Austeridad, rigor... De cómo el poder se sustenta en la dualidad de las palabras

Austeridad, rigor... De cómo el poder se sustenta en la dualidad de las palabras

Paradójicamente, la austeridad es el concepto preferido por las élites, aquellas que exhiben incentivos descomunales y se sirven de paraísos fiscales para ocultar su opulencia, para justificar recortes de derechos.

El dominio de los medios de comunicación convierte a los conceptos económicos, desde las reformas estructurales a la eficiencia, desde la competitividad al rigor metodológico, en algo desvirtuado que se instala deformadamente en la mente de los ciudadanos hasta acabar amparando poderosos intereses privados en conflicto con el interés general. El doble uso de las palabras (o la polisemia del significante) encubre mensajes subliminales que conforman el cuerpo central de un conjunto de valores que ampara una forma concreta de ejercer la autoridad y el poder.

"No es economía, es ideología" como bien definen mis compañeros del colectivo "Economistas Frente a la Crisis" que también reclaman atención para que "no nos roben las palabras". Es imprescindible que seamos capaces de desmontar la fuerza de choque que se oculta detrás de algunos significados. Todo está diseñado para contraponer el gasto social y la competitividad o los impuestos a la eficiencia económica cuando han sido siempre las señas de identidad del modelo productivo europeo, a la vez innovador, competitivo y estable en términos de demanda, a la vez, eficiente y democrático.

En este post se utiliza, como ejemplo, los diversos significados de rigor, austeridad o flexibilidad para comprobar en qué medida el modelo social dominante se construye sobre la ambivalencia de estos conceptos.

1.- El rigor

Precisamente, el concepto "rigor" es utilizado en el lenguaje académico, como sinónimo de "propiedad y precisión" léxica. Nos dice, justamente, que las palabras deben usarse de modo que se evite su doble sentido, para conseguir una correspondencia biunívoca entre su uso en un contexto determinado y el concepto que con ellas se quiere expresar.

El rigor consiste en vigilar y combatir las ambigüedades y mostrarse con concisión y exactitud, es decir, evitar la indefinición interesada como ocurrió con el concepto "rescate", que ha colocado a nuestro Gobierno en el disparadero europeo. Rigor es también atender a los datos reales y no a los inventados en avances o corregidos en foros mediáticos. Con rigor evitaríamos hablar de reformas cuando se practica la demolición. Esa propiedad asociada a lo preciso debería entenderse no solo desde su perspectiva técnica sino extenderse a su vertiente social: las palabras deberían decir, con claridad, lo que a menudo ocultan: quién soporta tal o cuál medida, a quién benefician desde su aparente neutralidad.

Lo curioso es que el mismo concepto del rigor que reclama precisión sea, en sí, ambivalente.

Esa dualidad nos muestra una segunda acepción que apunta precisamente a los modos de relacionarse y sus consecuencias, ya que también significa "aspereza y dureza en el trato" lo que, probablemente, se ajuste especialmente bien a lo que vivimos, una situación que esconde la dureza social del lenguaje técnico. Solo desde la aspereza y la lejanía del despotismo tecnocrático se es capaz de justificar rescates multimillonarios a los bancos mientras se recortan "porque no hay más remedio" sueldos de médicos y profesores y plazas de hospitales. Desde la opacidad de los números y las palabras nos escamotean la precisión del rigor conceptual para podernos imponer, adecuadamente, el rigor social.

Aún hay más. Una tercera acepción del "rigor" nos lo presenta asociado a la "excesiva y escrupulosa severidad", que sugiere el castigo identificado con la moral integrista. Prepárense, porque es entonces, cuando las palabras se convierten en tópicos vestidos de rigorismo protestante, cuando parecen prepararnos para el castigo. Lo detectamos cuando escuchamos a inversores que, supuestamente deberían tomar decisiones desde el rigor económico, declarar que "Grecia es un país de cabreros, los españoles son unos vagos que se echan la siesta, Portugal está lleno de gente falta de educación y en Irlanda son unos borrachos". Lo decía un destacado analista israelí con presencia en medios importantes y representante de un potente fondo de inversión en abril de 2010, veinte días antes que Zapatero adoptara el famoso giro hacia las políticas de ajuste.

2.- La Austeridad

Si el triple significado del rigor no lo hubiera dejado suficientemente claro, conviene profundizar en la ambivalencia del concepto austeridad. Su primera acepción, la que asociamos a una cualidad humana, sirve para describir un modo de vida "sobrio, sencillo, sin ninguna clase de alardes", despojado de apariencias innecesarias.

Digamos que presentada como virtud económica, nos muestra un concepto que entronca con usos sociales como la sobriedad y la moderación en el vivir, propio de las clases populares. Lo opuesto al despilfarro. Pues bien, paradójicamente, la austeridad es el concepto preferido por las élites, aquellas que exhiben incentivos descomunales y se sirven de paraísos fiscales para ocultar su opulencia, para justificar recortes de derechos y retribuciones a los sorprendidos ciudadanos comunes. Los despilfarradores nos insisten que venimos de una época de excesos donde "todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" en un mensaje tan repetido como falso como demuestran las estadísticas "más rigurosas" que afirman que los salarios reales descendieron un 10% entre 1995 y 2006 en España, EEUU y el conjunto de la OCDE. Como tampoco vale de nada que señalen a la sanidad de España es uno de los sistemas mas austeros y eficientes para que insistan es que es la causante principal de los despilfarros que lastran la economía.

Es entonces, cuando el rigor y la austeridad emparentan en sus segundas acepciones. Porque austeridad es también una cualidad que nos describe a alguien "rigurosamente ajustado a las normas de la moral", lo que nos coloca de lleno en la dialéctica de la virtud y el pecado. Por si no quedara claro, austeridad es también el camino para construirnos como un ser "mortificado y penitente, el que hace reprimir los sentidos y pasiones", un objetivo que necesita penalizar el disfrute de la vida típico de los pueblos del sur. No es extraño que, en nombre de la austeridad, los problemas reales o ficticios de sus economías se condimenten con prejuicios y tópicos hasta acabar haciendo que la profecía se cumpla. Recuerden como la popularización del acrónimo PIGs dio armas, sin ir más lejos, a la xenofobia de la extrema derecha en los países nórdicos, materializándose en el discurso de "los auténticos finlandeses" que cuadriplicaron sus votos en 2010 con el argumento de que "la laboriosidad nórdica no tiene por qué pagar la vida ociosa bajo los olivos de los inoperantes países del sur. (Aunque las estadísticas muestren que trabajen hasta un 20% más de horas al año)

Al final, todo se reduce a la gestión de temores y a la forma de vencer resistencias y no de buscar consensos para la superación de las dificultades económicas. Quizás son conscientes, como afirmara Shakespeare, que "no son las dificultades las que vencen a los hombres, sino el temor".