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La 'llengua' de Teseo

Los griegos antiguos eran juguetones, maliciosos y hasta puñeteros. Algún insolente podía estar muy tranquilo en su triclinio tomando buen vino de Pepareto, cuando otro de repente le podía saltar a la yugular: "Artur, dime una cosa, ¿puede un ser omnipotente crear una caja fuerte tan pero tan pesada que él mismo no sea capaz de alzarla y llevársela a Suiza?"

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Fuente: WIKIPEDIA

Los griegos antiguos eran juguetones, maliciosos y hasta puñeteros. Algún insolente atrabiliario podía estar muy tranquilo, desparramado en su triclinio tomando buen vino de Pepareto, cuando otro de repente le podía saltar a la yugular: "Artur, dime una cosa, ¿puede un ser omnipotente crear una caja fuerte tan pero tan pesada que él mismo no sea capaz de alzarla y llevársela a Suiza?". O, a lo mejor, alguno está ya listo para salir a correr a los montes de Ítaca, por los pedregales, entre las cabras, cuando le preguntan a quemarropa: "Oriol, bonito, que Epiménides el cretense llegó diciendo que todos los cretenses son unos mentirosos, y nosotros pensamos que si dice la verdad, miente, y si miente, dice la verdad. ¿Cómo tú lo ves?".

Esos griegos, con sus paradojas, le dañaban la fiesta a cualquiera. A mí, la que más me gusta es la de El barco de Teseo. Y me gustaba incluso de antes de comprender la trampa que encierra la expresión: "La lengua de Cataluña".

Al barco que había sido de Teseo le iban cambiando las tablas de madera de que estaba hecho. Una a una y poco a poco, según envejecían. La primera vez, con el primer reemplazo, el barco mantendría todas las tablas originales menos una. La segunda vez, todas las tablas originales menos dos. Siguiendo ese derrotero, llegarían al punto en que dos tercios de las tablas serían originales, y un tercio, no. Más adelante -muchos años después- llegó el tembloroso momento en que sólo la mitad de las tablas eran de cuando Teseo. Y así y así, y asá y asá, y Jordi y Heribert cada vez más inquietos. Hasta que, ineluctablemente, nació el metafísico y bochinchero día en que se cambió la última tabla original del barco. La preguntita entonces es: ¿sigue siendo "el barco de Teseo", o ahora es otro distinto?

Más retorcidos aún llegaron a ser esos griegos antiguos: sin decírselo a nadie, fueron almacenando las tablas viejas en un cobertizo y, cuando por fin les llegó la última, con todas ellas reconstruyeron el barco entero, y lo botaron en el puerto junto al otro, con la única finalidad de solazarse en su bonita cuestión: "¿Cuál de los dos ahora tú dices que es el barco de Teseo?". Esencias, esencialismo y la burla.

Pero es que Grecia no era un país normal. En Atenas sólo podían ser ciudadanos de pleno derecho aquellos quienes fueran hijos tanto de padre como de madre atenienses. El resto, quitando esclavos y mujeres (así de bárbaros y patrióticos eran esos tiempos), el resto eran menos que ciudadanos de segunda, los llamados "metecos". Incluso lo fue Pericles el Joven, hijo del viejo Pericles (ciudadano y rey del mambo) y Aspasia (meteca y titiritera de corazones). Se supo de una mula ateniense cuya madre era una yegua de raza ática, pero nacida en Persia, y cuyo padre era un burrito, nacido en el Ática, pero de raza egipcia. Dijeron que no, que esa mula también era meteca. Esencias, clases y charnegos.

Existe otra versión mejor del susodicho barco de Teseo. El barco, al principio, contaba con treinta remeros, y la lengua materna de todos ellos era el griego ático (el griego ático, no el dórico, ni el jónico). Sin embargo, luego de tantas idas y venidas comerciales por el Egeo, todos ellos hablaban también el griego jónico. Lo bueno del cuento fue que, años después, se hubo de ampliar el tamaño del barco, y entonces llegaron quince nuevos remeros, los cuales tenían por lengua materna, no el griego ático, sino el dórico. Ahora comienza a complicarse la cosa. Tenían por lengua materna el griego dórico, sí, pero manejaban bien -no por un imperativo legal, sino por la fuerza de los hechos demográficos y comerciales- el griego jónico. ¿Cómo harían ahora para comunicarse los treinta áticos con los quince dóricos? Tenían tres alternativas evidentes:

A) Que los áticohablantes aprendieran dórico.

B) Que los dóricohablantes aprendieran ático.

C) Que, aprovechando que tanto los dóricos como los áticos también hablaban en jónico, pues que se comunicaran entre ellos, no por señas ni guiños de ojos, sino en idioma jónico, What else? Más bobo todavía fue el que ya habiendo cruzado a nado el río hasta la mitad, se devolvió por el presentimiento de que se le agotarían las fuerzas.

A cualquiera que no haya sucumbido al nublado de tiniebla y pedernal de las Esencias y las Clases, sin duda la opción "C" ha de parecerle la mejor. Pero la cosa se complicó más (al menos para aquellos áticohablantes que todavía no estuvieran convencidos de las bondades y economías del uso de la lengua común ya existente, y que entonces ya murmuraban hechos diferenciales y singularidades), se complicó más porque el barco siguió creciendo y la malicia de esos griegos antiguos no conocía límites. Llegaron cincuenta y cinco nuevos remeros. Jónicos. Y no hablaban dórico, ni ático. Sólo hablaban jónico. En el barco ya eran cien personas. Todos los cien conocían el idioma jónico, aunque treinta de ellos tenían por lengua materna el ático, y 15 de ellos, el dórico. La preguntita para la niña de piña entonces sería: ¿Cuál es ahora el idioma del barco de Teseo?

Podríamos decir que el barco de Teseo tiene tres idiomas, y no uno, y estaríamos en lo cierto. Pero, para poner a prueba la relevancia de esa respuesta, supongamos que, por imperativos comerciales, se necesitó ampliar aún más el barco. El problema es que la oferta de remeros áticos, dóricos y jónicos ahora ya es nula. No importa: se traen remeros egipcios, escitas y persas. El problema es que los egipcios, escitas o persas no hablan ninguna de las lenguas confinadas al ámbito heleno. No importa: los idiomas se pueden aprender. El problema es que la vida es corta, las fuerzas, escasas, y las tramas del amor mucho más bonitas que las de los idiomas: ¿cuál lengua deberían aprender estos nuevos trabajadores? Antes de tener que aprender tres idiomas para conseguir un trabajo honrado, mejor uno se mete a pirata espadachín. Un idioma, sí, porque de todos modos habrá que poder comunicarse de alguna buena manera. Pero ¿cuál? ¿El ático, que sólo lo hablan treinta y setenta no lo entienden? ¿El dórico, que sólo lo entienden quince? ¿El jónico, que lo hablan la totalidad de los 100 remeros del barco de Teseo? Les preguntaron, por aparte, al más tonto y al más listo de entre los escitas, y sin embargo ambos respondieron lo mismo: "¡El jónico, el jónico!; el jónico es la lengua del Barco de Teseo".

Oscar Wilde, olvidándose de Ernesto, de seguro habría titulado este artículo: "La importancia de llamarse Lengua Común".

Pero no fueron los jónicos quienes la liaron en el barco de Teseo. Fueron los áticos -cuya lengua ni era la mayoritaria ni la común-, los más brutos de los cuales directamente bramaban: "¡Nosotros llegamos primero!", como si los que llegaron después no tuvieran que trabajar incluso más y en las peores bancas de remos. Los más sofisticados y sibilinos construyeron, en cambio, relatos legitimadores de su proyecto lingüístico-cultural totalitario donde las protagonistas, evidentes o disimuladas, eran las Esencias y las Clases.

A Solón de Atenas, que con su celebrada legislación consiguió evitar una inminente guerra civil, años después de aquello le preguntaron si creía haber dictado las mejores leyes. Contestó: "Las mejores de las que habrían aceptado los atenienses". Para cualquiera que esté libre de requiebros esencialistas está clarísima cuál es la opción ideal ante cualquier dilema en torno a la manera cómo los humanos hemos de comunicarnos mejor y más fácil. Sin embargo, Solón por algo fue uno de los siete sabios de Grecia, y en aras de la concordia uno puede bajarse del caballo de lo mejor y lo ideal. Pero hasta cierto punto y no más de ahí. Por poner un ejemplo moderno, el de Cataluña: hasta el 50% de las clases en catalán --y entonces sólo el 50% en la lengua mayoritaria y común, el español-- podemos condescender solónicamente sin perder el decoro y sin asumir ideas esencialistas. 50% en ático, 50% en jónico. Una gota menos que eso para la lengua jónica sería la misma gota que desborda y quiebra el ánfora de la democracia y los valores ilustrados.

Teognis de Megara, poeta aristocrático antiguo, dejó dicho: "De una cebolla albarrana nunca ha nacido una rosa, y de una esclava nunca ha nacido un hijo libre". Ese dictamen sigue siendo hoy tan correcto u obsceno como lo fue en aquellos tiempos. Sólo habría que actualizar algunos de sus términos, se me ocurren dos: "verdaderos catalanes" y "charnegos".