Sánchez Gordillo y Lee Kuan Yew

Sánchez Gordillo y Lee Kuan Yew

Sinceramente, desconocía como casi todo el mundo la existencia de esa especie de kibbutz sevillano que es Marinaleda hasta el asalto de un Mercadona por parte de su alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo.

Sinceramente, desconocía como casi todo el mundo la existencia de esa especie de kibbutz sevillano que es Marinaleda hasta el asalto de un Mercadona por parte de su alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo. Más que la desfachatada acción de protesta, cuyo objetivo era probablemente captar la atención de la prensa, me ha llamado la atención la existencia de un 'modelo Marinaleda' que probablemente sea únicamente sostenible en base a las subvenciones que recibe el pueblo.

Por lo que a mi respecta, y pese al respeto que me inspiran sus vecinos, creo que odiaría vivir en Marinaleda, que en el fondo no será tan distinto de Periana, un pueblo de la Axarquía malagueña en el que vive aún hoy mi abuela. Cabe sin embargo aplaudir el voluntarismo e imaginación de su alcalde, que justo es recordarlo, ha ganado todas las elecciones municipales desde hace más de 33 años con una confortable mayoría absoluta y ha inculcado a sus vecinos un ideario de "si quieres algo, has de acapararlo con las dos manos" que diría Al Capone, quien irónicamente, y según sostiene Enzesberger en Mafia y capitalismo, es el capitalista americano por antonomasia.

Al sur de la península de Malaca hay una pequeña isla del tamaño de Ibiza llamada Singapur que como Marinaleda o Cuba constituye un gigantesco experimento social puesto en práctica por un autócrata chino nacido en 1923 y llamado Lee Kuan Yew. A diferencia de Castro o de Sánchez Gordillo, Lee Kuan Yew es un defensor a ultranza del libre mercado pero al igual que ellos cree mucho menos en la democracia representativa. Singapur nace como estado independiente después de ser poco menos que expulsado de Malasia, de la que formaba parte como estado federado, ya que los malayos temían que el PAP, el partido creado por Lee, se expandiera por Malasia entre la minoría china, que es mayoría en Singapur.

Lee creó entonces una economía basada en las pocas cosas en las que podía destacar Singapur: industria química, producción de componentes electrónicos, lucha tenaz contra la corrupción y seguridad jurídica -Lee Kuan Yew estudió derecho en Cambridge-. Estas dos últimas características y las bajas tasas impositivas hicieron florecer el sector financiero y decidieron a la mayor parte de las multinacionales a instalar sus centrales para la región Asia-Pacífico en Singapur, que desde su independencia ha crecido a tasas de casi dos digitos anuales hasta convertirse en uno de los países más prósperos del mundo, y ciertamente el que tiene una mayor proporción de millonarios (casi un 20% de la población). Eso sí, el éxito económico es relativo, ya que el coeficiente de Gini de Singapur, considerado como el medidor de la igualdad, sitúa a la Suiza asiática en el nonagésimo lugar, justo entre Sierra Leona y Ghana.

Más inquietante aún que la rampante desigualdad es la situación de los derechos humanos. Singapur, donde estuve viviendo hace poco menos de un año, es uno de los países que aplican más alegremente la pena de muerte, y básicamente por delitos relacionados con el narcotráfico. Los castigos físicos (azotes con una caña de bambú) se aplican incluso por faltas menores como la expiración del visado, así que si algún compatriota está pensando emigrar por allí que se informe bien de las condiciones. Los chicles están prohibidos si no se tiene prescripción médica, e importar cigarrillos o alcohol puede comportar multas gravísimas, por lo que los locales denominan irónicamente a su ciudad-estado como la fine city, pero es justo reconocer que por lo menos las draconianas políticas contra el crimen son eficaces. La prensa e internet (y concretamente la pornografía) están censurados, y el régimen de Lee Kuan Yew, hoy en día más suave en lo que respecta a tolerar el pluralismo, tuvo 17 años encarcelado a Said Zahari, editor de un diario para la minoría malaya. Además, Lee Kuan Yew defiende una versión social de la selección natural que incluye una especie de jerarquías raciales que recuerdan a las teorías de cierto alemán mostachudo de nefasto recuerdo. Estimo que la mayor parte de las ideas de Lee son inaplicables en España. Hay una que seguro que levantaría las iras de la mayor parte de mis conciudadanos: los políticos en Singapur son los mejor pagados del mundo. Sobre la base de que se quiere que los mejores ocupen las más altas funciones y no sólo por un mandato, Lee ha fijado una fórmula para ligar el sueldo de los miembos del Gobierno al mercado, y son pagados dos tercios de la mediana del sueldo de los ocho profesionales mejor pagados del país en diversas ramas: banqueros, ingenieros, abogados, etc. Su hijo y actual primer ministro, Lee Hsien Loong tiene un sueldo de gerente de una gran multinacional (casi dos millones y medio de euros anuales), y la pacata pero incipiente oposición ofrece otra fórmula consistente en multiplicar por 100 el sueldo medio del 20% peor pagado, lo que daría una cifra no tan jugosa pero casi.

En todo caso, tanto Marinaleda como Singapur, Cuba y otros países de los que espero hablar en mis próximos posts nos sirven de lección para ver claramente que, mejor o peor, las cosas pueden hacerse diferentemente. Y a día de hoy en España, y diría que casi lo mismo ocurre en el resto de Europa, no existe propuesta original alguna más allá de la agobiante austeridad o de la lamentable xenofobia.