Que el ritmo no pare

Que el ritmo no pare

Desfibrilador en la entrada de la biblioteca de la escuela de la Universitat Politècnica de Catalunya en Vilanova i la Geltrú.Javi Polinario

"Los servicios de emergencia no pudieron hacer nada por salvarle la vida". A pesar del esfuerzo de grandes profesionales médicos, el corazón sigue dando estas coletillas periodísticas. Es cierto que, en los últimos años, ha aumentado el número de desfibriladores que se han instalado en España. De hecho, los expertos prevén que 2017 finalizará con 14.000 dispositivos instalados, cuatro mil más que el año pasado. Aun así, debemos seguir luchando para que el ritmo no pare y conseguir que cada vez sea menos necesario acabar así las historias en la prensa.

Son diversas las razones que podrían haber motivado la instalación de uno de estos dispositivos. Para Rubén Campo, fundador del Proyecto Salvavidas, habría tres principales. En primer lugar, la mayor concienciación de la sociedad, especialmente por el apoyo de los medios de comunicación y la labor de las entidades que promueven campañas de sensibilización. En segundo lugar, la mejora de la imagen y la reputación de las empresas y alojamientos turísticos cuando colocan uno bien visible. Y por último, la aprobación de normativas en algunas comunidades autónomas (Andalucía, Canarias, Cataluña, Euskadi, Asturias, Madrid y, desde hace unos días, la Comunidad Valenciana) que obligan a que se instalen desfibriladores en determinados lugares.

Pero todavía es pronto para cantar victoria. En España apenas hay 2,6 desfibriladores por cada 10.000 habitantes, frente a los 11 de Alemania, los 12,9 del Reino Unido y Dinamarca o los 18,5 de Francia. Por ejemplo, solo en la ciudad de Ámsterdam hay tantos como en todo nuestro país. Y si nos comparamos con Japón, la diferencia es abismal. Allí disponen de 54,7 desfibriladores por cada 10.000 habitantes.

El presidente del Colegio de Médicos de Madrid, Miguel Ángel Sánchez, apunta que en España sólo reciben maniobras de resucitación un 20% de las personas que tienen un paro cardíaco, "cifra que en otros países de la Unión Europea puede superar el 50%".

Por su parte, el secretario general de la Sociedad Española de Cardiología, Ignacio Fernández, se muestra claramente disgustado ante este panorama, especialmente cuando analiza las cifras de fallecidos, reflexiona sobre la poca concienciación de las administraciones y compara más allá de nuestras fronteras. Para Fernández, otros países de Europa "van en AVE y nosotros vamos en burro".

Un plan nacional debería salvarnos

Desde la Sociedad Española de Cardiología, Ignacio Fernández pide un plan nacional que fomente la concienciación. "Debería hacerse tanta sensibilización como la que se ha hecho para evitar los accidentes de tráfico, para la cual se han invertido muchos recursos y ha resultado muy efectivo para reducir las muertes por esta causa", reclama.

Aunque el cometido principal de este plan sería promover la instalación de desfibriladores en cuantos más sitios mejor. Sería imprescindible que los lugares más concurridos estuvieran obligados a disponer de uno. Cualquier sitio puede acreditarse como espacio cardioprotegido, desde los equipamientos deportivos o los centros comerciales a los parques temáticos, los aeropuertos y las playas. Incluso se puede otorgar la certificación de "Ciudad por la Cardioprotección" cuando un municipio cuenta con un desfibrilador por cada 5.000 habitantes.

En realidad, lo ideal sería que hubiese un desfibrilador cerca en cualquier momento, ya que, según datos del Sistema de Emergencias Médicas (SEM) de Cataluña, la mayoría de infartos agudos de miocardio suceden en casa, seguido de la calle y del lugar de trabajo. Para salvar estas vidas, habría que fomentar la instalación de estos dispositivos también en pequeños restaurantes y tiendas (menos de un 15% de establecimientos comerciales tienen un desfibrilador), en comunidades de vecinos o en los servicios públicos en movimiento por la ciudad. Pero parece que las administraciones públicas no están por la labor. Desde la Sociedad Española de Cardiología critican que no ofrezcan "facilidades y, en cambio, pongan trabas o restricciones" burocráticas.

Fernández sugiere algunas ideas como, por ejemplo, que se disponga de uno de estos aparatos en cada coche de policía; o bien, que se lleven en los autobuses, que además están geolocalizados; o incluso, que se ofrezcan desgravaciones fiscales para las empresas que decidan invertir dinero de su Responsabilidad Social Corporativa en este tipo de acciones. Es cuestión de voluntad institucional: "La administración podría tener los desfibriladores gratis si lo exigiera el pliego de condiciones de la concesión de la compra de vehículos policiales o del servicio de autobús", añade.

Y un tercer pilar que el deseado plan nacional debería incorporar es la promoción de formación en Soporte Vital Básico (SVB) o Reanimación Cardiopulmonar (RCP), tanto para la población en general como para los servicios de emergencia (policía, bomberos, protección civil, etc.). Y es que, solo un 3% de los españoles sabe hacer la reanimación cardiopulmonar.

El uso del desfibrilador es sencillo, pero "sin duda, es mejor usarlo con formación", asegura Fina Mauri, directora del Plan Director de Enfermedades del Aparato Circulatorio del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya, ya que las compresiones torácicas de las maniobras de reanimación "son tan importantes o más" como el propio acto de usar el desfibrilador. De todas maneras, Francesc Xavier Jiménez, responsable de Procesos Clínicos del Sistema de Emergencias Médicas de Cataluña, añade que disponen de un procedimiento mediante el cual se da apoyo al ciudadano a la hora de asistir al enfermo con el desfibrilador aunque no sepa cómo utilizarlo.

Además, el secretario del Consejo Español de Resucitación Cardiopulmonar (CERCP), Carlos Urkia, también considera "esencial" la formación de profesionales en los cuidados post-resucitación para que, dependiendo de las causas de la parada y la gravedad, se sepa cómo actuar en cada caso concreto "ya que ello influirá mucho sobre el resultado final".

Con un plan nacional de este tipo se duplicaría la cifra de supervivencia. En solo tres años se pasaría del 7% (mueren 93 personas de cada 100) al 15% aproximadamente. Esto significaría salvar 4.500 vidas al año, "los fallecidos en accidentes de tráfico de tres años", matiza Fernández. "Con solo poner un desfibrilador al lado de cada extintor ya salvaríamos todas estas vidas", añade Rubén Campo.

Ante el inmovilismo, acción social

Decenas de entidades luchan por corregir esta situación tan precaria y conseguir la instalación de desfibriladores. Una de ellas es la Asociación Española Contra la Muerte Súbita José Durán 7, creada en 2009 por José Durán después de que su hijo, de 15 años, falleciera jugando al futbol ante la mirada de decenas de personas que no sabían qué hacer ni tenían equipamiento adecuado para actuar y salvarle la vida. Durán reconoce que actualmente "estamos mucho mejor que años atrás y no nos encontramos tan solos como en los inicios de nuestra andadura", pero sabe que todavía falta mucho: "Las instituciones deberían dar un paso hacia adelante y aportar recursos además de la sensibilización".

El Proyecto Salvavidas también tiene en marcha campañas de sensibilización y de recaudación de dinero para instalar desfibriladores. Las principales son la venta de Pulseras Salvavidas, diseñadas por Kukuxumusu, y el "cardiovending", una iniciativa que consiste en acordar con operadoras de vending la entrega de unos céntimos de cada consumición para dar un servicio de cardioprotección a la empresa. "Algunos ayuntamientos como el de Alcorcón ya poseen 18 dispositivos gracias a este sistema", explica Campo.

La asociación Las Historias de Sofía es otra organización que trabaja intensamente para que haya desfibriladores en los centros educativos. A través del proyecto Descárgate la Vida conciencian a las AMPAS y a los equipos directivos de colegios e institutos para que adquieran uno. Además, están estudiando la posibilidad de donar material como camisetas, mochilas o pulseras para que los propios centros puedan venderlos y consigan estos aparatos a coste cero. Desde la asociación, Concha García asegura que los centros educativos "son espacios que, por el volumen de niños que asiste, no están obligados a contar con un desfibrilador, sin embargo, creemos que es imprescindible dada la afluencia de personas que acuden o pasan por delante a diario."

Otra iniciativa es la promovida por la Fundación MAPFRE y la CERCP, que consiste en difundir folletos y un vídeo con el mensaje ¡Actúa! para concienciar a la sociedad de la importancia de reaccionar rápido ante un paro cardíaco. Y otra más es la aplicación Ariadna impulsada por la Sociedad Española de Cardiología y la Cruz Roja para disponer de un registro de desfibriladores geolocalizados y de voluntarios formados en reanimación cardiopulmonar. "Así, ante una parada cardíaca, el voluntario más próximo se podrá acercar al ser avisado por la propia App, por SMS o por el 112, que sería lo ideal", detalla Fernández.

Vemos mucha gente preocupada y movilizada por esta realidad de la que todos podemos ser víctima. Miles de personas sufren y mueren cada año, mientras que quienes pueden corregirlo parece que ignoran la magnitud del problema. De momento, debemos seguir luchando para que las historias que tengan como protagonista el corazón, sean de amor, y para que los periodistas tengan que encontrar una coletilla alternativa más positiva para explicar el final de un suceso relacionado con un fallo cardíaco.

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