'Brexit' y la falta de liderazgo

'Brexit' y la falta de liderazgo

Ya sabemos que la crisis está detrás de las grandes fracturas que aquejan la Unión pero, aun así, no debemos abusar del argumento económico para justificar cuanto acontece. Padecemos una ausencia generalizada de líderes inspiradores capaces de hacer descansar sobre sus hombros los grandes retos de la actualidad.

EFE

La caída de París en junio de 1940 dejó a los demócratas europeos casi sin esperanzas, depositando sus últimas esperanzas en el Reino Unido. Allí se encontraron con Winston Churchill, un carismático primer ministro que dio refugio a cuantos compartían su pasión por la libertad. Gracias a ello, Londres se convirtió en la sede de diversos gobiernos exiliados, como el de Edvard Benes (Checoslovaquia) o Charles de Gaulle (Francia).

Tristemente, aquel ejemplo de integración ha sido sepultado por la marea pasional del Brexit. Desde el asesinato de la diputada laborista Jo Cox el pasado 16 de junio, una parte de la sociedad británica ha sucumbido al mismo tipo de intolerancia que sus abuelos juraron combatir. Pero no se trata de un caso aislado: en Holanda, Dinamarca, Austria o Alemania también crecen las simpatías hacia el proceso desintegrador.

Ya sabemos que la crisis está detrás de las grandes fracturas que aquejan la Unión pero, aun así, no debemos abusar del argumento económico para justificar cuanto acontece. Padecemos una ausencia generalizada de líderes inspiradores capaces de hacer descansar sobre sus hombros los grandes retos de la actualidad.

El aviso más sonoro lo tuvimos con el referéndum escocés de 2014, momento en el que constatamos la incapacidad de David Cameron para capitanear su propia nave. De inmediato se vio en apuros, siendo rebasado en la recta final por quien menos cabía esperar. Nadie duda del decisivo papel desempeñado por Gordon Brown en aquellas fechas, inquilino del número 10 de Downing Street entre los años 2007 y 2010, y que perdió con rotundidad las elecciones legislativas frente al propio Cameron (29% y 36,4%, respectivamente). A pesar de su fama de gruñón y su difícil relación con la prensa, sus discursos lograron dar la vuelta a las encuestas. Aquellas palabras quedarán para la historia: "El voto de mañana no es sobre si Escocia es una nación. Lo es. Ayer, hoy y mañana. Digámoslo a los indecisos, a los que dudan. A los que no saben qué votar. Digamos lo que hemos conseguido juntos".

Sin embargo, advertidos ya de la ineptitud del Gobierno, los británicos se embarcaron en una nueva consulta de la que nadie resultaría vencedor. El veterano laborista no fue capaz de repetir el milagro, el joven conservador volvió a pinchar en el momento más inoportuno, y la sociedad británica se precipitó en el abismo de la radicalidad.

Desde el asesinato de la diputada laborista Jo Cox el 16 de junio, una parte de la sociedad británica ha sucumbido al mismo tipo de intolerancia que sus abuelos juraron combatir.

Fue en este vacío donde florecieron los Nigel Farage que hoy pululan por Europa. Alejado por completo de cualquier responsabilidad de gobierno, jugó como nadie la baza del populismo. Apeló a la "gente corriente", a la "independencia" arrebatada y al "control de nuestras fronteras" para robarle la cartera a los tres grandes partidos de la nación. Su burda mentalidad xenófoba logró arraigar gracias a la ausencia de autoridad moral en el panorama británico. Resulta increíble que argumentos tan falaces hayan sido capaces de prosperar, pero algunos prefirieron servirse de ellos antes que plantarles cara. Quienes a lo largo de 2015 jugaron con la insularidad ideológica para sacar ventajas políticas, no pueden sorprenderse de la ola de ataques racistas que sacude la nación. Así las cosas, UKIP no solo ganó el referéndum sino que además marcó la agenda del établissement con pasmoso éxito.

La heredera de todo este desastre, Theresa May, tampoco parece dispuesta a revertir la situación, enzarzada como está en un nuevo contencioso con Bruselas. ¿Y cuál es la principal conclusión de todo esto? Si queremos evitar la incertidumbre económica o la repetición del Brexit en cualquier otro territorio de la Unión, debemos apostar por la reconstrucción de los grandes liderazgos. Necesitamos personalidades influyentes e integradoras, capaces de mantener el rumbo cuando todos dudan.

Entre los jefes de Estado y de gobierno del siglo XXI es imposible encontrar un Clement Attlle o un Konrad Adenauer, dirigentes que sepan conjugar las prioridades nacionales con las de todo un continente. No nos engañemos, la verdadera recuperación empieza por la política.