Parece que el próximo presidente de los Estados Unidos va a ser un socialista, y nadie lo ha notado

Parece que el próximo presidente de los Estados Unidos va a ser un socialista, y nadie lo ha notado

Las propuestas de Sanders son más radicales que las de algunos movimientos radicales europeos actuales. Ha dicho, por ejemplo, que estaría a favor de introducir una tasa máxima de impuestos sobre la renta del 90%; quiere obligar a los bancos más grandes del país a dividirse en instituciones más pequeñas; tiene el plan de abolir por completo las tasas de matrícula en las universidades; y quiere crear un sistema sanitario público gratis.

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Foto: EFE

Hay una cita que se atribuye frecuentemente al primer ministro del Reino Unido de 1957 a 1963, Harold MacMillan; cuando un periodista le preguntó qué era lo que más temía en su trabajo, comentó MacMillan: "Acontecimientos, hijo mío, acontecimientos". Esta ironía plantea una cuestión importante: ¿por qué los seres humanos tememos tanto el cambio? O, ¿por qué invertimos tanto en que las cosas no cambien, hasta el punto de no querer reconocer el cambio cuando ya está pasando?

Esto una cuestión en la que he estado pensando esta semana después de leer las noticias recientes sobre las primarias a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. Empieza a parecer posible que Bernie Sanders, el senador de Vermont, pueda ganar estas primarias en el Partido Demócrata y, si luego consigue vencer al candidato republicano, podría convertirse en el próximo presidente de los Estados Unidos. Desde la perspectiva europea, Sanders es una criatura casi impensable: un socialista democrático estadounidense (por utilizar el propio término de Sanders). Quizás es por esto que los que no están siguiendo estas elecciones asiduamente asumen que el próximo presidente de los Estados Unidos va a ser o Hilary Clinton o Donald Trump, en vez de Sanders.

Una encuesta reciente de la Universidad de Quinnipiac realizada entre los votantes demócratas del primer estado en el que se va a conocer el resultado de las primarias, Iowa -que también se considera un indicador parcial de lo que puede pasar después-, sitúa Bernie Sanders con un 49% de votos frente a un 44% para Hilary Clinton. Es verdad que no se trata de una diferencia tan grande (y que además, los resultados de encuestas de este tipo no son, como ya se sabe, completamente fiables). Sin embargo, el dato se vuelve más interesante si se toma en cuenta que una encuesta de la misma organización realizada en Iowa el mes anterior puso Clinton a la cabeza con una diferencia a su favor de once puntos. Esto implica que el apoyo para Clinton está cayendo dramáticamente frente a la subida de Sanders.

Otra noticia bastante técnica pero llamativa de la semana pasada es que la organización clintonianaMoveOn.org ha decidido apoyar la candidatura de Sanders, porque 78,6% de sus miembros le han votado en una encuesta online. Según la organización, se trata del margen de victoria más grande que ha recibido cualquier candidato en sus diecisiete años de existencia. En un cierto sentido, es lógico que la campaña de Sanders ahora tenga un ímpetu que la campaña de Clinton ha perdido: Clinton es la candidata del establishment. Y a pesar del hecho de que esto supuestamente conlleva muchas ventajas estructurales, poca gente quiere votar actualmente a una representante del statu quo. Los votantes están en plena rebelión por todo el mundo, y los de los EEUU no son una excepción.

¿Qué pasa en el lado republicano? Los candidatos republicanos tienen un cierto apoyo entre el público, pero actualmente parece que están en plana competición para ver quién puede hacer el comentario público más excéntrico: bien sea Ben Carson diciendo que la teoría de evolución fue inventada por Satán (o que la ley de sanidad de Obama ha sido la peor cosa que ha pasado en los EEUU desde la esclavitud), o Mike Huckabee diciendo que firmar un tratado con Irán por parte de Obama es el equivalente a enviar los judíos a las cámaras de gas en la segunda guerra mundial. O Marco Rubio, diciendo que Obama en realidad no quiere derrotar a ISIS porque cree que algo así ofendería a Irán. O Ted Cruz, que consideraba que no habría estado mal que Bruce Willi hubiera participado en un comité donde se discutían posibles amenazas a la tierra desde el espacio exterior. El ganador en esta competición es probablemente Donald Trump, que quiere echar los mexicanos del país y prohibir entrar a los musulmanes de entrar (¿cómo se va a comprobar si son musulmanes? ¡"Preguntándoles", dice Trump!)

El libro de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI, nos recuerda que, históricamente hablando, las tasas de impuestos marginales más elevadas del mundo se han visto en dos países tan ultra-capitalistas como EEUU y Gran Bretaña.

Pero, ¿tiene tanta popularidad Trump? ¿Va a ser él el próximo presidente, como sugieren los reportajes aquí en Europa? En realidad, Clinton va ganándole a Trump en los sondeos. Aún más interesante, sin embargo, es el hecho de que, según las mismas encuestas, Sanders le ganaría a Trump por una margen más grande que Clinton. Una encuesta del Wall Street Journal publicada hace unos días revelaba que en Iowa, Clinton ganaría a Trump por un ocho por ciento de votos (48% a 40%), mientras que Bernie Sanders le ganaría por un trece por ciento (51% a 38%). En la misma encuesta, uno descubre que en New Hampshire, que será el segundo estado en declarar los resultados de sus elecciones primarias, y que suele considerarse menos conservador que Iowa, Clinton saldría con un 45% frente al 44% de Trump; una diferencia de sólo 1%; Sanders, en cambio, recibiría 56% de los votos y Trump 37%, una diferencia de diecinueve puntos. El mensaje está claro: si los Demócratas quieren ganar a Trump, sería mejor tener Sanders de candidato.

El auge de Sanders plantea varias preguntas. ¿Podría un socialista llegar a la Casa Blanca? Hay analistas que afirman que Bernie Sanders no es un socialista en el sentido europeo. Esto puede ser verdad, pero sus propuestas son más radicales que las de algunos movimientos radicales europeos actuales. Sanders ha dicho, por ejemplo, que estaría a favor de introducir una tasa máxima de impuestos sobre la renta del 90%; quiere obligar a los bancos más grandes del país a dividirse en instituciones más pequeñas; tiene el plan de abolir por completo las tasas de matrícula en las universidades; también ha afirmado que si fuera presidente, intentaría crear un sistema sanitario público gratis; también ha comentado que le gustaría reducir la población carcelaria de los Estados Unidos masivamente etc., etc.

¿Podría conseguir el apoyo popular un programa de este tipo, sobre todo en el país más ideológicamente capitalista del mundo? El sabelotodo europeo puede decir que no. El libro de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI, nos recuerda, sin embargo, que, históricamente hablando, las tasas de impuestos marginales más elevadas del mundo se han visto en dos países tan ultra-capitalistas como EEUU y Gran Bretaña. Esto antes de la conversión de estos países al neoliberalismo (en los 1980), por supuesto, pero en aquel entonces se esperaba que la gente rica pagara más impuestos en los EEUU y en Gran Bretaña de lo que han pagado nunca en Europa, un territorio que tradicionalmente se considera mucho más socialdemocráta. El nivel de impuestos sobre la renta en la franja de ganancias más elevada en los EEUU en los sesenta, por ejemplo, fue de 90%, y en Inglaterra, del 95%.

También podría preguntarse uno si una victoria para Sanders tendría algún efecto real en la economía estadounidense, dado el nivel de institucionalización de la desigualdad en aquel país. Es posible que no -teniendo en cuenta, por ejemplo, los equilibrios de poder político en el Congreso y en el Senado, etc.-; lo que no debe ignorarse en todo esto, sin embargo, es que la popularidad actual de Sanders es un reflejo de que las cosas podrían cambiar; del mismo modo que ha ocurrido con Corbyn en Inglaterra, con Podemos en España y con Syriza en Grecia. Por no mencionar la victoria reciente del partido Liberal en Canadá.