente. Restaurantes de cocina italiana y alemana, una pastelería francesa y un creciente número de tiendas de material náutico y escuelas de surf forman parte de un paisaje que ha perdido parte de su esencia, pero que sigue siendo un rincón destacado en el mapa de aquellos surfistas que huyen del ruido y la muchedumbre de las zonas turísticas.

Lajares es un pueblo de tierra adentro que se encuentra a medio camino de Corralejo, El Cotillo y Majanicho. Un triángulo que, según la familia Hönscheid, reúne mejores condiciones que las idílicas islas hawaianas para la práctica de los deportes acuáticos, sobre todo una: aquí es posible navegar todos o casi todos los días del año. Un lujo que ha atraído a aficionados de todos los continentes. Lajares tiene una población de 1.879 habitantes, pero lo que sorprende es que pertenecen a 34 nacionalidades diferentes. Canadienses, estadounidenses, argentinos, uruguayos, alemanes, franceses, italianos, senegaleses e indonesios son sólo algunas de las nacionalidades de una miscelánea que ha ido creciendo más allá de lo que desearían quienes descubrieron este paraje hace muchos años.

Achille Lequertier, aventurero y promotor de escuelas de kitesurf, llegó a Lajares hace 21 años. Nos recibe en un rincón de su tienda, Magma, rodeado de tablas, material náutico, trajes de neopreno y bañadores. "Vivía cerca de Marsella, en Francia", nos comenta, "y buscaba un sitio con más tranquilidad, libertad y en el que pudiese disfrutar de las olas. Seguí los pasos de mi hermano, que vino aquí a competir en la década de los ochenta. Lajares era el sitio que buscaba, alejado del conglomerado de las zonas turísticas de las que siempre huyo".

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Archile Lequertier fue uno de los primeros en apostar por Lajares como refugio para los surfistas. Foto: OC.

Lequertier se encontró entonces con muchas cabras "en un ambiente campestre y de mucha libertad". Fue uno de los primeros en apostar por crear en Lajares, a siete kilómetros de El Cotillo, ocho de Majanicho y trece de Corralejo, un refugio para surfistas apartado de los complejos turísticos de masas. "Está entre la costa este y oeste", explica, "en un cruce de caminos en el que los surfistas comenzaron a instalarse buscando un estilo de vida diferente, en medio del campo, con su propio huertito frente a su casa".

Comenzó siendo una gran familia, en la que los nuevos inquilinos eran recibidos en cenas que se celebraban en distintas casas. "Ahora", añade Achille, "hay demasiada gente, hay más competitividad y celos entre las escuelas" que han florecido a un ritmo vertiginoso. Aún así, los surfistas y aficionados que apuestan por Lajares "logran encontrar un espacio de descanso, en el que es posible desconectar, no hay problemas de aparcamiento ni los ruidos molestos que se sufren en los apartamentos y hoteles".

En la rotonda opuesta, en otra de las entradas a Lajares, nos encontramos con Ute, en la tienda North Shore, un auténtico museo que rememora las hazañas de su marido Jürgen y los hitos que comienzan a sumar sus hijas. Ambos son de la isla alemana de Sylt, un destino turístico con más de 40 kilómetros de playa muy apreciado por las familias germanas más adineradas. Algunas de ellas siguieron los pasos de los Hönscheid y hoy cuentan con residencia propia en Lajares para poder disfrutar del "invierno en Fuerteventura y del verano en Alemania".

Pisaron por primera vez la Isla en 1981 tras haber residido en Alemania, Biarritz, Hawai, el Caribe, y haber participado en competiciones en casi todos los campos de regata del circuito mundial. Sin embargo, no se asentaron aquí hasta 1986. Su tienda se encuentra en Lajares, pero su vivienda en Corralejo. Sus tres hijas, que han tomado el relevo de su padre, estudiaron aquí, pero hoy es casi imposible encontrarse con ellas en Fuerteventura. Pasan la mayor parte del año fuera de la Isla participando en competiciones y trabajando.

"El desarrollo de Lajares ha sido tremendo", explica Ute, "pero nunca nos costó integrarnos. Nos adaptamos muy rápido, compartimos una misma cultura. En Hawai y el Caribe fue completamente diferente. Nos gusta más vivir aquí. Mi marido puede surfear todos los días del año, un privilegio que no existe en otras zonas del mundo en las que hemos vivido".

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Jeff Sicre llegó hace ocho años tras un largo periplo por distintos países. Foto: OC.

Jeff Sicre regenta en el centro del pueblo una tienda y una escuela de surf. También es francés y, antes de aterrizar en la Isla hace ocho años, trabajó en su propio país, Venezuela y Marruecos, además de practicar el surf en una larga lista de playas.

"Nací en Marsella, pero me crié en Venezuela", relata Sicre. "Mi hermano descubrió Lajares y no me lo pensé dos veces, buscaba un sitio en el que no hubiese frío y en el que pudiese trabajar todo el año. Vine hace ocho años con el objetivo de pasar unas vacaciones y terminé quedándome".

"Cuando llegué", añade, "apenas había dos tiendas especializadas en deportes acuáticos, la mayoría de ellas se encontraban en Corralejo. Lajares es el típico pueblo que existe en otras parte del mundo, que se desarrolla muy cerca de una gran zona turística. Es más auténtico y, a diferencia de Corralejo, aquí se vive una especie de subcultura muy vinculada al mar".

Sicre opina igual que su compatriota Lequertier. "Lajares ha cambiado mucho. Ha habido cambios muy positivos, como el crecimiento de una actividad económica paralela que ha permitido la apertura de bares, restaurantes y lugares de ocio, pero el desarrollo es bueno sólo hasta cierto punto. Si sigue creciendo a este ritmo perderá su esencia y los surfistas optarán por buscar en otra parte un sitio que les aporte tranquilidad y espacio para practicar su deporte".

Comienza a atardecer en Lajares y empiezan a llegar los surfistas. Pese a que es finales de marzo, la temperatura ha superado hoy los 25 grados. El sol se oculta tras el malpaís. Se encienden las luces de los bares y restaurantes que se encuentran junto a la carretera. Comienza una nueva vida.

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Ermita de Lajares. Foto: Fuerteventura Canarie.