¡El horror! ¡El horror!

¡El horror! ¡El horror!

Todas las posibles cadenas de explicaciones causales se rompen en mil y mil pedazos ante la dimensión descomunal del horror de un hecho como el de anoche en Niza, con esos ciudadanos de carne y hueso (no figuras poéticas de ningún irresponsable análisis pretendidamente sesudo) perdiendo la vida de una manera brutal y sumamente cruel.

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14 de julio de 1789 es la fecha de la Toma de la Bastilla, símbolo principal de la Revolución Francesa, la cual, comenzando en Francia, luego acabó siendo la revolución de todos, sin distingos de banderas: los principios ahí proclamados (Libertad, Igualdad, Fraternidad) desde entonces forman parte del ideario de todos los demócratas del mundo.

La Toma de la Bastilla simbolizó, principalmente, el fin del Antiguo Régimen. La Bastilla era una fortaleza de la época medieval, y el Antiguo Régimen estaba más en consonancia con aquellos tiempos opresivos y oscurantistas, que no con los nuevos, donde ya se respiraban aires de Ilustración. La Toma de la Bastilla simbolizó, entre otras cosas, el comienzo de las prácticas de separación de poderes, y el fin de la injerencia de la Religión en los asuntos del Estado, en la política.

De símbolos también vive el hombre, y los símbolos pueden hacer inclusive más amargas e hirientes las, ya de por sí, peores tragedias. Anoche, 14 de julio del 2016, en Niza, Francia, un vil atentado terrorista acabó con la vida de más de 80 personas -- más de 80 seres humanos como usted o como yo: con las mismas desazones y las mismas esperanzas de la vida; con padres, con hijos, con hermanos, con amigos, con alegrías y tristezas, con conflictos y con amores, con citas y planes para hoy mismo... ¡Tantas vidas humanas!--, ciudadanos que se encontraban en las calles, precisamente en las celebraciones de la fiesta nacional de aquel país, cuya fecha conmemora el primer aniversario de la Toma de la Bastilla.

Este es un momento más propio para sentir que para pensar. Sentir rabia, tristeza, desolación, consternación, miedo, indignación... Pero de seguro también lograremos encontrar un espacio para meditar en lo sucedido, y entonces tal vez veamos que sí, que los terroristas antes ya habían atacado en cualquier otra fecha, pero en todas aquellas horrendas ocasiones es como si hubieran estado atentando --supiéranlo o no--, además de contra las vidas de seres humanos inocentes (y, desde luego, ese es el horrorosísimo y concreto hecho principal), además atentaban también contra todos los 14 de julio del mundo, contra todas las Toma de la Bastilla que han sido, contra la Libertad, la Libertad, la Fraternidad, contra la separación de poderes, y muy principalmente contra la expulsión de la religión de la vida política, la expulsión de visiones políticas teocráticas, siempre totalitarias.

La diferencia reside en que, esta otra horrorosa vez, su ataque lo perpetraron justo un 14 de julio de calendario. Creo que eso es algo que nos ha de hacer pensar. Los símbolos son símbolos de algo específico y no de otra cosa. Y el atacar o defender un símbolo tiene claras y directas repercusiones fuera del marco simbólico propio; sin duda es algo que afecta al mundo, aquel mundo en el que queremos vivir de una forma y no de otra, y en todo caso nunca bajo los dictámenes del terror totalitario.

Todas las posibles cadenas de explicaciones causales ("A causó B, B causó C, y C causó D, pero a D en realidad lo originó A"), todas esas inhumanas y nada empáticas cadenas de razonamiento exculpatorio se rompen en mil y mil pedazos ante la dimensión descomunal del horror de un hecho como el de anoche en Niza, con esos ciudadanos de carne y hueso (no figuras poéticas de ningún irresponsable análisis pretendidamente sesudo) perdiendo la vida de una manera brutal y sumamente cruel. No, de ninguna manera nos hace falta retrotraernos a otros momentos y lugares, para poder sentir con plenitud justificada toda esta tristeza, este dolor, esta rabia y consternación... De ninguna manera nos hace falta intentar comprender ni justificar nada fuera del marco del hecho mismo de anoche: es tan inmenso e inmundo su propio peso, que se contiene a sí mismo y no requiere ulteriores e inmisericordes explicaciones. Nada nos falta, a los hombres y mujeres con los ojos y el corazón bien puestos, para poder comprender por completo la entera dimensión de lo sucedido anoche a nuestros hermanos franceses, europeos, humanos: "¡El horror! ¡El horror!"