María Cristina me quiere gobernar

María Cristina me quiere gobernar

Vevo

El mejor remedio para desactivar la creciente amenaza de confrontación nuclear quizás sería el de obligar, tanto a Donald Trump como a Kim Jong-un, a que escucharan los mambos de Pérez Prado al menos una hora al día. Es verdad que lo mambos incitan a la locura, pero es una locura feliz y fraterna, la cual perfectamente podría acabar por neutralizar la propia de Trump y del niño emperador norcoreano, que en cambio es locura furiosa y enemiga de la humanidad. En cualquier caso, las piezas de Pérez Prado son todo lo contrario a las de Wagner, de las que dijo Woody Allen que si las escucha más de media hora seguida "me entran ganas de invadir Polonia".

Con esta línea de pensamiento, sumamente optimista con respecto al poder de la música, pareciera ahora comulgar el Instituto Vasco de la Mujer y su nueva iniciativa de "sugerir" a los bares y discotecas un índice de canciones "no sexistas" para que los jóvenes puedan bailar y cantar libres de toda tentación. ¿Y qué hay de las principales canciones de moda que no aparecen en este ingenioso Índice al revés...? ¡A la hoguera de la incorrección, y que ahora ardan bien "Despacito"!

Pero los dirigentes de este instituto del gobierno nacionalista vasco no son los primeros en creer que la música pudiera ser un componente fundamental en la formación de los ciudadanos. Ya Plutarco nos contaba que Licurgo, el gran legislador, requirió de los servicios de un tal Taletas, quien "aparentemente era poeta de cantos líricos (...) pero en realidad actuaba como los hábiles legisladores. Discursos eran, en efecto, sus cantos, que invitaban a la obediencia y la concordia, mediante la combinación de melodías y ritmos que contenían una gran dosis de moderación y capacidad de relajamiento. Y, así, quienes los escuchaban apaciguaban sin darse cuenta su carácter y se sentían dominados por el deseo de imitar la belleza".

Y son incontables los pasajes en que Platón condena a los poetas cantores y propone expulsarlos de su república ideal: "Por ello solicitaremos a Homero y a los demás poetas que no se encolericen si tachamos los versos que hemos citado (...), no porque estimemos que no son poéticos o que no agraden a la mayoría, sino, al contrario, porque cuanto más poéticos, tanto menos conviene que los escuchen niños y hombres que tienen que ser libres". La tradición es antigua y tiene su pedigrí, el único problema es que Platón funge de enemigo número uno de la democracia a través de toda la Historia. Y Licurgo fue el gran legislador de, precisamente, la muy espartana y antidemocrática Esparta. Ninguno de los dos fue un paladín y promotor de sociedades abiertas.

Comenzando por censurar "Despacito", muy rápido podríamos acabar teniendo enfrente gobiernos que pretendan controlar todos los aspectos de nuestras vidas, inclusive nuestra alegría en los bares y discotecas.

Si esta idea no fuera tan peligrosa, a veces hasta podría tener su gracia. Ante el problema de la baja natalidad en España, un instituto afín podría obligarnos a escuchar todas las noches una hora de los boleros de Los Panchos, seguida de otra de la más cálida bossa nova de Brasil. Pero, a cambio, el instituto encargado de luchar contra el alcoholismo podría incurrir en el horror de prohibir los mariachis y las rancheras. Horror de horrores: el gobierno nacionalista de Cataluña (siempre con un ojo puesto en su homólogo vasco), queriendo purgar de ideas ilustradas a la mitad larga de la población catalana que no somos nacionalistas, para en cambio imbuirnos de tales y cuales valores tribales antiguos, ahora se le podría ocurrir obligarnos a escuchar nada menos que sardanas todos los domingos y fiestas de guardar.

Sin embargo, más allá de que esta ocurrencia del Instituto Vasco de la Mujer se base en una idea errada, lo verdaderamente inquietante es que hayan llegado a creer que tenían la potestad de hacer algo así (las "sugerencias", cuando provienen de quien maneja las subvenciones y tiene poder sobre ti, acaban convirtiéndose en órdenes). Que hayan pensado que tenían el derecho de perjudicar los nuestros. Esto no es propio de las sociedades abiertas. Los gobernantes nunca deberían poder volver a censurar las expresiones artísticas populares.

Y es que estas cosas se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan. Hoy vienen por la música, pero mañana quizás a la Secretaría de Educación se le ocurre entrar a "corregir" el campo de la literatura: ¡Cervantes a la hoguera, por antisemita, clasista y sexista! Y de Cervantes para abajo no se salvaría ni uno sólo de los grandes clásicos de las letras universales.

En Estados Unidos, en los años 50, se dio una verdadera "caza de brujas" para censurar innumerables obras de arte por ser consideradas "antiamericanas". Con la gran habilidad que tienen los gobiernos nacionalistas para pretender confundir la parte con el todo y así decir que si se les ataca a ellos en realidad se está atacando a toda "Cataluña" o al "País Vasco", no me extrañaría nada que, si se levantara definitivamente esta veda de censuras en el arte, acabarían por prohibir expresiones artísticas al considerarlas "anti-vascas" o "anti-catalanas". Si una canción protesta llegara a cuestionar la justicia y equidad del tal "cupo vasco", o las reivindicaciones privilegiales de los nacionalistas de la también muy rica Cataluña, ¡a la hoguera bien rapidito!

Es una idea muy peligrosa y coercitiva. En el mejor de los casos, el remedio sería peor que la enfermedad. Comenzando por censurar "Despacito", muy rápido podríamos acabar teniendo enfrente gobiernos que pretendan controlar todos los aspectos de nuestras vidas, inclusive nuestra alegría en los bares y discotecas.

A los que así nos quieren gobernar, además de también ponerlos a escuchar los mambos de Pérez Prado, contestémosles entonces con aquella bonita, sabrosa y libertaria versión en son cubano:

Que vamos pa la playa, allá voy.

Que móntate en el carro, y me monto.

Que bájate del carro, y me bajo.

Que súbete en el puente, y me subo.

Que quítate la ropa, me la quito.

Que tírate en el agua, ¿En el agua?

¡No, no, no, no, María Cristina, que no, que no, que no, que no!