La hora de los vicepresidentes

La hora de los vicepresidentes

Ha sido un buen debate en que se han confrontado dos visiones totalmente contrapuestas de los problemas del país y de las soluciones. Pero ambos lo han hecho de forma civilizada. La impresión inmediata al terminar el debate es que ha habido un empate

Acaba de tener lugar el segundo debate de las elecciones presidenciales de EEUU, esta vez entre los candidatos a vicepresidente, el demócrata Joe Biden y el republican Paul Ryan. Pese a que tradicionalmente este debate suele ser el menos relevante (no se recuerda ningún caso en que haya sido decisivo en el resultado de la elección), las circunstancias de la actual campaña, por el giro que han dado las encuestas, han hecho que haya tenido mayor repercusión y que haya generado más expectativas.

A una semana del primer debate es claro no solo que el presidente Obama lo perdió, sino que el resultado del debate ha tenido un impacto muy significativo en las preferencias momentáneas de los electores. Casi todas las encuestas dan ahora por delante a Romney: De acuerdo con Pew Research Center, Obama pierde 12 puntos (Romney obtendría un 49% y Obama un 45%); y la CNN otorga a Romney un 48% y a Obama un 47%.

Pese a todo los resultados de las encuestas siguen siendo muy estrechos y quedan dentro del margen de error de la encuesta, pero lo más notable es que hace tan solo una semana casi nadie daba un duro por la posibilidad de que Romney pudiese ganar las elecciones (incluso había discusiones dentro del partido republicano sobre la conveniencia de dar por perdida la elección presidencial y de centrarse en las elecciones al Congreso para mantener la mayoría en la Cámara Baja y tratar de conseguirla en el Senado). Ahora todo está abierto y es muy difícil predecir qué puede pasar.

Los demócratas andan un poco desorientados (pensaban que ya lo tenían ganado) y están a la defensiva, tratando de ver cómo retomar la iniciativa. Se han dado cuenta de que esperar al error del contrincante y jugar a lo seguro no les a va ser suficiente. Los republicanos por su parte huelen sangre y quieren consolidar esta nueva dinámica ganadora, y se han lanzado a la ofensiva en estados, como Ohio, en los que hace tan solo una semana pensaban que no tenían casi posibilidades.

Pese a no ser decisivos, estos debates entre los candidatos a vicepresidente han dejado momentos memorables, como cuando en 1988 el republicano Dan Quayle trató de compararse con el presidente Kennedy y su contrincante el demócrata Lloyd Bentsen le contestó: "Senador, yo serví con Jack Kennedy, Jack Kennedy fue amigo mío..., senador usted no es Jack Kennedy". Dole en 1976 acusó al partido demócrata de todas la guerras: "Todas las guerras Demócratas, todas en este siglo", y Mondale le respondió: "El senador Dole acaba de enriquecer su reputación como la persona encargada de hacer las labores sucias-(hatchet man)".

En 1984 el vicepresidente Bush (padre) tratando de ayudar a Geraldine Ferrraro en medio de tensiones sexistas durante el debate: "Déjeme ayudarla con la diferencia, Ms. Ferraro, entre Irán y la embajada en el Líbano", y la contestación de Ferraro: "Yo casi resiento, Sr, Vicepresidente, su actitud condescendiente de que me tiene que enseñar política exterior" (y el descuido de Bush con un micrófono abierto tras el debate cuando admitió que durante el debate "había tratado de dar unas pequeñas patadas en el culo"). O en 1992 cuando James Stockdale, candidato a vicepresidente del independiente Ross Perot, inició su participación en el debate con una frase clásica que ha sido objeto de muchas parodias "¿Quién so yo? ¿Por qué estoy aquí?". En 2008 Sarah Palin dio la mano a Biden y le preguntó al inicio: "¿Te puedo llamar Joe?", y se refirió al general a cargo de Afganistán como "McClellan" (su nombre era McKiernan). Y Biden habló de la tragedia de su familia para explicar cómo un padre podría criar solo a sus hijos (su primera esposa e hija murieron). Es notable también que las únicas dos mujeres que han participado en elecciones presidenciales como candidatas a vicepresidentas de los grandes partidos (Ferraro y Palin) participaron en estos debates.

Había grandes expectativas antes del debate entre Biden y Ryan sobre qué iba a pasar. Biden tiene una gran experiencia (no en balde fue con 29 años una de las personas más jóvenes de la historia en ser elegidas para el Senado de EEUU, donde sirvió durante 36 años hasta ser elegido vicepresidente), pero además tiene también una establecida reputación como bocazas con una cierta predisposición a los gafes y meteduras de pata, que le han costado muchos disgustos en su carrera política (tuvo que abandonar su primera carrera presidencial en 1988 cuando fue acusado de plagiar un discurso del líder Laborista Británico Neil Kinnock).

El congresista Ryan, por su parte, se ha consolidado en los últimos años como una de las grandes promesas del partido republicano, pero al mismo tiempo se le considera muy conservador (casi un radical), y sus propuestas fiscales como congresista han sido de lo más controvertidas. Al mismo tiempo tiene muy poca experiencia en temas de política exterior, algo en lo que Biden es considerado un experto (fue el presidente de la comisión de exteriores del Senado, y durante estos años ha desempeñado un papel clave dentro de la Administración de Obama en temas de seguridad y política exterior).

Se esperaba un debate vivaz y agresivo y no ha defraudado. Biden ha aprendido del error de Obama y ha salido al ataque. Pero en momentos se le veía frustrado (no paraba de reírse y de interrumpir a Ryan) y a la defensiva. Mucho ha sido sobre política exterior (Irán, Siria, Afganistán) y sobre la economía. Biden trataba de defender lo que han hecho hasta ahora, y Ryan le atacaba duramente por la falta de resultados y por las promesa rotas. También han hablado sobre el papel de la religión y sus posiciones sobre el aborto. No han dejado títere con cabeza.

Las caras de Joe Biden, recopiladas por The HuffPost:

En definitiva, ha sido un buen debate en que se han confrontado dos visiones totalmente contrapuestas de los problemas del país y de las soluciones. Pero ambos lo han hecho de forma civilizada. La impresión inmediata al terminar el debate es que ha habido un empate, no ha habido un ganador claro. Ambos pueden pensar que han cumplido sus objetivos. Parece difícil anticipar como puede cambiar la dinámica de esta elección

A menos de tres semanas de las elecciones es todavía muy difícil predecir qué va a suceder. La gran pregunta que los estadounidenses tienen que responder es si están mejor que hace cuatro años. La buena noticia para Obama en los últimos días ha sido la publicación de los datos de desempleo, que seguía clavado empecinadamente por encima del 8%, y que ahora habajado al 7,8%, franqueando por vez primera desde el inicio de la crisis la barrera psicológica del 8%. Esto puede ser de gran ayuda para Obama porque le permite desactivar una de las principales fuentes de ataque de Romney, y argumentar que vamos en la dirección correcta y que no es el momento de hacer cambios.

Sin embargo, hay muchos otros datos económicos que no son tan positivos y que explican el descontento de los votantes. La renta media ha caído casi 5 puntos desde mitad del 2009; y tan sólo un 20% piensa que están mejor que hace 4 años (y un 39% que están peor). Un 47% piensa que las cosas van a empeorar (pero esto es característico incluso en tiempos de bonanza). Los ingresos de las clases medias siguen estancados desde los 70 y esto ha generado un creciente resentimiento e inseguridad entre esta clase que ya no sabe en quién confiar para que proteja sus intereses. Además hay una gran preocupación sobre el estado de las cuentas públicas y el déficit.

Los republicanos están tratado de explotar esta situación y comparan al presidente Obama con el derrotado Jimmy Carter. Obama por su parte sigue insistiendo que estaríamos mucho peor sin las políticas de estímulo y las reformas que ha implementado su Administración, que evitaron la caída en el abismo.

Todo es relativo. Económicamente es innegable que las cosas no van del todo bien y que hay mucho margen para mejorar. Pero al mismo tiempo es cierto que no van tal mal como a fines de los 70. Con Carter, el PIB per cápita cayó un 3,7% en los 9 meses anteriores a la elección y la inflación aumento a un ritmo del 7,9%; con Obama el PIB per cápita aumentó un 1,62% y la inflación un 1,51%.

Es precisamente esta mediocridad de la situación económica lo que hace cualquier previsión difícil. La economía no está ni muy débil (que llevaría a la derrota del presidente), ni muy fuerte (que aseguraría su reelección). Es por ello que no es sorprendente que la mayoría de los modelos de previsión de resultados que se basan en datos económicos dan como perdedor a Obama pero dentro del margen de error.

Todavía quedan casi tres semanas para la votación y puede pasar de todo. ¿Puede Romney mantener la iniciativa? ¿Como va a responder Obama? ¿Habrá un 'October Surprise'? Esto es algo que ya ha sucedido en otras elecciones (Kerry todavía sostiene que el vídeo de Bin Laden unos días antes de la votación le costó la elección). Los republicanos están tratando de explotar el ataque de Bengasi para atacar a Obama y habrá que ver qué sale en los próximos días. La clave va a estar también en los "battlegrounds/swing states" como Ohio, Wisconsin, Penn, Virginia, Florida, Michigan, NH, o Iowa. Ahí es donde se va a decidir el resultado. Cada vez quedan menos indecisos y cualquier noticia puede ayudar a decidir su voto. Otra clave será la movilización el día de las elecciones. Ahí parece que los demócratas están mas organizados y tienen mas recursos.

Lo que está cada vez más claro es que si Obama gana será a pesar de la economía y por su buena campaña (pese al mal debate); y que si es Romney el que gana será por la economía y a pesar de su mala campaña (con la salvedad del primer debate). Próxima estación el segundo debate entre Obama y Romney el martes 16 de octubre. No puede estar más apasionante.