Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad

Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad

¿Cuántas veces el aventurero, el empresario, el romántico han desaparecido al mismo tiempo que lo hacían las burbujas de la tónica? No tomes decisiones bajo los efectos de la bebida, pero escucha al niño. Aprovecha cuando el carcelero se emborracha y duerme para ver qué es lo que te grita el corazón, y actúa.

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Existe en el refranero popular español un dicho que afirma que "los niños y los borrachos siempre dicen la verdad".

Antes de seguir avanzando en esta teoría, quiero que quede clara mi preocupación por el consumo excesivo de alcohol por parte de muchas personas. Se trata, en mi opinión, de un problema muy grave, que en demasiadas ocasiones se ve amortiguado y silenciado por la aceptación que en nuestra sociedad tiene su consumo.

Dicho esto, me gustaría destacar que, entre todas las consecuencias que puede tener el alcohol sobre aquel que lo bebe, hay una especialmente curiosa: dejamos de percibir el miedo.

Ese miedo que en ocasiones nos paraliza, y en otras nos hace actuar de manera prudente.

Pero, ¿qué ocurre cuando estamos en un lugar seguro, en buena compañía y dejamos volar nuestra imaginación tras tomar unas copas?

Que aparece el niño, el osado, el travieso, el que tanto tiempo llevaba callado oculto en las mazmorras de nuestra conciencia, y empieza a dar voces, a gritar verdades, a hacerse oír.

Te cuenta algunas verdades que no recordabas y otras que ni tú mismo sabías.

Pero, ¿cómo puede ser que tu yo borracho sepa más de ti que tú mismo?

Dime, ¿cuántas veces, tras el tercer gin-tonic, has programado un viaje en Harley? ¿O en barco? ¿Cuántas veces has fantaseado con montar una empresa? ¿Cuántas has decidido iniciar un proyecto? ¿Dejar tu trabajo? ¿Volver a estudiar? ¿O cuántas veces has cogido el teléfono para decirle por última vez a una chica "¡te quiero!"?

¿Cuántas veces el aventurero, el empresario, el romántico han desaparecido al mismo tiempo que lo hacían las burbujas de la tónica?

¿Cuántas veces la chispa de tus ojos, la sonrisa pícara, los gestos patosos han dejado paso al ceño fruncido, los labios apretados y al gesto firme del carcelero que se asegura de mantener al niño en la mazmorra?

¿Cuántas veces te has dicho a ti mismo tras la resaca "¡qué tontería!"?

"¿Cómo voy a dejar mi trabajo para dedicarme a ...?"

"¿Cómo voy a decir lo que siento...? ¡Menudo ridículo!"

"¿Cómo voy a viajar...? Hay cosas más importantes".

No tomes decisiones bajo los efectos de la bebida, pero escucha al niño. Aprovecha cuando el carcelero se emborracha y duerme para ver qué es lo que te grita el corazón, y...

Programa ese viaje. Si es eso lo que harías cuando el miedo duerme, no deberías descartarlo.

Dile que la quieres, puedes estar seguro de que la vergüenza tiene menos memoria que el arrepentimiento.

Y si continúas dudando, haz "la prueba de los dos años".

Pregúntate a ti mismo: "Si me quedaran dos años de vida...":

¿Haría ese viaje?

¿Intentaría ese proyecto?

¿Continuaría en mi trabajo?

¿Volvería  a estudiar?

¿Le dirías por última vez ... ¡ te quiero!?