30 años después del desastre de Chernóbil, la amenaza nuclear sigue al acecho

30 años después del desastre de Chernóbil, la amenaza nuclear sigue al acecho

Lo único que rodea a los edificios abandonados es el silencio: una muñeca rota por aquí, un mueble ruinoso por allá, un buzón oxidado colgando de un tocón. La ciudad fantasma tiene un nuevo amo: la naturaleza, que se ha adueñado de la ciudad, reclamando su territorio. Los árboles crecen atravesando ventanas rotas y el musgo sale entre las grietas del asfalto.

Era una apacible noche de primavera, la gente dormía tranquilamente a medida que el fin de un día laboral daba paso al fin de semana, hasta que explotó el cuarto reactor nuclear de la central de Chernóbil.

Oleksandr Galuh recuerda bien esa noche.

"Mi madre se despertó cuando las ventanas se hicieron añicos", recuerda Galuh, que por aquel entonces tenía 10 años y vivía en Prípiat, una ciudad cercana a Chernóbil. "Se pensó que era una tormenta".

Pero ningún trueno interrumpió la quietud de la noche: fue una explosión. Fue el 26 de abril de 1986 a la 1:23 de la madrugada cuando el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil estalló en llamas. En ese momento tuvo lugar el peor accidente nuclear de la historia.

El incendio duró unos 10 días, y decenas de miles de kilómetros cuadrados quedaron cubiertos por una nube radioactiva.

"A la mañana siguiente, mi tío vino a casa y nos dijo que había habido un accidente y que había sido un gran desastre", explica Galuh, que ahora ya es un hombre adulto y vive en Kiev.

Prípiat, la ciudad soviética que fue construida en los setenta para el personal de la central, era la que más cerca se encontraba del reactor, a menos de 3 kilómetros de distancia. Pasaron 36 horas antes de que se empezara a evacuar a los habitantes.

"Se nos dijo que lleváramos provisiones solo para tres días, porque limpiarían la ciudad y después podríamos volver", explica Galuh. "Recuerdo que la gente estaba feliz, que llevaban raquetas y otras cosas para pasar el tiempo libre. Nadie esperaba no poder volver nunca".

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Prípiat, la ciudad más cercana a la central de Chernóbil, fue evacuada tras el accidente nuclear de 1986. Con el tiempo, la naturaleza se ha adueñado de la ciudad fantasma.

Chernóbil: la atracción turística

Hoy en día, lo único que rodea a los edificios abandonados que quedan como testimonio de la apresurada partida es el silencio. No queda mucho más tras el saqueo que sufrió la ciudad en los noventa: una muñeca rota por aquí, un mueble ruinoso por allá, un buzón oxidado colgando de un tocón. Pero la ciudad fantasma tiene un nuevo amo: la naturaleza. Se ha adueñado de la ciudad, reclamando su territorio: los árboles crecen atravesando ventanas rotas, el musgo sale entre las grietas del asfalto, un búho ha hecho su nido en el apartamento en el que vivía Galuh.

Aunque el silencio de "la Zona" -así es como se denomina al área de exclusión de 30 kilómetros alrededor del reactor de Chernóbil- se ve interrumpido. Y no por los pájaros que cantan en los árboles, sino por los pitidos de los contadores Geiger de los turistas.

Ahora Prípiat parece más una selva que una ciudad. La gente que regresa a verla no la reconoce.

Nikolai Fomin lleva siendo guía turístico de Chernóbil desde 2009 y cuenta con más de 500 tours a sus espaldas. En su opinión, la naturaleza se está recuperando aquí, e incluso se está adueñando de la ciudad, pero no porque no haya radiación, sino porque no hay gente. Ahora Prípiat parece más una selva que una ciudad.

"La gente que regresa a verla no la reconoce", asegura Fomin. "Me dan sus antiguas direcciones y me piden que les lleve hasta allí. Y todos lloran".

El recorrido turístico de Chernóbil es como un paseo por el cementerio de los malos recuerdos de Ucrania. Conduce a los amantes de los desastres históricos por Zalissya, una de las 186 comunidades del área de Chernóbil que fueron evacuadas. Allí, entre casas abandonadas y en ruinas vive la anciana Rozaliya Ivanivna, una mujer que se asentó allí y que está empezando a hartarse de los turistas. La siguiente atracción turística es una guardería abandonada de Kopachi. Las calles que la rodean han sido pavimentadas con varias capas de asfalto para cubrir cualquier resto de contaminación. Pero es en la base de un árbol donde los contadores Geiger se vuelven locos al apuntar con ellos a zonas determinadas del suelo. El de Fomin presenta 10 microsieverts por hora, unas 100 veces más de la cantidad de radiación normal que puede encontrarse en cualquier parte del mundo. Cuando una persona se somete a una exploración por TAC de abdomen y pelvis, la radiación que absorbe es de unos 10 milisieverts por hora (es decir, 10.000 microsieverts por hora), lo que equivale a tres años de exposición a radiación ambiental natural.

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Guardería abandonada en Kopachi, dentro del perímetro de exclusión de 30 kilómetros alrededor del reactor de Chernóbil conocido como "la Zona".

A Fomin le preocupa que el número de turistas que visitan la zona sea cada vez mayor.

"Veo cómo cambian las cosas de un tour a otro", se lamenta. "Los muebles viejos no están en el mismo sitio, los libros suelen estar abiertos por una página en la que se ve una foto de Lenin, cada vez más, todo parece un montaje".

La parte más destacada del tour es esa en la que se acerca a los visitantes al reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil, a unos 200 metros de sus restos. Los turistas no pueden acercarse más. Desde detrás de una verja, pueden contemplar el nuevo "sarcófago", brillando al sol. El antiguo "sarcófago", o contenedor, volvió a montarse en 1986 e iba a ser algo temporal. El Nuevo Contenedor Seguro está pensado para cubrir el reactor número 4 y proteger de la radiación, que sigue siendo peligrosa, durante el próximo siglo.

Aleksandr Kupny, uno de los que más han criticado el lento proyecto de construcción del sarcófago no confía en que este vaya a durar tanto.

"El sarcófago no es hermético, no se diseñó para que lo fuera", explica. "Si, Dios no lo quiera, explotara algo ahí dentro, el resultado equivaldría a un tornado de polvo de nivel 3 o 4. Y hay 35 toneladas de polvo acumulado ahí dentro, y es radioactivo".

Kupny creció en una "Casa de Chernóbil": su padre fue uno de los directores del complejo y su hijo empezó a trabajar ahí hace unos años. Kupny ejercía de liquidador en 1988. Recuerda que ese fue el año en el que entró por primera vez en la Zona después de que se produjera el accidente: las ciudades que él conocía tan bien y que había visto llenas de vida ahora estaban vacías; las únicas personas que las poblaban iban vestidas igual: con los mismos jerséis oscuros y los mismos sombreros grises. Lo más probable es que por aquel entonces él no se imaginara que ese lugar llegaría a estar algún día repleto de turistas.

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Un grupo de turistas dentro del edificio abandonado en el que se encontraba la piscina de Prípiat.

Las dos realidades

Nikolai Fomin, el guía turístico de Chernóbil, nos cuenta que a la gente de Ucrania no le gusta hablar sobre Chernóbil porque lo conciben como un episodio negativo de su historia y como un lugar terrorífico. Tiene casi 40 años y no recuerda que trataran el tema en el colegio o que se hablara de ello en casa. Y la energía nuclear no es uno de los temas de actualidad entre los ucranianos.

"La gente no tiene tiempo para pensar en ello", explica. "Están más preocupados por cómo sobrevivir en estas condiciones: con el nuevo Gobierno y con la guerra en el este del país. Tenemos que pensar en los alimentos, en los tipos de cambio, en los precios que se duplican o triplican; no tenemos tiempo para preocuparnos por las consecuencias de la energía nuclear". Pero él mismo lo reconoce: "deberíamos pensar en Chernóbil, en Fukushima. Deberíamos recordarlo. Y deberíamos recordar que la energía nuclear tiene consecuencias".

Como solía hacer siempre, un compañero del colegio de Galuh fue a pescar al embalse, al tanque de enfriamiento de la unidad eléctrica, el viernes por la tarde anterior al desastre de Chernóbil

"Nos contó que lo había visto todo", recuerda Galuh. "Todo pasó a su lado: el fuego, las llamas. Y el chico murió al año siguiente".

Existen dos realidades. Está la versión oficial y luego está la realidad que presenciamos día tras día en este hospital.

30 años después de aquel suceso, en Kiev, una niña se toma las pastillas que le ha traído la enfermera después de la comida.

"Existen dos realidades", opina Bozhenko Vadim Borisovich, director médico del hospital de enfermedades relacionadas con la radiación de Kiev. "La versión oficial de la Inspectoría Estatal de Regulación de Centrales Nucleares de Ucrania es que ya no hay peligro en relación con el accidente de Chernóbil, pero luego está la realidad que presenciamos día tras día en este hospital".

El centro médico fue inaugurado el 1 de agosto de 1986 y aceptaba a todas las personas afectadas por el accidente de Chernóbil. Según Borisovich, desde entonces ha tratado a más de 60.000 niños y a más de 600.000 adultos. Cuando estuve allí hace un año, 100 niños fueron hospitalizados debido a la radiación.

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Una niña ucraniana duerme en una de las habitaciones del hospital de enfermedades relacionadas con la radiación de Kiev.

Estas no son las cifras exactas de los afectados por Chernóbil. Los datos que posee Borisovich demuestran que el 15 de enero de 2015 el número de afectados por el desastre de la central nuclear ascendía a 2.011.799, de los cuales 453.391 eran niños.

"Hay muchos niños que viven en áreas contaminadas y que ingieren una gran cantidad de radiación a través de la comida y el agua", afirma Bosirovich. "Los hijos y los nietos de las víctimas de Chernóbil presentan malformaciones de nacimiento. Todos los niños que viven en la zona están enfermos. Todos padecen unas cuatro o cinco enfermedades debido a los bajos niveles de resistencia inmunológica".

El peligro actual: las centrales nucleares no se diseñaron para aguantar una guerra

A unos 500 kilómetros al suroeste de Kiev, seis enormes chimeneas con rayas blancas y rojas surcan el horizonte. Se oye música ucraniana procedente del interior de un Lada -un modelo de coche ruso antiguo- y las cañas de pescar se alinean en el agua, con el anzuelo esperando al final del hilo de pescar. La exagerada proximidad de Zaporizhia, la central nuclear más grande de Ucrania, no parece molestar a los pescadores.

"Cómo explicarlo... La gente está más preocupada por las dificultades del día a día, por la comida, y generalmente piensa en el presente", aclara Vasili Bilitsky, un activista y ecologista local. "Pescan para comer, no por relajarse. Y por eso no piensan en que van a comer algo no comestible".

El agua salpica alrededor de la malla metálica a medida que los peces que han quedado atrapados se resisten. Las cañas de pescar se van moviendo constantemente, en busca de un punto mejor para pescar.

Cuando la gente tiene que preocuparse por su día a día, por ganarse la vida en una economía tan castigada, pensar en el peligro que pueden suponer los reactores nucleares no es ni siquiera algo secundario.

"La central nuclear está aquí y no me molesta", afirma uno de los pescadores locales, un robusto hombre de unos 40 años y de pelo oscuro. "Hace un tiempo, la electricidad era más barata para los que vivíamos en las inmediaciones de la central, pero ahora nos han quitado esos privilegios y todos pagamos lo mismo. Pero en general las cosas van bien. Nos hacemos cargo de nosotros mismos y podemos pescar", añade. "Aquí el agua está más caliente, así que se puede pescar durante todo el año".

Cuando la gente tiene que preocuparse por su día a día, por ganarse la vida en una economía tan castigada, pensar en el peligro que pueden suponer los reactores nucleares no es ni siquiera algo secundario.

"No existen los reactores nucleares seguros. No hay una estabilidad económica que permita operar con seguridad", se lamenta Vladimir Ivanovich, antiguo liquidador de Chernóbil y ex legislador. "La recesión implica menos calidad de operación, por lo que los reactores son más peligrosos. Lo peor de todo es que, con frecuencia, acaban ocurriendo las situaciones más inestables. Ahora mismo tenemos el ataque de Rusia y, por primera vez, tenemos un conflicto armado al lado de unos reactores nucleares".

La central nuclear de Zaporizhia se encuentra a tan solo 200 kilómetros de la línea fronteriza del este.

"Putin tiene que conectar Crimea por tierra y esta línea pasa por la región de Zaporizhia, por Berdyansk y por Melitópol hasta llegar a Crimea", explica Bilitsky, el ecologista. "Energodar [la pequeña ciudad en la que se ubica la central nuclear] está a un tiro de piedra de Melitópol [otra ciudad de la región de Zaporizhia]... El disparo de un cañón potente podría alcanzarla".

Pero la guerra de Ucrania ha visto cosas mucho peores que el disparo de un cañón. Se ha empleado la artillería pesada e incluso misiles Grad. La población tiene miedo de que el ejército ruso esté cerca y de que tenga en su poder armas que puedan alcanzar a la central nuclear.

"No debería ocurrir nunca", se lamenta Sergey Shygyn, especialista en reactores nucleares de la central nuclear de Zaporizhia. "Tanto Ucrania como la comunidad internacional deberían hacer algo para impedir que se emprendieran acciones militares aquí. La prensa me ha preguntado si la central de Zaporizhia podría aguantar algo así. No puede. Las centrales nucleares no han sido diseñadas para soportar los daños de la guerra".

Con la guerra a la vuelta de la esquina, uno de los asuntos que más preocupan es que el combustible usado se guarde en contenedores al aire libre y sin protección.

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Pescadores de la zona pescando en las aguas cercanas a la central nuclear de Zaporizhia.

El asunto pendiente: una bomba de relojería nuclear

El peligro nuclear de Ucrania no desaparecerá con la disminución de intensidad que el conflicto ha experimentado este año, la escala y la potencia de la guerra se ha reducido muchísimo en comparación con 2014 y principios de 2015. El país -que ya se enfrenta a una depresión económica, a una guerra y a una epidemia de trastorno por estrés postraumático- tiene que lidiar con el fin de la vida útil de sus reactores nucleares.

Ucrania cuenta con 15 reactores nucleares repartidos en cuatro centrales nucleares. Se construyeron durante la época soviética y 12 de ellos fueron diseñados para tener una vida útil que llegara a su fin antes de 2020. El Gobierno y la empresa Energoatom están decididos a mantener activos a los reactores durante 10 años más de lo que marca su fecha de caducidad: cuatro de ellos ya han recibido las licencias por las que se permite extender su actividad.

"La situación actual es la siguiente: los reactores están en mal estado y siempre lo han estado", afirma Patricia Lorenz, experta en seguridad nuclear de Amigos de la Tierra, una organización que busca soluciones a problemas medioambientales. "Llevan 15 años de retraso en cuanto a seguridad y no van a recuperarlos. El problema general es la antigüedad, el mantenimiento. Siempre ha sido un tema recurrente, especialmente con centrales nucleares que no pueden mantenerse en condiciones por falta de fondos".

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Un trabajador de la central nuclear de Zaporizhia revisa un panel indicador dentro de la central.

Pero Ucrania obtuvo un préstamo para adecuar los reactores a los estándares internacionales. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo ha aportado 300 millones de euros para un proyecto que costará un total de 1400 millones de euros y que está previsto que se complete a finales de 2017. La Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM) ha aportado otros 300 millones de euros.

Según Bankwatch, una ONG que monitoriza las actividades de las instituciones financieras internacionales con el objetivo de impedir que financien proyectos que perjudiquen al medioambiente y a la sociedad, la durabilidad de los cuatro reactores se prolongó sin que se completaran las mejoras de seguridad y sin que se tuvieran en cuenta los riesgos. Esto significa que no se han cumplido las condiciones legales del acuerdo con el BERD.

Esta ONG también cree que el apoyo económico europeo a este proyecto solo consigue "consolidar la dependencia de Ucrania de un sector nuclear anticuado y extremadamente inseguro" y su dependencia de Rusia, ya que todos los reactores nucleares ucranianos se sirven de tecnología rusa y son prácticamente dependientes del combustible nuclear ruso. Además, Ucrania todavía no ha invertido en infraestructuras a largo plazo ni en la eliminación segura de los residuos radiactivos que, además, se envían de vuelta a Rusia.

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Una niña ingresada en el hospital de enfermedades relacionadas con la radiación de Kiev.

No existen los átomos pacíficos

El desastre de Chernóbil todavía ensombrece al país, la decisión de Ucrania de basar sus políticas energéticas en la extensión de la durabilidad de los reactores nucleares de la era soviética es, como poco, preocupante. Solo entre 2010 y 2015, tuvieron que desactivarsetres unidades diferentes por culpa de accidentes y se encontraron problemas graves de seguridad en otras dos unidades. La realidad es que las centrales nucleares de Ucrania suministran electricidad a más de la mitad del país. Pero algunos creen que se debe más a una decisión del Gobierno que a la necesidad o a la falta de opciones.

El problema de las catástrofes nucleares es que no entienden de fronteras. Por eso, este no es un problema de Ucrania, sino de Europa. El peligro acecha a todos sus países vecinos, como mínimo. Y todavía quedan preguntas sin respuesta. ¿El proceso de prolongación de la vida útil se ha llevado a cabo con las medidas necesarias para garantizar la seguridad de los ucranianos y del resto de europeos? ¿Todas las medidas se han tomado con la intención de evitar otro Chernóbil? Porque, en el fondo, tal y como dice Oleksandr Galuh, "no existen los átomos pacíficos".

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero e Irene de Andrés Armenteros.

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