Frédéric Mistral y el occitano en Toulouse

Frédéric Mistral y el occitano en Toulouse

La probable desaparición del occitano se deba quizás al fracaso de Mistral y compañía en la articulación de un nacionalismo capaz de imponerse al jacobinismo. El nacionalismo que empezó a esbozarse, en todo caso, parece que iba a ser de un corte más bien derechista y retrógrado.

Esta semana se ha celebrado el centenario de la desaparición del poeta occitano Frédéric Mistral, premio Nobel de Literatura en 1904 junto al ingeniero y matemático José de Echegaray, y hoy ambos son tristemente más recordados en nuestro país por su aportación respectiva a los callejeros de Barcelona y de Madrid que por sus obras.

Si bien el valor de la obra literaria de Echegaray es contestable, en el caso de Frédéric Mistral parece poco aventurado avanzar que la poca difusión de su obra actualmente se debe al hecho de que la escribió en occitano, un idioma en claro peligro de extinción. Pese a que en muchas ciudades del sur de Francia la doble señalización en occitano está bastante extendida -lo que puede dar una idea equivocada del vigor de la lengua-, desde que vivo en Toulouse (llamada Tolosa en occitano, y a veces referida en español como Tolosa de Lenguadoc para evitar confundirla con la Tolosa guipuzcoana) solamente he conocido a una hablante de esta bella lengua, una señora ya entrada en años que lo aprendió de sus abuelos por pura curiosidad.

Si hace unas semanas escribí sobre Amberes, una ciudad en la que el proceso de afrancesamiento no llegó a completarse, en Toulouse el francés ha sustituido al occitano por completo, incluso en los topónimos (el barrio otrora llamado Belmont es hoy Jolimont), convirtiendo a este idioma en una reliquia. No sólo es raro encontrar locutores de occitano, sino que son cada vez menos los habitantes de Toulouse que hablan con un acento sureño, y la actitud de muchos de sus habitantes con respecto al habla local es la de una indiferencia arrogante hacia lo que los franceses denominan despectivamente patois (dialecto).

La desaparición de la lengua vernácula del sur de Francia suscita poca emoción entre los locales porque ha sido un proceso largo, iniciado incluso antes de la aparición de los jacobinos, que eran defensores a ultranza de la soberanía popular y de una república indivisible cuyo poder se había de ejercer desde París, y para los que igualdad rimaba con uniformidad. Antes de la Revolución Francia era una pequeña Europa, y no sólo era habitual el uso del occitano sino que en el este se hablaban lenguas germánicas como el alsaciano y en el oeste lenguas célticas como el bretón, hoy igualmente amenazadas por la triunfante concepción jacobina que sin necesidad de derramamiento de sangre ha tenido unos efectos lingüísticos similares a los de la Matanza de San Bartolomé sobre la pluralidad religiosa.

Francia es uno de los pocos miembros del Consejo de Europa que no han ratificado la Carta Europea de las Lenguas Regionales y el occitano es virtualmente inexistente en las escuelas. Parece que esta situación podría cambiar pronto, lo que a lo mejor alarga unos años la agonía del occitano (el cambio normativo llegará, en mi opinión, demasiado tarde, pero quizás la suerte del occitano no esté aún del todo echada). Aurélie Filippetti, la ministra de Cultura, defiende la ratificación de la Carta al mismo tiempo que en una reciente entrevista declaraba, en un arranque de jacobinismo, que no se permitirá la traducción de la famosa divisa Liberté, égalité, fraternité a lenguas regionales porque ello atentaría contra el honor de la República, lo que me recordó a un joven Adolfo Suárez, que en 1976 decía ser partidario del derecho a usar las lenguas regionales al mismo tiempo que respondía lo siguiente a la pregunta "¿Se podrá estudiar el bachillerato en vascuence o catalán?":

"Su pregunta, perdone que se lo diga, es tonta. Encuéntreme, primero, unos profesores que puedan enseñar la química nuclear en vascuence o en catalán. Seamos serios..."

Volviendo a Mistral, cabe recordar que además de un buen poeta fue un destacado lexicógrafo, por lo que para la lengua occitana su aportación es similar a los logros combinados de Àngel Guimerà y Pompeu Fabra para la catalana. El diccionario que Mistral y sus asociados promovieron, el Tresor dóu Felibrige, es todavía hoy el principal diccionario de referencia en occitano y es, sintomáticamente, un diccionario occitano-francés.

Mistral era esencialmente un hombre de letras, pero también fue un activo nacionalista occitano. En Toulouse hay una asociación cultural llamada L'Ostal d'Occitània que promueve el uso del occitano y en cuya puerta se lee una cita de Mistral:

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Foto: IO.

La traducción española de la cita es algo parecido a: "Si un pueblo es esclavizado, si conserva su lengua conserva la llave que lo libera de sus cadenas". Sin embargo, el nacionalismo de Mistral, que no fue nunca radical, fue suavizándose con el paso de los años. De joven defendía que Francia, la madre patria, debía dejar volar del nido a las provincias occitanas, como toda buena madre desea que su hijo se independice llegado el momento. Durante la guerra franco-prusiana muchos franceses dudaban de la lealtad a la patria de Mistral y otros miembros del Felibrige, lo que le obligaba a medir bien sus palabras y hacia el final de su vida parece ser que se resignó definitivamente a que su sueño de una Occitania independiente era una quimera.

Mistral era un raro republicano de derechas, y decía sentirse más cómodo entre los aristócratas que entre los demócratas. En el caso Dreyfus, que dividió la Francia de la época en dos mitades, se alineó con la derecha anti-dreyfus, lo que sus admiradores intentan excusar como un pecadillo motivado por su antipatía personal hacia Zola.

La probable desaparición del occitano se deba quizás al fracaso de Mistral y compañía en la articulación de un nacionalismo occitano capaz de imponerse al jacobinismo. El nacionalismo que empezó a esbozarse, en todo caso, parece que iba a ser de un corte más bien derechista y retrógrado, como lo son la mayor parte de nacionalismos.

Personalmente simpatizo con Mistral en su defensa de una causa perdida y como a él me parece deplorable la incalculable pérdida cultural que supone la desaparición de la lengua de los trovadores. Discrepo con él, en cambio, en sus veleidades nacionalistas, y no creo en absoluto que los habitantes de Toulouse estén hoy más esclavizados de lo que lo estarían en una Occitania independiente.