Paz nuclear: primero, Irán, ¿cuándo Corea del Norte?

Paz nuclear: primero, Irán, ¿cuándo Corea del Norte?

El temor a que Irán se convirtiera en otro crispado reducto nuclear ciertamente se ha disipado, se han perfeccionado las técnicas negociadoras y el optimismo ha conducido a imaginar la reanudación de conversaciones con la República Democrática y Popular de Corea por parte de representantes de China, los Estados Unidos, Corea del Sur, Japón y Rusia.

REUTERS

Después del acuerdo nuclear logrado con Irán, 14 de Julio, en ciertos ambientes internacionales se espera mucho por lo que se ha aprendido y logrado en las largas negociaciones con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania, consiguiéndose lo que no se ha conseguido aún con la República Democrática y Popular de Corea (DPRK) o Corea del Norte. El temor a que Irán se convirtiera en otro crispado reducto nuclear ciertamente se ha disipado, se han perfeccionado las técnicas negociadoras y el optimismo ha conducido a imaginar la reanudación de conversaciones con la DPRK por parte de representantes de China, los Estados Unidos, Corea del Sur (ROK), Japón y Rusia.

Sydney Seiler, representante de los Estados Unidos en las conversaciones a seis bandas con la DPRK efectivamente ha declarado que se han aprendido cantidad de cosas en los encuentros con los iraníes, esperando que las lecciones puedan aplicarse en las eventuales negociaciones con la DPRK. Por parte de los cinco países, en la otra parte de la mesa, hay más o menos coincidencia en reiniciar las reuniones, no celebradas desde diciembre de 2008, aunque permanecen algunas diferencias sobre la fecha misma para hacerlo, la intensidad y dirección en las sanciones, la prioridad concedida a uno u otro tema y el temor al colapso del régimen de Pyongiang, con la subsiguiente riada de refugiados para China y la ROK, etc.

Pero sí hay unidad en esos cinco -generada por las provocaciones de la DPRK- sobre la necesidad de mantener las sanciones impuestas por las Naciones Unidas en último término en marzo de 2013. Con cierta frecuencia, Pyongiang ha efectuado pruebas de misiles de largo alcance, y en tres ocasiones (2006, 2009 y 2012) ha realizado pruebas nucleares. Aparte de los habituales insultos, estas incidencias graves no han impedido signos de optimismo, luego negados, posibilitados por aquel esperanzador Acuerdo Marco de 1994 en que la DPRK se comprometió a abandonar las armas nucleares, el programa de enriquecimiento de uranio y de producción de plutonio, el desmantelamiento de la planta de Yongbyon, etc.

Como en el caso de Irán, con frecuencia se ha vuelto al punto de partida o a la nada inicial, han menudeado acusaciones, trampas y mentiras, reconociéndose por parte de los cinco que no se ha conseguido mucho en seis tandas de conversaciones sobre la desnuclearización de la DPRK, país considerado poco fiable, volátil, en manos de una élite obsesionada por el arma nuclear y paranoica con el resto del mundo. No son excluibles nuevas sorpresas en cuanto a pruebas nucleares o de misiles, especialmente con motivo de alguna celebración patriótica y para asustar a los enemigos. Precisamente, uno de los alicientes para la reanudación eventual de los encuentros reside en los sospechosos signos de actividad detectados en la planta nuclear de Punggye-ri.

Precedentes arruinados

Efectivamente, en esos repetidos encuentros sin resultados visibles con la DPRK no han faltado en su día indicios alentadores que lamentablemente no se han consolidado en modo alguno; más bien lo contrario: se ha vuelto a empezar. La opinión generalizada aún sobre el comportamiento de la DPRK es que no renunciará a sus programas nucleares, civiles y militares, y solo hará concesiones más bien menores a cambio de ayudas en combustible y alimentos. No abundan ya las ideas sobre cómo lograr el desarme de la DPRK, o al menos su buena educación nuclear; si acaso, solo se confía en la capacidad de China para presionar al régimen, o en que los Estados Unidos lleguen a ofrecer generosamente una cierta normalización en las relaciones diplomáticas entre Washington y Pyongiang.

El Acuerdo Marco de 1994, firmado por los negociadores en Ginebra, sentó las bases para una detención verificable en la producción de plutonio y en el desmantelamiento de reactores. En los dos últimos años de la Administración Clinton, el secretario de Defensa Bill Pers ya estableció un plan para el tratado de paz que jurídica y políticamente pusiera término a la Guerra de Corea, orientado también a la normalización de relaciones con los Estados Unidos y al levantamiento de las sanciones. Se generó entonces tan buena atmósfera política, que en octubre de 2000, en la Casa Blanca, se recibió a un alto representante militar de Kim Jong il, y la secretaria de Estado, Madeline Albright visitó oficialmente Pyongiang.

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Precedentes tan valiosos desaparecen a medida que se celebran las rondas negociadoras, la sexta iniciada en 2007, a menudo con indicios esperanzadores y compromisos adquiridos para la desnuclearización y el desmantelamiento de instalaciones, interrumpidos o anulados por auténticas rabietas diplomáticas por parte de la DPRK, compromisos flagrantemente incumplidos, pruebas nucleares y de misiles acompañadas de más sanciones y enésimas condenas del Consejo de Seguridad, algunos contactos entre estadounidenses y norcoreanos sin mayor interés, etc., hasta llegar a hoy en que, al parecer, se acabaron las ideas, porque se habrían empleado todas. Pero una vez más, la DPRK habría admitido reanudar las conversaciones sin condiciones previas.

La Constitución, reformada en 2012 bajo Kim Jong un, recoge en su Preámbulo que la DPRK es una nación nuclear, militarmente poderosa, indomable. Es decir, el arma nuclear es un elemento determinante de la identidad del régimen de Pyongiang, algo de lo que no puede prescindir sin incurrir en graves riesgos ante un entorno regional agresivo y la enemistad profunda de los Estados Unidos. En la tercera generación de la familia Kim, continuamente se ha reclamado la necesidad de desarrollar la tecnología civil, militar y nuclear, tanto para alcanzar objetivos pacíficos como militares. Nunca ha rechazado la DPRK el uso del arma nuclear ni el desarrollo de los medios para transportarla hasta su objetivo.

Irán es algo muy distinto

Según una concepción firmemente asentada en Pyongiang desde los tiempos de Kim Il sung el papel del arma nuclear, la tecnología de los misiles y los satélites son esenciales para la modernización y la prosperidad del país; o, mejor dicho, para la seguridad del régimen, porque según está suficientemente documentado, la mayoría de la población vive en condiciones deplorables de represión política y penuria material. Sin que la DPRK haya abandonado su identidad nuclear y sus ambiciones al respecto, las negociaciones probablemente carecerán de un sentido preciso, teniendo los cinco enfrente a un régimen peligroso que puede poner en serio riesgo la paz mundial y la estabilidad regional caso de sentirse amenazado. La ROK y Japón serían los objetivos directos.

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Kim il sin y Kim yong il, abuelo y padre del actual líder de Corea del Norte (REUTERS)

Tanto con la DPRK como con Irán se ha negociado con países que no han renunciado a la tecnología nuclear, intentándose que no la utilicen con finalidad militar, que reduzcan o eliminen la producción de misiles de largo alcance y que permitan inspecciones internacionales. El arte de lo posible, lo que es la política, se ha realizado de manera en principio convincente con Irán, desechándose el ideal de la desnuclearización total, lo mismo que, previsiblemente, ocurriría en el caso de Corea del Norte; aunque es preciso reconocer que resulta más complicado sentarse a conversar con representantes de una dictadura implacable que quieren lograr su legitimación internacional como potencia nuclear, están dispuestos sobradamente al chantaje y a la intimidación, no han renunciado al uso pacífico, pero tampoco, y sobre todo, al uso militar y a la bomba que ya se poseen.

Deteniéndose en ambos procesos negociadores y tratando de extrapolar las lecciones aprendidas con Irán, se agota cualquier comparación entre éste régimen y el de Pyongiang. Irán es, además, toda una potencia regional, una semidemocracia en proceso de franca evolución, con una sociedad muy viva, una espléndida densidad cultural y un pasado histórico memorable.

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Desde los tiempos del Shah -y al estilo de las grandes potencias a partir de 1945, con un discurso estratégico aún no erradicado en su totalidad-, el país trató de buscar en el arma nuclear la seguridad, el prestigio y la inmunidad indiscutibles en la sociedad internacional; lo que otros países buscaron y aún otros barruntan. Con la Revolución Islámica y los ayatollahs desde 1979 se ha mantenido sustancialmente tal discurso.

La aproximación con Irán ha posibilitado un acuerdo que autoriza cierto optimismo y que ha evitado en ese país tener un reducto de rencor y agresividad. Pero con la DPRK resulta difícil encontrar signos de tal aproximación, posible finalmente por el mismo desarrollo político y humano de Irán, a tan bajos niveles en el otro caso. Sin embargo, hay que contar con la DPRK y reanudar esas conversaciones, con la esperanza de que sus dirigentes proporcionen a país tan desgraciado un espacio de entendimiento y cooperación; en el que se logre generar confianza, sea posible alguna apertura política, una política de desarrollo económico y comunicación internacional, cosas hasta ahora no precisamente prioritarias para la familia Kim.