Fuera de juego del PSOE

Fuera de juego del PSOE

Ante cualquier tema, el PSOE no sabe qué decir. No puede apelar al pasado, más allá de los míticos orígenes de Pablo Iglesias. El pasado más reciente, acuñado en la IX legislatura de la democracia, se lo impide. Para llegar a aquel tiene que pasar por éste. Y, la verdad, la mirada es poco beneficiosa.

El partido socialista español se encuentra en lo que puede calificarse imposible posición de la enunciación, tomando prestada la terminología del psicoanálisis, siempre tan fructífero en herramientas para el análisis de los procesos sociales. Con ello, se quiere significar que, como les pasa a los detenidos por la policía en las películas norteamericanas, todo lo que diga será utilizado en su contra. Incluso, en el caso político español y en cuanto principal partido de la oposición, si calla y lo que calla también podrá ser utilizado en su contra. Ante tan difícil situación, apenas es capaz de pronunciar discursos titubeantes, un digo esto y lo contrario, que más bien parecen tartamudeos de quien se muestra inseguro.

Es cierto que si calla, como dictan los cánones de la prudencia desde nuestro globalmente apreciado Baltasar Gracián, la amplitud del equívoco se reduce. Pero, también, una oposición silenciosa es una oposición muerta. A los ojos de la sociedad, aparece como un callar producto de la complicidad culpable ("calla porque tiene mucho que callar/ocultar") o de la incapacidad para articular discurso alguno ("calla porque no sabe qué decir"). Seguramente cuando se encuentra en el momento histórico de su supracentenaria trayectoria en el que más falta le hace crecer sobre un discurso; peor es su posición para producirlo. Se introduce así en una angustiosa espiral de tener que decir (¡digamos! ¡actuemos! ¡algo tenemos que decir!) y, a la vez, no saber qué decir. Tal vez es el momento de ponerse a pensar, de construir eso que parece tan repudiado hoy en día, que es la teoría. Pero parece que no hay tiempo y, así, se condena a tener menos tiempo de futuro.

A lo largo de la historia de la democracia de masas, las crisis económicas han tendido a sentar peor a los partidos de izquierda. La sociedad tiende a experimentar un proceso regresivo, buscando refugio ante las incertidumbres crecientes, que va en contra de su propia lógica progresista. Ahora bien, la comprensión de un contexto desfavorable no justifica la actual incapacidad de los socialistas para articular mensajes coherentes a los españoles.

Si nos centramos en algunos de los últimos temas del debate público, se observa una gran dificultad para la articulación discursiva. Ante las reclamaciones independentistas de un sector de la sociedad catalana, se dice estar en contra de la independencia y, al mismo tiempo, a favor del referéndum independentista. Hay que matizar mucho y explicar aún bastante más para que una sociedad acostumbrada al mensaje corto de los medios masivos, de Twitter o del eslogan publicitario pueda recibir cuál es la propuesta del PSOE con respecto al núcleo del tema. Ante la huelga convocada para el próximo día 14 de noviembre por los sindicatos, los diputados nacionales socialistas dicen, al mismo tiempo, que se sumarán a la huelga y que no la harán, asistiendo al debate que se realizará en la Cámara ese mismo miércoles.

Es decir, la sensación de estar en fuera de juego, utilizando ahora términos futbolísticos, es continuamente producida por el PSOE. Siguiendo en este campo metafórico, actúa como un equipo desesperado. Al equipo contrario, el PP, le sirve con adelantar sus líneas y apenas actuar, callando en casi todo. Es más, parece que los que actúan son siempre los otros: los mercados, Merkel, los sindicatos o el FMI.

Tan imposible posición del PSOE le ha traído sucesivas derrotas electorales. Es más, las fantasías que pudieron generarse con las relativas victorias de Asturias y Andalucía ahora se desvanecen. Tal vez el triunfalismo de aquel mes de marzo cegó las posibilidades de análisis. En lugar de explicarse los descensos electorales en términos absolutos y, sobre todo, su inexplicable triunfo, más debido a deméritos de los contrarios (derecha dividida en Asturias, PP con antiguos y graves problemas de liderazgo en Andalucía), cundió el regodeo en el acceso a los respectivos Gobiernos regionales.

Ante cualquier tema, el PSOE no sabe qué decir. No puede apelar al pasado, más allá de los míticos orígenes de Pablo Iglesias. El pasado más reciente, acuñado en la IX legislatura de la democracia, se lo impide. Para llegar a aquel tiene que pasar por éste. Y, la verdad, la mirada es poco beneficiosa. Tampoco puede apelar al futuro, pues, para eso, hay que realizar eso que Luhmann denomina desfuturizar. Es decir, no se trata sólo de generar vacías ilusiones sobre un "futuro mejor" o, peor aún, señalar el "negro futuro" que nos espera si gobierna la derecha. Se trata de mostrar un futuro presentable, un futuro accesible y mejor, y, por supuesto, creíble. Por ello, en la medida que se hace posible, deja de ser futuro para hacerse presente. Seguramente este es el problema del PSOE: al carecer de presente, se le cae el pasado y el futuro. Ni está, ni se le espera. ¿Para qué votar a algo que no está o que está continuamente en fuera de juego?